Capítulo I. Blanco.

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El viento acariciaba los cipreces con la ternura de un amante otoñal, llevando con él de manera obsequiosa un sutil perfume de lavanda y menta a lo largo de los kilométricos jardines del Palacio Real. Los mozos de blanco circulaban con destelleantes charolas plateadas de manera eficiente entre los comensales igualmente vestidos que mantenían sus copas en las manos hablando entre ellos con su elegante acento, los setos artísticamente recortados, las fuentes centenarias con sus augustos dioses griegos coronándolas entre los chorros de agua. No había en la memoria de la doctora Trueba un recuerdo que superase la emoción que le embargaba en aquel momento.

Aroha Trueba era una mujer hermosa, de tes morena y ojos verdes, las facciones altivas típicas en su nación de toros y castañuelas, sus labios eran ligeramente carnosos, por lo que su sonrisa resultaba encantadora en conjunto con sus dientes regulares y sus coquetos hoyuelos. Su alta y esbelta figura se desenvolvía con la gracia y seguridad de quien no teme al mundo, verdaderamente no tenía motivos para hacerlo. Nació en el seno de una familia dedicada a la industria textil por generaciones, pero al ser la favorita de su padre se le permitió estudiar medicina en lugar de administración y dedicarse al altruismo más que ejercer. Ese noble corazón amante de la caridad fue lo que le permitió conocer al rey de aquella nación, caer en aquella cueva sin salida llena de lobos dispuestos a despedazarla.

Todo comenzó cuando logró fundar un orfanato en las calles marginales de La Capital con ayuda de la Iglesia, el primero en tierra extranjera y que hizo a la princesa Sèverine fijar en ella su atención para ayudarle en diversos proyectos que hasta entonces se habían quedado en el tintero. "La Corona ayudará a que los orfanatos y hospitales de la Fundación Trueba sean una realidad a nuestro pueblo" decía entre otras cosas la carta firmada por la hermana de Su Majestad. Aquello fue un motivo de celebración en la fundación, pese a que la princesa no era muy popular. Decían en los medios pequeños que ella era quien gobernaba con mano de hierro y que por una enorme conspiración había ganado la corona para su hermano, para Aroha aquello era por el aspecto de la mujer: Siempre con un semblante rígido y cortos discursos autoritarios y breves, nunca concedía entrevistas y era mundialmente famosa por rechazar una y otra vez a los pretendientes que le asediaron hasta el cansancio pese a sus grandes fortunas, rostros hermosos y títulos de rancio abolengo. Algunos amarillistas tachaban a la mujer como lesbiana, los patriotas defensores de la monarquía insistían en que el marido de la princesa era El Reino, pero para una mujer feliz y soñadora como Aroha, Sèverine De Marelle era una mujer esperando la aparición indicada de su gran y único amor, como la misma extranjera esperaba al suyo propio.

-Buenas tardes, doctora Trueba -dijo una voz cargada del acento nativo que le sacó de su ensimismamiento, seguía en aquel jardín hermoso e inmenso con un vestido blanco, como todos los invitados, y el mozo de frac blanco de cabellos cobrizos prosiguió- Ha llegado el momento de presentarle.

Aquello hizo que la morena perdiera el sentimiento de emoción y fuera asaltada por un terror increíble ante la mirada de los hombres y mujeres más ricos e importantes de aquel reino. Su paso era seguro, más la mirada era como la de un temeroso cervatillo mientras ascendía al estrado donde se encontraba la mesa principal, larga de mantel blanco con las sillas dispuestas para que los comensales quedaran de frente al público, sentados en redondas mesas decoradascon flores color blanco... blanco... todo era demasiado blanco. Apenas subió, los varones de la mesa se pusieron en pie y notó al primer asistente que faltaba al código del vestido con una pulcra sotana negra, pero el joven sacerdote apenas pudo tener un segundo de su atención.

Aroha jamás vio tanta belleza en una familia. Todos eran hermosos con su piel de porcelana y sus ojos azules profundos. Incluso los niños en sus infantiles facciones dejaban entrever su futuro encanto. No fue difícil reconocer a la princesa Sèverine era de modales tan fríos y rígidos que la prensa jamás pudo dejarlo claro, sus hermosas facciones afiladas estaban esculpidas con soberbia y un garbo etéreo. La princesa Zoè era de una hermosura enigmática, sus ojos parecían lanzar destellos y su risa era cantarina mientras hablaba con uno de los pequeños, era una belleza que parecía poner a los hombres bajo un embrujo, el Ministro de Salud no se daba cuenta de que retiraban su plato casi intacto por observar a la mujer, hasta que una mirada amenazante y pesada como un trueno por parte de la hermana mayor lo sacó de su ensueño y volteó buscando su almuerzo con gesto confuso y avergonzado. Aroha entendió en ese simple gesto que Sèverine era temida incluso por sus iguales.

La Corte De Los Zafiros (En Proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora