Los Siete Sellos

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31 de octubre.

Cómo es de esperarse, en la noche de brujas, muchos padres consentían a sus hijos con eso de comprarles disfraces, y fueran a pedir dulces a las casas de los vecinos, con sus típicos “Truco o trato”. Y no solo los pequeños lo hacían, en los centros comerciales, discotecas, bares, lo que sea, las personas se disfrazaban, y hacían concursos y habían fiestas, y al final, a muchos no les impresionaba el traje que asustaba más, sino el que mostrara más.

Yo odiaba completamente esa estupidez del día de brujas. Claro, soy latina, en mi país, no acostumbran a hacer esas cosas, aunque claro, con esto de la globalización, ya les había agarrado estas costumbres. Pero bueno, yo no viví la mayor parte del tiempo en un país latino, tuve que mudarme a San Francisco cuando apenas tenía qué, ¿unos cinco años? No recuerdo absolutamente nada, nunca volví a mi país de verdad, y no lo extrañaba.

-       Kelly, sal a comprar unas bebidas, por favor.

Esa es mi mamá, había invitado a la familia de la esposa de mi hermano a casa y estaban teniendo una cena muy agradable, -sin mí, por supuesto. –yo estaba encerrada en mi habitación, con la excusa de “tengo mucho deber que hacer”. Pero la verdad era, que no me agradaba que esas personas vinieran a visitarnos, y mucho menos, estar compartiendo con ellos, me hacían sentir como si yo no fuera bienvenida.

No soy bienvenida en mi propia casa.

Estaba realmente frío, intentaría salir de mi casa sin una chaqueta, pero luego pensé que no podría ser tan ridícula y que definitivamente, debía ponerme un abrigo, calcetines y botas.

Tomé las llaves del auto, mi cartera y subí al auto, para ir a comprar las bebidas que me habían pedido. Un poco de chocolate, sodas, y unas cuantas cervezas. Prefería mil veces ir a hacerles los mandados de las compras, que estar compartiendo con ellos algo que no disfrutaba realmente.

Llegué al supermercado, compré lo que quería, y de paso, me alquilé un par de películas que ver, un poco de miedo, algo de paranormal, extraterrestres, vampiros… de esas cosas que definitivamente no existen.

Cuando iba de vuelta al auto, me di cuenta que estaba realmente despejado el cielo, las estrellas brillando con todo su esplendor y la luna, una luna llena, hermosa y amarilla, que quedaba perfecto con el hecho de “noche de brujas, hombres lobo, y cosas paranormales”.

De camino a casa, la radio del auto sonaba, yo tarareando algunas de las canciones que pasaban, fue cuando me detuve en seco y frené. Las llantas del auto chillaban contra el asfalto, de haber otro auto detrás de mí, pude haberme ganado unas cuantas groserías, sino es que un cálido accidente en esta noche fría.

Tuve que parquear, salir y mirar con asombro lo que sucedía en el cielo.

-       ¿Una tormenta…?

Eso era imposible, estaba absolutamente despejado, y era extremadamente raro que lloviera en esta época del año.

Pero lo más extraño de todo, era el hecho que, caían del cielo unos relámpagos terribles, pero ¿y los truenos? Era como que estuviera viendo una película en televisión y yo le hubiera dado en “silencio”.

Fue cuando cayó un relámpago a tan solo diez metros de mí, grité como nunca había gritado y me tiré al suelo. Fue un estruendo terrible, la tierra se movía como si estuviera temblando y las luces de esas cuadras, se apagaron.

Y en el mismo momento, se encendieron.

O es que en realidad nunca se apagaron.

Nadie se había dado cuenta de ese relámpago tan horrible, lo cual era extraño, porque había muchas casas en esa zona y algunos niños pidiendo dulces.

Cuando me vieron gritar y tirarme al suelo, algunas personas se me quedaron viendo, como si estuviera loca. Fue que sentí que alguien tocó mi hombro y me volví a ver con los ojos abiertos como almendras.

-       ¿Le sucede algo?

Era una dulce niña rubia y ojos pardos, de alrededor de cinco años, vestida con un disfraz de hada. Yo la observé con los ojos muy abiertos y lo único que salió de mi boca fue:

-       ¿Viste eso?

-       No, ¿A qué se refiere?

-       Olvídalo…

-       ¿Truco o trato?

La sonrisa de la niña me dio un pánico que no había sentido nunca, sus ojos azules me asustaron como no me asustarían las películas de miedo que había alquilado.

Antes eran de otro color…

Regresé al carro, y saqué unos cuantos dulces de los que había comprado para mis sobrinos y se los di a la pequeña, ella muy alegre se alejó, y luego de eso, volví a ver al cielo, esperando que otro relámpago cayera de él.

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