Capítulo 4

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-       Tenemos que llevarla a su casa, su madre debe estar preocupada.

-       Pero está bastante débil, lo mejor es que ella llegue por su propia cuenta.

-       No lo creo, necesitará mucha ayuda para levantarse.

Estaba oscuro, solo podía ver faros de luces que resplandecían intermitentemente. Dos voces, una voz de mujer adulta y otra de un joven, era lo único que podía oír, aun con mucho dolor. Se dio cuenta que esos faros no eran más que luces creadas por sus ojos cerrados, eran esos brillos que ella detestaba mucho cuando le daba migraña.

Su cuerpo estaba adolorido, moría del frío y la migraña, era definitivamente la peor que había sentido nunca. Las voces de esas dos personas, aunque hablaban con tono dulce,  ella lo sentía como martilleos en los oídos. Luego de las palabras cruzadas entre esas dos personas, se oyó como se cerraba una puerta y por la ausencia del ruido en esa habitación, ella supuso que la habían dejado sola.

Abrió los ojos poco a poco, era una habitación oscura, iluminada con un poco de luz natural.  Cuando al fin abrió los ojos por completo, por lo colores y el olor que había, sintió como si le hubieran dado con un martillo en la cabeza. El vértigo se apoderó de ella, se levantó en un segundo y vomitó.

Ella odiaba vomitar. Cuando estaba pequeña, cada vez que vomitaba, lloraba; ahora, se enojaba y hacía berrinche contra ella misma. Vomitó unas cuatro veces seguidas, hasta que al fin, no expulsó más que bilis, su estómago y garganta ardían por los ácidos estomacales, la boca le apestaba y pequeñas lágrimas salían de sus ojos.

Se llevó una mano a la frente, y se quitó una pequeña toallita mojada que le habían puesto, agradecida de que no hubiera caído en el vómito. Se dio cuenta que tenía muy alta la temperatura del cuerpo, y al verse las piernas, no andaba los pantalones y la camiseta blanca que usaba aquel día.

Andaba en un camisón blanco y largo. Parecía camisón de hospital, pero estaba segura que no estaba en uno por la decoración de esa habitación. Era pequeña, olía a ropa guardada, entraba poca iluminación, había otra cama en la otra esquina, una mesa con un depósito con agua y unas frutas, con unas cuantas avispas encima.

Con cuidado y lentitud, se levantó de la cama, sus piernas estaban débiles y se dirigió a la mesa, para poner ahí la toallita húmeda. A un lado, había un espejo, al verse, se llevó una gran sorpresa y se llevó su mano a la boca.

Estaba prácticamente, en los huesos. Sumamente delgada y blanca, pálida. No tenía idea de cuantos días había estado sin comer, sin ver la luz del sol, sin nada en absoluto. Sus ojos, se veían tristes y amarillos.

-       ¿Dónde estoy?

Se volvió, había una silla con unas ropas dobladas, las que parecían, eran suyas. Se vistió y se puso en marcha, aunque no tenía la fuerza suficiente para caminar por lo menos diez minutos.

Abrió la puerta de la habitación, y se encontró con un largo pasillo con muchas puertas en los costados. Camino recto, deteniéndose con ayuda de la pared y al fin, llegó a unas escaleras, las cuales fue bajando poco a poco, con cuidado de no caerse ni lastimarse.

Por suerte, luego de vomitar, el dolor de cabeza había desaparecido casi por completo, y suponía que se mantenía suave por la falta de comida. Al llegar a la primera planta, se encontró con un vestíbulo grande y vacío, un par de ventanas a los lados de una puerta doble de madera que parecía vieja y mohosa.

Era poca la luz que entraba al lugar, y le dio la sensación que las dos personas dentro de aquella habitación habían desaparecido del mundo entero. Se acercó a la puerta e intentó abrirla, y aunque no estaba sorprendida por lo que sucedió se sintió un tanto decepcionada. La puerta estaba cerrada.

Los Siete SellosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora