No necesitaba mirarme un segundo más para darme cuenta de que estaba hecha pedazos. Cualquier persona que me viese se daría cuenta. Pero aún así ahí estaba, practicando mi mejor sonrisa frente al espejo. La que a partir de ese momento debía fingir. Podía estar exagerando, pero no sabía del todo si alguna vez mi sonrisa volvería a ser verdadera.
Es que ahí está el asunto, ese es el problema de todo ser humano. Centramos nuestra felicidad en una sola cosa, y cuando ya no está, ¿quién levanta los pedazos? Nosotros mismos, si es que estamos dispuestos a hacerlo. Nadie más lo haría.
Yo me había rendido. Hacía exactamente una semana que no era la misma y no tenía interés alguno en volver a serlo.
Por eso fingiría no haber cambiado nunca.
Desaté mi trenza y dejé caer en mi espalda las ondas que se habían formado en mi pelo. Me maquillé, intentando tapar las ojeras y por qué no, lucir un poco bonita. Tomé el vestido que tanto me había costado elegir, me lo puse y después de dar un par de vueltas en mi apartamento, agarré las llaves del auto y emprendí mi viaje de tan sólo unos minutos hacia la casa de mi mejor amigo.
—Creí que nunca llegarías… ¿Cómo estás? —me preguntó con cierta lástima en su tono de voz.
—Estoy bien, Zayn. Ahórrate ese tono, por favor…
Entré al edificio siguiendo sus pasos. El ascensor no funcionaba, deberíamos subir 5 pisos por escalera. No estaba en mis planes estar tanto tiempo a solas con él.
—Perdón, es que me preocupo, Candy. Sabes cuánto te quiero y odio verte mal. Y además decidiste desaparecer de la faz de la tierra desde ese día, ¿y esperas que no te pregunte?
No le contesté más que un “mmhm” indicándole simplemente que lo había escuchado. No es que me molestara que se preocupe por mí, sólo que es exactamente lo que no quería. Nadie más que yo debía saber cómo en realidad me sentía. Quería hacerlos felices, a él y a los otros 3 idiotas a los que también llamaba mejores amigos. Sólo tenían que seguirme el pequeño juego de “Candace está genial” y todo estaría en orden. Actuar no era algo que se me dificultaba. Necesitaba la colaboración de ellos y nada más.
Los cinco pisos parecieron diez estando en un silencio atroz. Zayn abrió la puerta de su departamento, el que podría recorrer con los ojos cerrados sin golpear siquiera un mueble, y entró después de mí. Al llegar al living atraje todas las miradas, las podía leer. Esos chicos me habían sacado de quicio y todavía no habíamos cruzado una palabra.
Los ojos de Niall evitaron los míos en cuanto lo miré, pero aún así noté la empatía que irradiaban. Se veían tristes. Y eso es lo que tenía el rubio glotón, podía ser algo bueno o malo —en ese momento era algo terriblemente malo para mí—: siempre lograba ponerse en tu lugar.
Liam me sonrió. Me agradaba Liam.
Louis se paró a abrazarme tan fuerte como nunca nadie me había abrazado. No supe cómo reaccionar. Llorar no era una opción, y es lo que estaba tratando de hacer entender a mi pequeño cerebro, que no tuvo mejor idea que nublar mi vista y hacer temblar mis rodillas. Pero le devolví el abrazo, lo más fuerte que pude y me separé de él antes de que tuviese oportunidad de decirme esas típicas cosas que se dicen en medio de un abrazo; de las que desatan un mar de lágrimas.
Apoyé mis cosas en una de las sillas que rodeaban la pequeña mesa ratona en el medio de la sala —la cual estaba llena de comida— y fui a la cocina en busca de algo para tomar ya que era la única sin una cerveza en la mano. Pensé que sería sospechoso que de la nada quisiera tomar alcohol porque nunca lo hacía, quizás hasta pensarían que me había vuelto una alcohólica cualquiera. Agarré una botella de agua y volví.
No quería que mi vida cambiara tanto por una ruptura, no quería ser de esas chicas.
Darme cuenta de que probablemente lo era me deprimió aún más.
¿Seguiría siendo un zombie por el resto de mis días? Si había algo de lo que estaba segura es que nunca amaría tanto como lo amé a él. Todo se había derrumbado por mi culpa, por mis inseguridades, mis celos e incluso mis sueños.
“Me cansé”. Una entre tantas frases que jamás se dejarían de repetir en mi cabeza, junto con la imagen de él dándose vuelta y alejándose.
Por mucho que me costase debía seguir con el acto. Con mi vida normal. Mis amigos, mis estudios y mis objetivos. No podía —no iba a darle el placer de verme destruida.