Richard Wagner (Compositor )

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De Richard Wagner

A

Mathilde

Zurich, verano de 1858

Martes por la mañana. Sin duda no esperes que deje tu maravillosa, tu espléndida carta sin respuesta. ¿O es que deberé renunciar, ante la suprema nobleza de tus palabras, al derecho de contestarle? ¿Y cómo podré responderte si no es de una manera digna de ti?

Las luchas formidables que hemos sostenido, ¿cómo podrían terminar sino por la victoria alcanzada sobre todas nuestras aspiraciones, sobre todos nuestros deseos?
Si no me ves en mucho tiempo, entonces... ruega por mí en secreto, ¡porque es que estoy sufriendo! Pero si voy a verte, puedes estar segura de que llevaré a vuestra casa lo mejor de mi ser...
Había llegado a ser hasta doloroso mi trabajo de artista porque no existía en mí el deseo intenso, el implacable deseo de encontrar algo, en vez de esta negociación, de esta hostilidad, la afirmación de mí mismo...

Una mujer tímida, titubeante, se arrojó con sublime valor en el océano de mi sufrimiento para ofrecerme ese momento espléndido, para decirme "te amo".
He seguido siendo el mismo y mi amor por tu no pudo nunca perder ese perfume, no pudo perder ni siquiera un átomo de ese perfume. Tu amor será mi bien supremo, sin él mi existencia estaría en contradicción con ella misma. Gracias, bello ángel mío, lleno de amor.
Richard."

De Richard Wagner

A

Mathilde

Venecia, 1 de enero de 1859

No! ¡No te arrepientas nunca de aquellas caricias con que embelleciste mi pobre vida! ¡No conocía estas flores deliciosas que brotan del suelo purísimo del más noble amor! Lo que soñé como poeta tuvo que realizarse alguna vez tan maravillosamente; este rocío delicioso que reconforta suavemente y transfigura tuvo que caer alguna vez sobre el suelo vulgar de mi existencia terrestre. No lo había esperado nunca, y sin embargo es como si lo hubiera sabido. Ahora estoy ennoblecido: he sido elevado al supremo rango. Sobre tu corazón, en tus ojos, de tus labios, fui liberado del mundo. Cada pulgada de mi cuerpo es ahora libre y noble. ¡El saberme amado por ti tan plenamente, tan dulce y sin embargo tan castamente, me hace temblar de sagrado pavor ante mi propia gloria! Ay, aún lo respiro, aquel mágico perfume de las flores que recogiste en tu corazón para mí: no fue­ron brotes de vida; así exhalan su perfume las flores milagrosas de la muerte celestial, de la vida eterna. Así adornaron, en tiempos lejanos, el cadáver del héroe antes de convertirlo en cenizas divinas; en esa tumba de llamas y fragancias se precipitó la amante para unir sus cenizas con las del amado. ¡Entonces fueron uno! ¡Un solo elemento! ¡No dos seres vivientes: una misma materia divina para la eternidad! ¡No! ¡Nunca te arrepientas! ¡Aquellas llamas ardieron luminosas, puras y claras! No la ensució nunca el sombrío incendio ni el humo impuro ni los vapores de angustia, aquella llama pura y casta que jamás brilló tan limpia y aureolada como para nosotros, por lo cual nadie puede conocerla. Tus caricias... son la corona de mi vida, las deliciosas rosas que florecen de la guirnalda de espinas con que estuvo adornada mi cabeza. ¡Ahora me siento orgulloso y feliz! ¡Sin deseo, sin apetencia! ¡Goce, suprema conciencia fuerza y capacidad para todo, para afrontar cualquier tempestad de la vida! ¡No! ¡No! ¡No te arrepientas! ¡No te arrepientas! ¡Nunca!

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