Parte IV

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El invierno ha comenzado a empañar los vidrios, y completando el trabajo del otoño deja los árboles débiles y desnudos. A Louis le agrada el invierno, lo que no le agrada es no poder darse el lujo de disfrutar de la estación sin que una voz interna lo diga, esa afirmación mezcla de deducción con conductas psicoanalíticas.

Tal vez te gusta el invierno, porque Eddie murió en verano. Tal vez el invierno es cruel pero no te arrebató a tu mejor amigo.

Todavía tiene el cuadro en su sala de espera, habría sido sospechoso quitarlo sin motivo aparente. No quiere admitir que de alguna forma es la razón por la que despacha a sus pacientes cada vez con más prisa, por la que se queda algunos minutos extras charlando con Perrie en la recepción, o por la que se ha ofrecido a cerrar el centro todas las noches desde la fecha que lo compró. Piensa que cuanto más tiempo pase estudiándolo, más cerca estará de revelar el enigma detrás de esos pares de ojos idénticos, de descubrir a quién pertenecen en verdad. Sin embargo el cuadro es metamórfico y tramposo. Hay días donde es Harry; Harry llevándole una vianda con un almuerzo que él considera nutritivo para el desgaste cognitivo que Louis sufre, Harry contándole de sus trabajos ocasionales como modelo y su carrera universitaria en Letras, Harry bailando por su monoambiente al ritmo de The Kooks; Harry después de tener sexo, tumbado sobre él con las pupilas dilatadas por la oscuridad y el erotismo.

Pero había tardes donde los ojos cambiaban de dueño, donde eran puramente Eddie. Esos eran los días malos, donde solo había dos aureolas moradas en su rostro y el pasado susurrándole al oído. La casa ardiendo en llamas titánicas rompiendo el azul del cielo, quemando a Louis por dentro, carbonizándole el corazón como un papel escurrido en gasolina.

Mientras espera que el semáforo de la luz verde puede ver a Niall sentado contra la ventana del bar, lleva esos lentes falsos con los que se ha obsesionado últimamente, y esconde la mitad de su rostro en la taza. No se han visto desde la fiesta de Halloween, el irlandés ha estado ocupado con su trabajo como sonidista de un teatro y Louis ha estado ocupado persiguiendo un poco de cordura, y terminando en el colchón de Harry.

“¡Tommo!” Exclama el chico a forma de saludo, y se pone de pie inmediatamente para darle un abrazo.

“Hola, lo siento por la tardanza había una multitud en el consultorio. Las semanas cercanas a navidad son el terror de todo médico, ¿por qué la gente se empeña en manipular fuegos de artificio que no saben encender correctamente?” dice Louis acomodando su abrigo en el respaldo de la silla, y sacudiéndose de la llovizna.

“Wow, te iba a pedir un café pero veo que ya estás lo suficientemente alterado.” Sus cejas se levantan con diversión.

“No, solo tomaré un submarino y dos croissants.” Suspira, haciéndole una señal al camarero para que se acerque.

“¿Un submarino? ¿Cuántos tienes doce?”

“Horas de resistencia en la cama.”

“Centímetros de altura.”

“De verdad te odio, y no sé por qué acepte juntarme contigo.” Ataca Louis.

“Porque me amas, y necesitas alguien con quien descargar tu estrés.” Contesta Niall lanzándole un beso.

Está a punto de decir que ya tiene quien le quite el estrés de formas más placenteras, pero se muerde la lengua justo a tiempo para no exponerse. Revuelve su tazón intentando desarmar los grumos de chocolate, mientras Niall le cuenta acerca de la obra que están presentando en el teatro actualmente, aparentemente está teniendo un éxito decente y una de las actrices ha caído bajo sus encantos irlandeses. Las reuniones con Niall son tan livianas y llevaderas que debería dejar de aplazarlas; un rato después están discutiendo animadamente acerca de una nueva canción que parece sonar en todos lados, el castaño se queja mientras el rubio tararea.

Génesis ▪ l.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora