El tercer orden de la ayuda

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Muchos ayudadores, por ejemplo en psicoterapia o en servicios

sociales, ante personas que buscan ayuda, creen que deberían ayudarles

como algunos padres lo hacen con sus hijos. Por otra parte,

muchas personas que buscan ayuda esperan que los ayudadores

se dirijan a ellos como padres a sus hijos, para así recibir de ellos

lo que de sus padres siguen esperando o exigiendo.

¿Qué ocurre cuando los ayudadores responden a estas expectativas?

Se embarcan en una larga relación. ¿Y dónde lleva esta relación?

Los ayudadores acaban en la misma situación que los padres

en cuyo lugar se colocaron con su deseo de ayudar de esta forma.

Paso a paso tienen que poner límites o frustrar a aquellos que

buscan ayuda. Así, los clientes muchas veces desarrollan hacia los

ayudadores los mismos sentimientos que antes albergaban hacia

los padres. De esta manera, los ayudadores que se situaron en el

lugar de los padres o incluso pretendían ser los mejores padres, en

los ojos de los clientes acaban siendo iguales que sus padres.

Muchos ayudadores permanecen atrapados en la transferencia y

contratransferencia del hijo a los padres, dificultando a los clientes

la despedida de sus padres y también de ellos mismos.

Al mismo tiempo, una relación según el ejemplo de la transferencia

hijo-padres también obstaculiza el desarrollo y la maduración

personal del ayudador. Lo explicaré en un ejemplo:

Cuando un hombre joven se casa con una mujer mayor, muchos

reciben la imagen de que está buscando sustituir a su madre. ¿Y

qué busca ella? A un sustituto de su padre. Lo mismo se da también

a la inversa. Cuando un hombre mayor se casa con una chica joven,

muchos dicen que ella se ha buscado un sustituto de su padre. ¿Y

él? Él ha buscado sustituir a su madre. Es decir, por muy extraño

que suene, quien se mantiene largamente en una posición superior

e incluso la busca e intenta conservarla, se niega a ocupar su lugar

de igual a igual entre adultos.

No obstante, existen situaciones en las que durante un breve

tiempo resulta beneficioso que un ayudador represente a los padres,

por ejemplo cuando es necesario que el movimiento amoroso,

interrumpido a una edad temprana, sea retomado y completado. (1)

Sin embargo, a diferencia de la transferencia hijo-padres, los ayudadores

representan aquí a los padres verdaderos, sin pretender

sustituirlos como si fueran una mejor madre o un padre mejor. Por

eso, los clientes tampoco necesitan desligarse de ellos. Los ayudadores

mismos los conducen a sus padres verdaderos. Así, ambas

partes permanecen libres.

Lo mismo se aplica a la ayuda para niños. Cuando los ayudadores

sólo representan a los padres, los clientes pueden sentirse cobijados

con los ayudadores, ya que no pretenden ocupar el lugar de

los padres.

(1) Cuando un niño pequeño no pudo estar con la madre o el padre,

aunque los hubiera necesitado urgentemente y anhelara volver

con ellos -por ejemplo en caso de una estancia prolongada en

el hospital- el anhelo del niño se convierte en dolor, desesperación

y rabia.

A partir de esta experiencia, el niño se retira de los padres y, más

tarde, también de otras personas, aunque anhele estar con ellas.

Estas secuelas de una interrupción temprana del movimiento amoroso

se superan retomando el movimiento original y completándolo. En

este caso, el ayudador representa a la madre o al padre de aquel

entonces, y el cliente, como el niño de entonces, puede

llevar a cabo el movimiento interrumpido en aquel momento.

El tercer orden de la ayuda significa, por tanto, que ante un adulto

que acude en busca de ayuda, el ayudador se presente también

como adulto. De esta forma rebate los intentos de colocarlo en el

papel de madre o de padre. Es comprensible que muchos reciban

esto como dureza y lo critiquen. Paradójicamente, esta "dureza" se

clasifica como arrogancia aunque, bien mirado, en una transferencia

hijo-padre, el ayudador es mucho más arrogante.

El desorden en la ayuda consiste aquí en permitir que un adulto

demande al ayudador tal como un niño lo hace con sus padres, y

permitirle al ayudador tratar al cliente como si fuera un niño, asumiendo

en su lugar asuntos cuyas responsabilidades y consecuencias

únicamente puede y debe asumir él.

El reconocimiento de este tercer orden de la ayuda marca la diferencia

más profunda entre el trabajo con Constelaciones Familiares

y la Psicoterapia convencional.

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