Mil pedazos.

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 Al despertar sentí el rigor de no dormir en una cama. Mi madre fue lo primero que vino a mi mente, después mi hermano. Supe, desde el principio, que ambos me buscarían sin frenar en sus intentos. El día estaba nublado, a duras penas un tono más claro que por la noche. Asomé para verificar que no hubiese moros en la costa, no los había.

 El estómago me rugió, normalmente suelo saciarlo con el desayuno, esa mañana no parecía que fuera a haber suerte con lo que respectaba a la alimentación. Caminé a casa, la luz tintada del sol no alcanzaba para calentarme el cuerpo.

 Al final llegué, parecía haber sido abandonada un millón de años atrás. Entré intentando que la puerta no hiciera ruido, el monstruo podría reaparecer en cualquier momento. Sólo pensarlo me erizaba la piel. Los focos de todas las habitaciones estaban reventados, regaban el piso de cristales cortantes. Eso ocurrió en el momento en que el monstruo apareció en la noche anterior, a su paso todo explotaba.

 Busqué comida, éxito cero, de las canillas no salía ni una gota de agua. Era un mundo apocalíptico, me dejé caer en el sillón de la sala y (sin notarlo) me quedé dormido por horas.

Will Byers en las sombras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora