Melancolía
Paso tras paso, choco contra una fina pared que me deja una leve contusión en la cabeza. Cristal. Es cristal. Giro sobre mis talones dispuesta a repetir el proceso en sentido contrario y sucede lo mismo. Repito, repito, repito... aquello era lo único que existía para mí. Cuando me di cuenta que era imposible escapar de aquel extraño lugar en el que me encontraba, decidí fijar la vista en lo que estuviese del otro lado de la fina capa de vidrio que me separaba del mundo; vacío. No podría describir con certeza el tipo de vacío que detallaba ente mi. Habrá sido un vacío lleno de estrellas titilantes, o una ciudad nocturna llena de luces que nunca duermen, o un agujero tan infinito que olvidabas todo. Tal vez era todo aquello.
Pero ese vacío no solo estaba por dentro, sino que, divagando en lo que apenas si podía llamar vida, ese vacío recorría mis venas como un virus, como un enfermedad a la que hay que erradicar. ¿De que color era el vacío? Poca importancia tenía. Solo sentía como esa neutra sensación electrocutaba cada parte de mi ser, como entraba en mi mente y corroía el último conocimiento que hubiese podido tener del mundo exterior, y fue ahí donde vi mi vida pasar frente a mis ojos. ¿Habrá sido mi vida o simplemente seguía mirando el interminable espacio de despejado panorama...? Fuera como fuese, las lágrimas mojaban mis mejillas como si fuesen ríos que salen de su cauce, ríos salvajes que desbordan el terreno que los rodea, ríos que están a punto de estallar. Y no lo podía detener. Paren, paren, paren... ¡Paren!
Gritaba, gritaba tan fuerte como mis pulmones me lo permitían, pero nadie escucharía nunca los gritos de una pobre alma en desgracia, un alma en la mayor desgracia humana: la soledad. No había más compañía que el estruendoso eco que martirizaba mis últimos pensamientos. Por favor, detente, te lo pido...
Corrí a golpear aquel maldito vidrio con todas las fuerzas que aún le quedaban a mi cuerpo, pero lo único que lograba sentir era la sangre que bajaba por mis brazos. La rabia crecía segundo a segundo, así como el vidrio comenzaba a fragmentarse. No moriría en esta siniestra prisión, no sucedería. Las grietas aumentaban, mientras dejaba de sentir mis manos. Los cortes y las lesiones ya no eran una mera ilusión; si perdía mis manos, ya no podría golpear, pero debía intentarlo hasta poder escapar.
El suelo brillaba de charcos carmesí, mientras que mi noción de lo que era real se volvía más difusa a medida que el tiempo corría. ¿Quién soy yo? ¿Por qué estoy golpeando un maldito vidrio sin saber siquiera la razón? ¿Cómo llegué a este lugar?Ya no... golpear... mis manos... oscuridad...
Sí, oscuridad.
ESTÁS LEYENDO
El gato de jade
Random"Porque alguna veces solo quieres ser escuchado" Colección de relatos e historias cortas. Hermosa portada hecha por @mentegriega30.