La fecha

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Desperté, todo estaba bastante iluminado. Cerré velozmente los ojos; siempre he sido histérica con el tema de la luz. Tenía frío, mucho frío. Me envolví en mis brazos para darme calor. Volví a abrir los ojos y así acostumbrarme. Al observar mi cuerpo noté que no llevaba nada más que una simple bata de enfermería.

Miré alrededor, era un cuarto totalmente blanco. El suelo era una única baldosa, lo que me pareció extraño, ¿cómo habían traído una baldosa de ese tamaño a este lugar sin romperla?

Y… ¿Qué era este lugar?

No sabía en dónde estaba. Tal vez me desmallé y me llevaron al hospital. Intenté recordar, en vano. Me levanté con mucho esfuerzo. Al volver a mirar alrededor me mareé, el cuarto era tan blanco que no distinguía entre la pared y el piso.

Eché un vistazo a una puerta que estaba ahí. Era de acero, con bastantes tornillos en los bordes. Una ventanilla de doble cristal se encontraba en lo alto, lo que me hizo preguntarme por qué tanta seguridad. Intenté abrirla, pero estaba cerrada. Aparte de eso, únicamente había un potente bombillo en el centro del techo.

Comencé a dar vueltas al azar, desesperada por encontrar una salida. No encontré nada. Grité, nadie contestó. Pateé las paredes, sonaron huecas; ¿había más habitaciones aquí? Sólo podía averiguarlo de una manera. Corrí rápidamente hacia la puerta y me asomé por la ventanilla, había muchas puertas iguales, todas con números pintados con aerosol rojo en el centro, justo debajo de la ventanilla. Observé la puerta de enfrente, decía «13/06/03», y la de al lado decía «15/06/03». Me fijé en el reflejo de la ventanilla de enfrente y pude ver los números de mi puerta, aunque estaban al revés no fue complicado descifrarlos: 14/06/03. Estaba claro, eran fechas.

Miré mi reloj, me alegré de tenerlo aún. Era 10 de junio. Faltaban cuatro días para… ¿Qué?

Esperé. A las ocho de la noche las luces se apagaron, todas excepto las del corredor de afuera. Busqué una esquina y me recosté en el piso. Aunque era temprano, estaba bastante aburrida y tenía sueño.

Unos extraños y siniestros alaridos interrumpieron mi sueño.

—Paren, por favor, ¡deténganse! ¡No!

Miré el reloj otra vez: 11/06/03, 00:01 Se me heló la sangre. Esos gritos eran macabros, muy macabros. Estaban acompañados de un particular sonido, como el de la máquina de una dentistería.

Los chillidos cesaron. Se escuchó el sonido de una puerta abriéndose. La curiosidad me consumió, y al poco rato logré levantarme para ver lo que sucedía a través de la ventanilla. Aquella imagen me impactó. Había dos hombres, los dos con atuendos de doctor, llenos de sangre. Ambos llevaban una camilla cubierta con una sábana blanca, manchada con ese líquido rojo.

Uno de los sujetos, el de atrás, se tropezó y la movió un poco. Un brazo cayó desde debajo de la manta; estaba despedazado, como si lo hubieran desgarrado con sus propias uñas. Los músculos estaban al aire, sueltos, dejando ver el hueso y los tendones principales. El húmero estaba totalmente astillado y pequeños trozos de su esqueleto salían atravesando la carne.

—Ah, maldición —dijo el doctor antes de recolocarlo ahí encima.

Pero lo que más me impactó fue el número en la puerta recién abierta: 11/06/03. Caí al piso, era la misma fecha que decía mi reloj. Me arrastré hacia una esquina y pasé la noche ahí, sin apartar la vista de la puerta ni por un solo instante.

La luz se volvió a encender, yo seguía despierta. Me pareció ver un hombre al otro lado de la puerta. Cuando entró solté un grito y me moví hacia atrás, pero al estar pegada contra la pared no podía correrme.

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