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Risas, risas, risas... No puedo escuchar más que el estridente ruido de sus voces riendo. Lo han hecho de nuevo, se han salido con la suya. Me siento culpable al caminar por estos pasillos con la cabeza gacha, sabiendo todo lo que ellos han hecho.

Simplemente no puedo... No puedo soportarlo más... ¡Ya no lo soporto!

Desearía poder decirles que paren, pero no tengo el valor suficiente para hacerlo. Comienzo a tartamudear, y sé que entonces yo me convertiría en su nuevo blanco. ¿Qué debo hacer?

Intento ignorar lo que ha sucedido antes mientras intento guardar un par de libros en mi casillero, completamente abarrotado, pero me es imposible. Aún retumban en mis oídos los gritos de esa pobre chica en el baño, rogándoles de rodillas que parasen. Siento la tela rota de su uniforme escolar en mis manos, como si yo hubiera sido la causante de todo aquello... ¡No! No he podido comenzarlo yo cuando ni siquiera he tocado un solo cabello de su cabeza.

Siento mi mente a punto de estallar, y mi piel erizándose cada vez que siento la mirada de alguien sobre mí, señalándome frente a todo el mundo. Es como si un fantasma me persiguiese.

Puedo escuchar entre el gentío algunos cuchicheos acerca de lo ocurrido. Son unos animales, ¿acaso no les da vergüenza lo que acaban de hacer? Sigo caminando, pero no tengo un destino fijo al cual ir... ¡La clase de  matemáticas!

Salgo corriendo rápidamente y siento cómo tropiezo con alguien, pero al parecer soy la única que se encuentra en el suelo, mientras que aquella chica de cabello azul se aleja hacia el laboratorio de ciencias. No presto mucha atención a eso y continúo mi camino.

Como era de esperarse, la clase fue tan interesante como siempre, pero cuando llamaron a lista no dijeron mi nombre, y las incontables veces que levanté la mano para contestar a las preguntas fueron en vano, pues jamás me cedieron la palabra. Tomé rápidamente mis cosas y corrí al salón de gimnasia, donde sabía que nadie iría a esta hora de la mañana.

Llegando al salón oí los gritos ahogados de una joven, pero no había nadie además de mí en el pasillo, así que finalmente me armé de valor y busqué al primer maestro que pudiera encontrar. Cada vez las cosas se hacían más extrañas: Por más que le grité, lo tomé por los hombros y le hice todo tipo de gestos, este no me prestó la más mínima atención.

En aquel momento me decidí: iría yo misma a salvar a aquella chica, aunque perdiera lo poco que me quedaba de vida social en la escuela y declarara mi futuro como el blanco de burla de los demás. Corrí tan rápido como mis piernas me lo permitieron, y al llegar de nuevo al lugar, los gritos habían cesado. La chica ya no se encontraba allí, o la habían escondido.

Busqué en cada rincón del pequeño cuarto, y cuando estuve a punto de rendirme, vi una trampilla abrirse ligeramente. Lo que vi a continuación me dejo helada: una joven completamente pálida, con los labios morados, su cuello marcado y el cabello hecho un desastre sobre su rostro. Me tomó unos segundos reaccionar a lo que estaba viendo. Definitivamente ya no lo soportaba más, dejó de luchar una vez se dio cuenta que era imposible librarse de las garras de aquellos monstruos. Esa chica, que sabía que esta vez no ganaría la batalla, era yo.

El gato de jadeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora