CAPITULO II
Los lápices del cielo
Después de inventar una buena excusa por haber llegado tarde, la cual falló, debido a que su madre tenía gran intuición ante las mentiras de su hijo, a Rafael no le quedo otra de contar lo que había sucedido, alarmando a ambos padres por el peligro que corrió:
-Acaso tienes alguna idea del peligro al que te expusiste, te pudieron haber asesinado- dijo asustado Javier Hernández, padre de 43 años, ya su cabeza pintaba algunas canas y su cara varias arrugas, sus lentes cubrían sus ojos café y a su misma vez sus ojos cubrían un oscuro pasado.
-Ya ves si hubieras estado en la estación nada de esto hubiera pasado- grito Celia Meléndez con un poco de satisfacción ya que le advirtió a su esposo de que algo malo le podía haber pasado a su hijo al haber llegado tarde
Esta vez los gritos de sus padres para el no significaron nada era algo normal, lo que no era nada normal era la desaparición de ese joven fue algo que lo dejo impactado desde el almuerzo a la cena, ya en la noche, una llamada telefónica lo alarmo aun más:
-De verdad te agradezco lo que hiciste por mí-dijo la voz al teléfono, una voz un poco misteriosa nada parecida a la del joven que habían atacado.
Ya era bastante obvio que esa voz era la del mendigo
-¿Tu eres aquel mendigo cierto?- pregunto Rafael- no te preocupes no fue nada
-Yo no soy ningún mendigo, puedes llamarme Joshua, sal al patio te daré más detalles- y colgó.
Cual rayo se puso el primer suéter que encontró y salió corriendo pero claro con mucho cuidado ya que sus padres no podían saber el nunca les conto la desaparición del sujeto. Al salir por alguna razón no había nadie. Se sentó y por un momento contemplo las estrellas se hizo a si mismo varias preguntas:
-¿En donde estará este sujeto?, ¿Cómo me contacto?, ¿Y si es el ladrón?...- de pronto una de esas estrellas empezó a dibujar un circulo en el cielo llamando su atención, otras tres se le unieron en su trayecto e hicieron una figura parecida a un rombo en dirección al piso. Una luz atrajo a Rafael al cielo, era una iluminación ardiente pero lo llenaba de paz el pensaba que estaba muriendo.
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Karl McCallister Cazador de almas
Aventura¡Admirad a los cobardes de ellos podéis aprender que no existe el miedo a la debilidad!