Muchos ayudadores, por ejemplo en psicoterapia o en servicios
sociales, ante personas que buscan ayuda, creen que deberían ayudarles
como algunos padres lo hacen con sus hijos. Por otra parte,
muchas personas que buscan ayuda esperan que los ayudadores
se dirijan a ellos como padres a sus hijos, para así recibir de ellos
lo que de sus padres siguen esperando o exigiendo.
¿Qué ocurre cuando los ayudadores responden a estas expectativas?
Se embarcan en una larga relación. ¿Y dónde lleva esta relación?
Los ayudadores acaban en la misma situación que los padres
en cuyo lugar se colocaron con su deseo de ayudar de esta forma.
Paso a paso tienen que poner límites o frustrar a aquellos que
buscan ayuda. Así, los clientes muchas veces desarrollan hacia los
ayudadores los mismos sentimientos que antes albergaban hacia
los padres. De esta manera, los ayudadores que se situaron en el
lugar de los padres o incluso pretendían ser los mejores padres, en
los ojos de los clientes acaban siendo iguales que sus padres.
Muchos ayudadores permanecen atrapados en la transferencia y
contratransferencia del hijo a los padres, dificultando a los clientes
la despedida de sus padres y también de ellos mismos.
Al mismo tiempo, una relación según el ejemplo de la transferencia
hijo-padres también obstaculiza el desarrollo y la maduración
personal del ayudador. Lo explicaré en un ejemplo:
Cuando un hombre joven se casa con una mujer mayor, muchos
reciben la imagen de que está buscando sustituir a su madre. ¿Y
qué busca ella? A un sustituto de su padre. Lo mismo se da también
a la inversa. Cuando un hombre mayor se casa con una chica joven,
muchos dicen que ella se ha buscado un sustituto de su padre. ¿Y
él? Él ha buscado sustituir a su madre. Es decir, por muy extraño
que suene, quien se mantiene largamente en una posición superior
e incluso la busca e intenta conservarla, se niega a ocupar su lugar
de igual a igual entre adultos.
No obstante, existen situaciones en las que durante un breve
tiempo resulta beneficioso que un ayudador represente a los padres,
por ejemplo cuando es necesario que el movimiento amoroso,
interrumpido a una edad temprana, sea retomado y completado. (1)
Sin embargo, a diferencia de la transferencia hijo-padres, los ayudadores
representan aquí a los padres verdaderos, sin pretender
sustituirlos como si fueran una mejor madre o un padre mejor. Por
eso, los clientes tampoco necesitan desligarse de ellos. Los ayudadores
mismos los conducen a sus padres verdaderos. Así, ambas
partes permanecen libres.
Lo mismo se aplica a la ayuda para niños. Cuando los ayudadores
sólo representan a los padres, los clientes pueden sentirse cobijados
con los ayudadores, ya que no pretenden ocupar el lugar de
los padres.
(1) Cuando un niño pequeño no pudo estar con la madre o el padre,
aunque los hubiera necesitado urgentemente y anhelara volver
con ellos -por ejemplo en caso de una estancia prolongada en
el hospital- el anhelo del niño se convierte en dolor, desesperación
y rabia.
A partir de esta experiencia, el niño se retira de los padres y, más
tarde, también de otras personas, aunque anhele estar con ellas.
Estas secuelas de una interrupción temprana del movimiento amoroso
se superan retomando el movimiento original y completándolo. En
este caso, el ayudador representa a la madre o al padre de aquel
entonces, y el cliente, como el niño de entonces, puede
llevar a cabo el movimiento interrumpido en aquel momento.
El tercer orden de la ayuda significa, por tanto, que ante un adulto
que acude en busca de ayuda, el ayudador se presente también
como adulto. De esta forma rebate los intentos de colocarlo en el
papel de madre o de padre. Es comprensible que muchos reciban
esto como dureza y lo critiquen. Paradójicamente, esta "dureza" se
clasifica como arrogancia aunque, bien mirado, en una transferencia
hijo-padre, el ayudador es mucho más arrogante.
El desorden en la ayuda consiste aquí en permitir que un adulto
demande al ayudador tal como un niño lo hace con sus padres, y
permitirle al ayudador tratar al cliente como si fuera un niño, asumiendo
en su lugar asuntos cuyas responsabilidades y consecuencias
únicamente puede y debe asumir él.
El reconocimiento de este tercer orden de la ayuda marca la diferencia
más profunda entre el trabajo con Constelaciones Familiares
y la Psicoterapia convencional.
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Ordenes de la ayuda
EspiritualJORNADAS DIDÁCTICAS EN ZURICH, 2003 El arte de la ayuda La tristeza La relación de triángulo La ayuda sistémica La acusación La relación terapéutica El ruso La ayuda al servicio de la reconciliación Comentario Sinti y romanís El duelo que libera Lo...