Me encontraba en clase de filosofía; no lograba comprender nada de lo que el profesor decía. Explicaba de una forma poco entendible y sólo dejaba a una más confundida que en un principio.
Era el inicio de mi segundo semestre de mi segundo año en la Facultad.— Voy a reprobar este semestre —susurré—. No voy a pasar si este profesor me sigue dando clases.
Esas dos horas de clase, me la pasé fingiendo que entendía todo y quejándome de tan mal profesor que nos habían asignado. No era bueno ni para responder una duda.
El timbre sonó, indicando que era fin de clases. Tan pronto lo escuché, tomé mis cosas y me puse de pie, anhelando irme de allí.— ¿Entendiste algo? —me preguntó Olivia.
— Nada. Quedé peor que al entrar —contesté.
— Este profesor explica pésimo —se quejó Tory—. Terminaré reprobando.
— Todos lo haremos —aseguré.
— Si tan sólo ya le dieran su lugar al chico suplente —dijo Tory.
— ¿Michael?
— Sí, ese. Explica mejor que muchos de aquí y aparte es muy paciente. Sería un buen profesor.
En ese momento tuve una magnífica idea. Cómo ellas dijeron, ese chico sabía mucho y explicaba de una manera muy clara.
— No se la dan porque una: muchas andan de perras con él, pues porque tiene lo suyo y es joven. Dos: supuestamente ya le darían su plaza cuando el viejo Lengyel se jubilara, pero aún no se va —explicó Olivia—. Yo no le niego nada a ese chico.
Salimos del salón; el pasillo estaba atiborrado de personas. El ruido de pisadas, casilleros abriéndose y cerrándose reinaban allí. Miré de reojo a Joey, de quien estuve pérdidamente enamorada muchos años; estaba charlando con sus amigos. Sonreí y volví a las chicas.
— Vamos, imaginen tener una aventura con un profesor. Cómo de película —rió Tory.
— Pero como dices, eso solo pasa en las películas —repliqué.
— Pues sí, es raro que en una escuela haya maestros que se caigan de buenos.
— Además de que nuestros compañeros son puros idiotas que se creen la octava maravilla. Son tan imbéciles.
— Bueno, pero andan con esos imbéciles —objeté.
— Porque no nos vamos a quedar a vestir santos, boba. También debemos divertirnos un rato.
Me encogí de hombros y me adelanté, porque sabía bien lo que venía... Sus experiencias sexuales. Y no era que me incomodara oírlas hablar de eso, sólo que yo no tenía nada de que hablar ahí. Era más virgen que la madre de Jesús.
— ¿No vienes, Sandy? —me preguntó Tory.
Ellas estaban por salir del edificio. Miré hacia el pasillo.
— No, debo ver una cosa. Las veo luego —respondí.
— Vale, te cuidas.
Ambas se fueron. Me di la vuelta, en dirección a la sala de profesores, donde él casi siempre estaba.
Para mi suerte fue así; se hallaba sentado, leyendo unos apuntes o que sé yo.
Inspiré hondo y después exhalé lentamente.
Toqué la puerta con mis nudillos; Michael alzó la vista y con su mano me dio la indicación de entrar.— Buen día —saludé cortés.
— Hola, Sandy —sonrió—. Cierra la puerta, por favor. El ruido me desconcentra.
Hice caso a su petición. Al volverme a él, Michael había cerrado el folder que leía.
— ¿Te puedo ayudar en algo?
— ¿Me puedo sentar...?
— Por supuesto.
Tomé asiento frente a una de las dos sillas que se hallaban acomodadas frente al escritorio.
El rubio de ojos verdes arqueó una ceja.— ¿Y?
— Bueno, el profesor Waters es pésimo —inicié.
Michael rió.
— Vaya, no es pésimo. No tiene una forma clara de explicar, es todo.
— Bueno, no entiendo nada. Si eso sigue así, reprobaré y no puedo hacerlo, sabes.
— Entiendo. ¿Y eso a mí en que me perjudica o involucra? —cuestionó.
— Pues quería ver si me puedes dar una tutoría. Te pagaré.
Michael se recargo en el soporte de la silla y se cruzó de brazos, mirándome inquisitivo.
— ¿Y por qué piensas que quiero dinero? —cuestionó—. Digo, esta universidad es de las más prestigiosas y me pagan muy bien, y eso que solo soy suplente. El dinero no me importa.
Su voz no era nada pretenciosa. Es más, lo dijo de una forma divertida, no sé si de mí o la situación.
— ¿Entonces? —me encogí levemente de hombros —. Sé que dirá: vamos, hay muchos estudiantes inteligentes que pueden ayudarte. Pero no, todos son unos gillipollas. Una vez un compañero se ofreció a ayudar y me dejó peor.
Michael no dijo nada, simplemente sobaba su mentón.
— Si no quiere o no tiene tiempo de darme la tutoría, no importa —aseguré.
— ¿Tienes planes el viernes? —preguntó repentinamente.
— ¿Perdón?
— Mira, debo ir a un ensayo de la boda de mi amigo y les aseguré que iría con mi novia, la cual no existe, pero llevo meses fingiendo que existe... Ahora todos mis familiares y amigos quieren conocerla —explicó.
— No entiendo lo que dice...
— Te ayudaré, pero tú me ayudarás a mí. Yo te doy la tutoría de este semestre, pero tú fingirás ser mi novia. Nada de besos ni eso, sólo hacer acto de presencia conmigo y ya.
— Disculpa que lo diga, pero, no debería de pedirle esto a una amiga u otra persona que no sea una alumna de donde trabaja.
— Sí, podría pedírselo a una amiga, si no estuvieran casadas o comprometidas. No tengo tiempo de salir y conocer mujeres. Y le podría pedir esto a otra alumna, que gustosa aceptaría, pero se lo tomará en serio y después creerá que si tenemos algo. Tú eres guapa, simpática y no eres una loca.
— Entiendo...
— No debes responder ahora. Te doy hasta el jueves para una respuesta.
— Lo siento... Pero no, no lo haré. Gracias.