EPÍLOGO

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"Tus palabras son el dulce aliento de mi felicidad. Marcas cada segundo de mi vida como si fuera mi último palpitar."

Leer cada recuerdo que ella tenía sobre mí. Su prosa poética me trajo al instante primero en que la conocí.

Más de diez años en que la visualicé sin percatarme de lo que provocaría en mi, del amor que llegaría a sentir por ella.

Encontré tres preciosos papeles guardados junto a las muchas cartas que le había mandado cuando me había dejado, los cuales estaban dentro de nuestro almacén de recuerdos.

Fechas de cada uno, partes marcadas con rojo y pequeños diálogos de lo que resultaba ser nuestras conversaciones.

Mi dulce y tierna Mishy, mi compañera, mi esposa y delirio, mi sueño y mi vicio; ella me había enseñado muchas cosas cuando yo ni siquiera era consciente de cuánto me había amado.

—¡Cariño, ven a cenar! —me llamó desde la cocina la mujer más hermosa que yo había conocido. Mi dulce, impaciente, tierna y muy enojona esposa Mishel. Mishy, como me gustaba llamarla.

—¡Ya voy, amor!

Guardé nuevamente los tres recuerdos en papel que ella tenía y bajé las gradas para dirigirme a la mesa y cenar el delicioso plato de frigoles que me cocinó.

—¡Huele delicioso! —suspiré sentándome a la mesa—. ¿Qué hice para merecer a esta grandiosa mujer?

Ella echó una risa y golpeó mi hombro en broma. —No exageres, eres mi esposo y es mi deber cocinarte lo que más te gusta, a parte de que me encanta hacerlo. —me dio una sonrisa encantadora dejándome desearla más a ella que a mi esquisita cena.

Sonreí y me quedé contemplándola durante un gran tiempo, alegre y feliz por verla todos los días junto a mi.

Recuerdo que cuando éramos niños y estábamos cerca de entrar a la adolescencia, acostumbrarme a pasar todos los días con la misma persona resultaba inquietante y a veces aburrido, y no es el amor quien marca eso, ni la edad en la relación, es la madurez con la que se ve la otra persona. Me costaba acostumbrarme a la idea de tener a una persona a mi lado y no disfrutar de lo mismo que cuando era libre. Era yo contra el mundo entero, y cuando llegó Mishy, me dejé llevar por su encantadora personalidad y su belleza resplandeciente, pero la inmadurez me cegó y no me permitió ver que estaba cometiendo un error al descuidar lo que era mi felicidad, llevándome a perderla sin saber cuánto me dolería.

Pasaron varios años en que la veía desde la distancia, creyendo en la posibilidad de que algún día cuando saliera de mi mundo extrovertido y explosivamente superficial en el que me refugiaba, podría volver a tenerla, a quererla y a amarla. Sin embargo, en el instante en que la vi salir con alguien más, el miedo me llenó y me despertó de la confusión en la que estaba.

Si la persona que amas es tu prioridad, no importa lo que digan los demás, y es justamente donde la gente se interpone y el miedo a lo que digan de ti te traiciona. Temes ser un antisocial y prefieres la fama y el reconocimiento antes que el abandono y la invisibilidad.

Como un ciego rechacé lo más hermoso que tenía, lo cual gracias a Dios recuperé.

—¿Por qué te me quedas viendo?¿Ocurre algo? —preguntó ella, la mujer más hermosa del mundo.

Sonreí y negué con la cabeza. Agarré su mano apoyada en la mesa y la acaricié ligeramente.

—Estaba recogiendo algunas cosas en nuestra habitación y... —suspiré—. Encontré los escritos que tenias sobre todas las cosas que hemos pasado.

Nuestra distancia #PNovel #BestbooksDonde viven las historias. Descúbrelo ahora