Capítulo tres

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Olivia Collins era una mujer muy simple, al menos eso decían quienes llegaban a conocerla. No era el tipo de persona que hacía gala de su posición social o del dinero que sabía que iba a heredar de su padre. Su nombre no se leía en los tabloides, tampoco se le veía en cada fiesta o cena de caridad, o mezclándose con las damas de alta sociedad, por el contrario, Olivia siempre había odiado ese tipo de eventos sociales. Desde que tenía uso de razón había comenzado a negarse a asistir a cuanta cena de negocios o beneficencia era invitado su padre.

La razón era muy sencilla, las personas que solían asistir a ese tipo de eventos era sumamente pretenciosas, cada uno tratando de mostrarse superior al otro, incluso en las fiestas de caridad lo único que les importaba era quien donaba más para ser reconocido por los medios. A decir verdad, Olivia prefería pasar el tiempo con los animales que llegaban a la veterinaria, que con aquella gente tan pomposa.

Abraham Collins, su padre, siempre le reprochaba su actitud y le recriminaba el hecho de estar alejada de su mundo. Pero conforme Olivia crecía y comenzaba a entender más del mundo en el cual estaba inmersa sin quererlo, se dio cuenta que ella era diferente a ellos. No sentía placer por la fortuna que amasaba su padre, ni tampoco era feliz haciendo berrinches para que le compraran ropa de diseño o móviles costosos, aquellas cosas no la hacían feliz.

Por supuesto que eso la distinguió de las demás chicas que eran hijas de los socios de su padre, pero esa distinción era de forma negativa ya que aquellas niñas mimadas no querían compartir con ella.

En un principio su rechazo fue doloroso, luego aprendió a convivir con ello, de todas formas ella sabía muy bien lo que era estar sola, lo había estado desde muy chica. Cuando apenas tenía tres años, su madre, una hermosa mujer llamada Sabine y que su padre había conocido en uno de sus viajes de negocios, murió de manera repentina a los escasos veinticinco años. Olivia casi no la recordaba, pero su nana Leticia solía contarle sobre ella y ella pasaba horas escuchando con atención todo cuanto le decía.

Su padre en cambio no había tomado a bien la muerte de Sabine. Empezó a trabajar más cada día, olvidando que aún tenía una hija que necesitaba de su cariño. Olivia nunca comprendió su distanciamiento, aunque Leticia le había dicho que posiblemente era por el gran parecido que ella guardaba con su madre y que eso a su padre le dolía; pero ella también la había perdido y no reaccionaba de esa forma.

Para su desgracia no sólo en lo físico Olivia se parecía a su madre, había heredado de ella la terrible enfermedad que le arrebató la vida siendo aún muy joven. Por esa razón su infancia fue diferente a la que cualquier niño tendría. No podía hacer muchos esfuerzos y las consultas médicas se sucedían de forma constante. Su frágil condición incluso le impidió tener un cachorro con el cual jugar, ya que por recomendaciones médicas no podía exponerse a que alguna bacteria o infección que tuviera el animal afectara aún más su frágil salud.

Quizás por esa razón había querido estudiar medicina veterinaria. Los animales le apasionaban, pasaba horas, sentada frente al televisor o revisando en internet acerca de ellos, aunque no se le permitía estar cerca de ninguno. La única persona que parecía comprenderla y quererla era su nana, Leticia.

Había estado con ella desde muy chica, Olivia ya ni recordaba desde cuándo, sólo sabía que en cada recuerdo feliz de su vida siempre estaba Leticia. No era una mujer mayor, al contrario, era bastante joven y muy hermosa, incluso Olivia se preguntaba a veces por qué su nana no se había casado nunca ni tenido hijos propios.

Alguna vez, estando en lo más difícil de su enfermedad, se atrevió a hacerle la pregunta.

—Tú eres mi familia. —le respondió con una sonrisa— No necesito a nadie más.

Dos vidas contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora