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DE modo que todo se reduce a una cámara desechable amarilla que quedó de la boda de mi madre.

Si las fotos del lago siguen ahí, sin revelar, Josh tendrá que admitir que lo de Facebook es real.

Nos quedamos mirando la imagen de la pantalla, la braguita del biquini que compré hace poco en

el centro comercial de Lake Forest. Y entonces, a la vez, desviamos nuestra atención hacia la cámara,

que está en mi escritorio.

-¿Crees que deberíamos...? -empieza a decir Josh.

-¿A qué hora cierra el Photomat?

-A las diez -responde Josh-. Está en la plaza SkateRats.

Son las 20.53. Photomat garantiza las copias en una hora.

-Vayamos en tu coche -dice él.

-Es arriesgado -contesto señalando hacia abajo. Si mi madre nos oye dirá que es demasiado

tarde para salir porque mañana hay clase.

-¿Patines y monopatín? -propone.

Asiento, y del respaldo de la silla recojo la chaqueta naranja de los Guepardos. Todavía llevo

puesto el equipo de atletismo porque no tenía fuerzas para cambiarme.

-Tengo que ir al garaje a por la tabla -dice Josh.

La pantalla sigue abierta en la ventana «Recuerdos del instituto».

-¿Cerramos esto?

-Por supuesto -responde Josh.

Su manera de decirlo, alta y clara, me produce un escalofrío. Josh está empezando a creer que

esto es real.

Llegamos al Photomat a las 21.10. El chico del mostrador tiene el pelo fino y los ojos cansados.

Escribo mi nombre y un número de teléfono falso, y meto el rollo de película en un sobre.

-¿Puedes revelar esto antes de cerrar? -pregunto haciendo rodar los patines hacia atrás y hacia

delante.

El chico me mira con aire cansino.

-Ya veremos.

Salgo a la acera metiendo ruido.

-Me parece que no ha entendido que esto es urgente.

-Ha dicho que lo intentaría -comenta Josh.

-No, ha dicho «ya veremos». «Ya veremos» significa que lo deja en manos del universo. Y no

está en manos del universo. ¡Está en sus manos!

Josh empuja su tabla, y conmigo patinando tras él, cruzamos el aparcamiento. Nos instalamos en

un promontorio con césped que hay bajo un reloj giratorio que marca la hora y la temperatura. Está

oscuro, y el destello de las luciérnagas titila en el césped. Me aflojo los patines y me tumbo sobre la

hierba mirando al cielo.

-¿Te acuerdas de cuando jugábamos a T-ball por allí? -dice Josh.

Me acodo y miro hacia Wagner Park, que, desde la plaza, queda al otro lado de la calle. Hubo un

año en que papá entrenó el equipo de la liguilla en el que yo jugaba. Mi hermana Rachel solo tiene

cinco semanas, aunque me pregunto si la entrenará a ella también cuando tenga edad de jugar.

tu  y yo aquí, ahora.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora