Vuelo 103

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Tomé su mano una última vez antes de que las puertas se cerraran. Ella debía irse. La estaba viendo partir, se estaba alejando y no podía hacer nada para evitarlo.

Se llevaba consigo todas sus pertenencias, pero se olvidaba de mí, yo también le pertenecía. Los recuerdos que compartíamos cruzaban por mi mente, uno más doloroso que el otro. Luego de este día no la vería nunca más. Mi vista se nublaba y me costaba cada vez más respirar con facilidad; las lágrimas cayeron una a una, permitiéndome verla.

Su mano estaba fría, tan fría como sus expresiones. Indiferente. Con esa simple palabra la representabas. Ambos sabíamos que ella estaba sufriendo, que estaba al borde de estallar en llanto, pero debía ser fuerte y lo hacía muy bien.

Llegó el momento de que ambas puertas de cristal nos amenazaban con cerrarse sobre nuestras manos. Debíamos separarnos. Lo más duro no fue dejar de estar en contacto con ella, sino ver como evitaba mirarme, girando su cabeza mientras que una lágrima se escapaba y recorría su mejilla.

El ascensor comenzó su descenso. Lo último que vi fueron sus ojos, observándome, suplicando que la ayudara a salir de allí.

En este momento necesitaba el típico desconocido de las películas que se acercaba al desdichado para decirle que debía correr hacia el amor de su vida; pero mi vida no estaba escrita en un libro ni en un libreto de Hollywood. Ningún desconocido me haría razonar que estaba perdiendo algo que realmente me importaba y me hacía feliz. Mi vida no estaba escrita... Yo la escribía. Yo elegía mi final. Y ese no lo era. No necesitaba al desconocido, me necesitaba a mí mismo y la necesitaba.

Llamar al ascensor sería en vano. Corrí por el aeropuerto. Muchas personas se cruzaban en mi camino, dificultándome el paso y por desgracia no tenía otra alternativa que empujarlas. Pedía disculpas por cada persona que me llevaba por delante. Llegué a las escaleras y bajé lo más rápido que podía, evitando escalones y saltando los últimos.

Si el piso superior había sido un caos, el inferior era una catástrofe. Montones de personas haciendo diferentes filas para lugares diferentes, algunos en tiendas de comida y otros para vuelos internacionales.

Último llamado para el vuelo 103 con destino a Reino Unido.

Ese era su vuelo. No llegaría a detenerlo y evitar que se fuera. Sin embargo, aquella mujer por el altavoz no me detuvo. Corrí hasta que mis piernas dejaron de sentirse, corrí hasta que dejé de ver personas a mi alrededor para ver manchas de colores, manchas que no entendían mi sufrimiento y me insultaban. Corrí hasta que los guardias de seguridad me impidieron el paso. Me levantaron, y allí la pude ver, se alejaba de mi con su valija en mano. Me sentía imponente, sin poder hacer nada al respecto. Ya no luchaba. Me llevaron a una habitación donde descansaba el resto de guardias.

Bufé rendido, la había perdido. Tanto para terminar entre uniformados que no me quitaban el ojo de encima.

—¿Qué has hecho tú para terminar aquí? —preguntó uno de ellos.

Fui sincero y le respondí. Le conté como la madre de mi novia reclamaba su maternidad, la tenencia sobre ella, arrebatándosela de las manos a su ex esposo. Él se había hecho cargo cuando su descarada madre había decidido desaparecer de la vida de su hija, para luego de 10 años ir a la corte y desmentir lo sucedido. Obligandola a irse del país. También les conté sobre nuestra relación, se conmovieron y me permitieron retirarme del lugar. Su actitud me sorprendió.

Mis pasos se dirigieron hacia la dirección contraria a donde mis pies habían corrido momentos atrás.

—Tigre —dijo el guardia a mi espalda, posando una mano sobre mi hombro—. Has llegado demasiado lejos como para rendirte ahora. Tienes el pase libre. Ve por ella.

Estaba anonadado. Su gentileza en un mundo egoísta era admirable. Le agradecí por su gran ayuda y continué corriendo. Crucé las cintas de seguridad que antes me habían detenido, las maquinarias, volví a chocar con más personas. No sabía a donde me dirigía, no había carteles que me guiaran, solo corría. Entré en otro lugar, totalmente diferente a donde había estado antes. Había muchos lugares para el consumo y mucha menos cantidad de gente sentada esperando a que su avión llegase. Frené, permitiéndome descansar e intentar que mi respiración se normalice. No pasó mucho tiempo hasta que estaba dando vueltas sin saber a dónde dirigirme. ¿En qué plataforma estaba su vuelo? ¿Ya había despegado? ¿Realmente había hecho todo en vano?

Golpeé mi cabeza, intentando alejar los pensamientos que se relacionaban a que se había ido. Intenté imaginar que el avión tenía algún retraso y que aún no podían salir.

Volví a exigirle a mi cuerpo continuar, debía llegar a ella y hacer lo posible por que se quedara conmigo. Yo la ayudaría a ganar el juicio para quedarse con su padre, él la amaba, yo la amaba, ambos la cuidaríamos.

Cuando toda esperanza de volver a verla se desvanecía, una luz llamó mi atención. Vuelo 103, Reino Unido. Llegué al lugar para darme cuenta de que el avión se estaba retirando. Con la poca energía que me quedaba le acerqué al gran ventanal, lo golpeé con furia viendo como el avión donde iba la persona más importante para mí, levantaba vuelo. Aquél contacto en el ascensor había sido nuestra despedida. Y allí acababa nuestra historia de amor. Allí acababa mi historia, y no tenía un final feliz. Porque en la vida real no existen los finales felices, solo madres egoístas que reclamaban a su hija luego de diez años sin hacerse cargo.

Me dejé caer. Sentándome en el suelo, doblando mis rodillas y abrazando mis piernas para poder hundir mi cabeza. Y llorar, porque los hombres también lloran, los hombres también aman, los hombres también sufren por una mujer.

***

Antes que nada, quiero agradecerte por darme una oportunidad y leer mis locuras. Quiero avisar que no voy a ser regular, ya que estos textos llegan en momentos aleatorios de inspiración. Y todos sabemos que la inspiración a veces brilla por su ausencia.
Muchas gracias, y deja una estrellita si te gustó.

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