Cosas

¿Te acordas cuando nos conocimos?

Respiro agitadamente y siento un crujir en mis pulmones.
No se por que me dejé estar.
Ella, una de las personas que más amo en este mundo, podría irse en cualquier momento. Desaparecer de un día para otro, una noche como cualquiera, ella podría irse.
Ya no podría abrazarla y sentir su aroma, ese perfume dulzón que me droga con solo estar cerca; ese que tanto me enamoró en aquella época.
Siento una desesperación total, me desespera estar acá sentado, sin hacer nada, sabiendo que ella está encerrada y llorando.
Me tortura no poder abrazarla, me lastima verla bien de día y descubrir que de noche se lastima, que piensa en cómo matarse, que sufre ataques de ansiedad a los que nadie les presta atención.
Yo si. Yo busqué información, yo busqué consejo, yo busqué palabras de profesionales y diagnósticos. Sigo buscando, no importa el pánico que me genere hablar con desconocidxs, la víctima es ella, no yo.
Quiero llorar, quiero detener el tiempo y huir con ella, ser felices, que su sonrisa por una vez sea sincera.

Siento impotencia y sufro, porque una persona que amo, con quien pasé por tantas cosas, tantos sentimientos, quien me salvó y después me hizo hundirme, me hizo feliz y me hundió con ella, cuya mochila de problemas cargué durante tanto tiempo y sonriendo besé sus labios, para que todo estuviera bien. Ella, que en mis brazos lloró deseando estar muerta, yo que por ella me olvidé de mi mismo y de todo lo que me rodeaba, que por ella no dormía ni comía, en cuyos problemas me ahogue como si fueran propios y mis lágrimas, que sin condiciones regalé a su alma.
Ella, está muriendo.
Y yo con 16 años y todos mis problemas existenciales me doy cuenta de que mi razón más recurrente para llorar, es ella.
Si para hacerla feliz, tuviera que matarme, no lo dudaría. Pero la vida es cruel y me obliga a hacer un esfuerzo mayor.
Mantenernos con vida a ambxs.
Y duele. Duele mucho.