La cama de Brigitte

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(Nota: esta parte contiene porno. Se recomienda discreción).

Brigitte desperto jadeando, empapada en sudor. Gumii, dormida a su lado, entreabrió los ojos.

— ¿Estás bien bebé?

— Tuve otra vez esa pesadilla. Se abría el cielo y una luz sanadora limpiaba el mundo y se las llevaba de mi lado.

Las pesadillas recurrentes de Brigitte eran una constante desde la muerte de Kenny.

— Eso nunca va a suceder Bri — dijo Gummy incorporándose y abrazando a la pelirroja por la espalda. — Nunca nos vamos a separar de ti.

La regiomontana sintió los pezones desnudos de Gumii sobre su espalda y una sensación de comfort la invadió. Como carne asada y cerveza fría en una orgía. Todo estaba bien. Tenía a sus amigas. Y ellas la tenían a ella.

— Vamos por Reny — le dijo con una sonrisa. 

Ambas mujeres salieron de la cama, semidesnudas: Brigitte vestía un top gris que le quedaba un poco ajustado, y nada más. Gumii usaba unos calzones negros con decorado de calaveras: Los mismos calzones sucios que llevaba Brigitte el día que se acabó el mundo. Caminaron unos pasos entre penumbras hasta la puerta de un clóset, y abrieron la puerta.

Dentro del clóset, sobre una colchoneta, esposada, estaba acostada Reny, plácidamente dormida. Vestía un bra negro y unos calzones grises. Usaba también una máscara de cuero negro con zippers en los agüeros de la boca y los ojos, idéntica a la de famoso "gimp", el esclavo masoquista de Pulp Fiction. Brigitte se inclinó sobre ella y le acarició las nalgas con una mano.

— Reny —susurró. — Ven a la cama con nosotras.

Reny abrió los ojos, sonrió, se sacó las esposas, y las acompañó de vuelta al lecho. En el camino se quitó la máscara y se revolvió el cabello. Reny siempre había sido muy bella, pero ahora era sin duda una de las mujeres más hermosas del mundo. De hecho, las tres lo eran, ya que, probablemente, eran las únicas también.

Se encontraban en la residencia oficial de los Pinos, la casa del presidente de México. Habían pasado ya dos meses del funeral de Kenny, y después de dormir algunos días en el Palacio de Chapultepec, se habían mudado temporalmente a la cama vacía del desaparecido mandatario. Todas las personas que conocían se habían vuelto zombies, pero, a diferencia de lo que pasa en las películas, los zombies se morían otra vez después de cuatro o cinco días, y no se volvían a levantar. 

Las chicas sabían que no era posible que todos hubieran sido víctimas de la epidemia de muertos vivientes. Si ellas habían sobrevivido, seguramente otros lo habían hecho también. Sin embargo, es un hecho que habían pasado mes y medio sin ver a otra persona viva, o señales de que la hubiera. Las chicas habían deambulado por toda la ciudad sin encontrar un alma humana, sin encontrar nada más que cadáveres y destrucción. Estaban incomunicadas con el resto del mundo, pues la red de internet, sin supervisión ni mantenimiento, se había caído. Hasta donde ellas sabían, podrían ser las últimas personas vivas en el mundo, así que recorrían a placer lo que había quedado de su ciudad. 

Brigitte convenció a sus compañeras de que seguían vivas porque ella había hecho un trato con Satanás... Pero que a cambio, este exigía sacrificios prohibidos. Es decir, sexo. Dulce sexo homosexual: Casi a diario Gumii y Reny se sometían a los deseos carnales de la pelirroja, que las introdujo con celeridad al mundo de las perversiones sexuales: sadomasoquismo, necrofilia, exhibicionismo, fetichismo de todo tipo, expansiones anales... Esto último había sido especialmente doloroso para Reny. Por su parte, Gumii se había adaptado muy bien.

— Sesión de emergencia, niñas — anunció Brigitte, y se quitó el top.

A estas alturas, ambas conocían a detalle el cuerpo de su amiga, cada curva de su anatomía, cada matiz y aroma de sus partes más privadas, y la delicadeza de sus zonas erógenas. Trabajaban en equipo: Una de cada lado, lamieron de pies a cabeza ese hermoso cuerpo, como si fueran dos gatitas bañando a otra. Brigitte se dejaba hacer. Habían aprendido a proferir discretos sonidos de gemidos mientras la atendían, lo cual parecía hipnotizar a Brigitte. Se volvían a su nies. Una por enfrente y la otra por detrás, le dibujaban con la punta de sus lenguas el abecedario en su vagina y su ano. Para cuando llegaban a la z, Brigitte ya no podía dejar de retorcerse. Lego, mientras cada una le penetraba esos orificios con los dedos, empleaban sus otras manos y sus bocas en besarla, morderle el cuello, acariciar sus pezones y arañar su espalda. Sabían lo que hacían. La pelirroja les había instruido bien en el arte de complacerla, como no lo había conseguido hacer nunca con un hombre. Cuando llegaba el inevitable orgasmo, ambas bebían de sus jugos, y se acurrucaban a su lado. Después de unos minutos, empezaba la verdadera orgía, y la líder del grupo compensaba con creces a sus amigas. Habían aprendido a disfrutar de sus cuerpos, y estas sesiones de amor femenino eran la mejor manera de evadir las preguntas sin respuesta que les planteaba su realidad.

Cuando el acto hubo terminado, volvieron a dormir. Alrededor de medio día, Brigitte entreabrió los ojos y vio al hombre de pie en el dintel de la puerta, observándolas. No pudo evitar proferir un grito, que despertó a Gumii y a Reny. Pero el hombre, que vestía una camisa negra y cuyo rostro estaba demasiado lejos como para identificarlo, permaneció inmóvil. 

Pasaron un par de minutos en silencio.

Después la figura avanzó con paso deprisa hacia ellas, y pudieron distinguir lo que traía en las manos: La cabeza cercenada de Ron.


Brigitte Grey y el Zombie de OzzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora