Capítulo 3: Así es la casa de Luna

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Francisco se levantó lentamente de su cama. Se puso lentamente sus pantuflas y fue lentamente al baño. Lentamente se lavó los dientes mientras tomaba el cepillo y se peinaba lentamente. Luego bajó las escaleras y tomó el desayuno que su madre había preparado lentamente.

Por la descripción que acabo de darles sobre los primeros minutos de la mañana de Francisco, se habrán dado cuenta de que este adolescente de quince años había amanecido muy deprimido. Deprimido porque sabía que ese día no podría volver a su casa. Porque sabía que cuando se despidiera de su madre para ir al colegio, se estaría despidiendo por última vez. Por última vez hasta que pasaran esas dos semanas.

Porque ese día cuando Francisco volviera del colegio, no llegaría a su casa. No. Ese día, el pobre y desgraciado Francisco, luego de las cinco horas de colegio, no se relajaría en la comodidad de su PROPIA casa. No tendría la posibilidad de llegar y estirarse sobre su acolchonado sofá color crema. No podría entrar corriendo ni abrazar a su preciada y cariñosa caniche. No podría disfrutar de la soledad de su cuarto, ni jugar toda la tarde con su computadora. Tampoco tendría...

- ¿No te parece mucho? ¿Por qué no vas directamente al punto?

- Esta es mi historia y la narro como quiero.

- ¡¡Pero yo soy el protagonista!! ¡¡No te pagan para decir cualquier cosa!!

- No me pagan.

- Bueno...

- ¿Terminaste?

- Sí.

En fin. El chico, debido a una llamada de trabajo para su madre, tendría que quedarse dos semanas bajo el cuidado de la mejor amiga de su mamá. Que resulta ser la madre de la chica a la cual odiaba desde que había comenzado la primaria. La cual tampoco sentía nada parecido al amor por Francisco.

Luna, a medio kilómetro de distancia, no había amanecido tan mal. Luego de dos días meditando sobre lo sucedido, ya había aprendido a aceptarlo. Lo único que le molestaba era que sería él el que estaría viviendo bajo su techo. Pero ella, esa mañana amaneció como cualquier otro día. Desayunó y salió de su casa en su bicicleta, tapándose la nariz y la boca con su bufanda roja.

A pesar de la lentitud con la que Francisco salió de su casa, él y Luna aparecieron en la puerta del colegio, casi al mismo tiempo. Intentaron ignorarse, pero no pudieron evitar lanzarse un insulto.

Nadie en el curso pudo evitar notar la enorme atmósfera de odio que hubo entre aquellos dos seres durante todo el día. Cualquiera se daría cuenta de que algo andaba fuera de lo normal, teniendo a ambos enviándose telepáticamente maldiciones, el uno al otro. Incluso los profesores no se animaban a hablarles.

Mateo comenzó a sospechar que su amigo estaba mal, cuando Francisco se negó a salir en el primer recreo. Y Lucía también se dio cuenta de eso, cuando Luna le rogó que fueran a pasear por el patio.

Nuestros protagonistas les dieron mil excusas diferentes a sus amigos, para no tener que contarles la verdad de lo que sucedía. "Tengo fiebre", "discutí con mi mamá", "el gato de mi vecino murió" y "hoy me siento raro", eran algunas formas de hacer que Lucía y Mateo se cuestionaran la confianza que tenían con sus amigos.

Por suerte, Francisco y Luna se dieron cuenta de que llamaban demasiado la atención, cuando el profesor de Historia les preguntó si se encontraban bien. Ambos intentaron concentrarse en lo que debían, y a partir de ahí, ya parecieron adolescentes normales. O por lo menos, más normales que antes. Aunque bueno, la normalidad es relativa, por supuesto, y estos dos, estaban actuando relativamente de una forma no muy normal.

Viendo que no conseguirían respuestas, Lucía y Mateo se rindieron por fin. Dejaron en paz a sus amigos, sin tener siquiera una idea de por qué actuaban así. Por supuesto sabían que algo había pasado entre ellos, pero jamás imaginarían que ese algo era que tendrían que vivir juntos durante dos semanas.

Francisco y LunaWhere stories live. Discover now