Capitulo 3 - El principio

20 1 0
                                    


-Luciel puedes dejarme sola un momento necesito descansar. –Estaba completamente exhausta además de confundida, intentaba enlazar toda la información que acababa de recibir, mi padre el jefe de una mafia y que menos que el líder que se piro con la pasta, además Evan pertenecía también a esa mafia, sentía que todo empezaba a superarme.

-De acuerdo volveré dentro de una hora, iré a comprarte algo de ropa.

-Es verdad toda mi ropa estaba destrozada en el suelo, al menos había sido cordial y me había dejado una camisa, para no estar completamente desnuda, aun me costaban comprender muchas cosas, por ejemplo, mi madre sabía todo lo de la mafia o era totalmente ajena. Para mi padre era más importante ese dinero que había robado que su propia familia, maldito cerdo abandonarnos por dinero y ahora era yo la que tenía que cargar con toda su mierda.

-Señorita, el señor Evan la está esperando en su despacho. –Me había olvidado de que quería verme.

-Si es tan amable dígale a Evan que estaré allí en cuanto me traigan ropa. Oí como los pasos de ese hombre se alejaban de la puerta, pero mi tranquilidad no duro mucho.

-Ya que tu no quieres venir a verme he tenido que venir yo. –Joder Evan estaba muy cabreado, pero de todos modos no podía irrumpir así en la habitación, ¿no?

-Supongo que no me iba a pasear por toda la casa medio desnuda.

-Había desaparecido el verde tan bonito de sus ojos y su mirada ahora gélida se había posado en mí, otra vez no por favor, no podía soportar más emociones hoy.

-Sígueme. –Qué no había entendido de que no me iba a pasear medio desnuda.

-Evan.

-Me volvió a mirar, y de un momento a otro estaba en su hombro colgada boca abajo.

- ¡Suéltame! ¡Evan!

-Silencio, o todo el mundo podrá ver tu precioso cuerpo desnudo. –De acuerdo me callaría, pero en el momento en que estuviésemos solos no habría piedad.

-Después de un pasillo enorme pude darme cuenta de que eso no era una casa sino una mansión, entramos a una sala con una doble puerta de madera de roble, al abrir la puerta un olor florar me sorprendió gratamente, ya en el suelo pude ojear mejor ese despacho en el que acababan de introducirme a la fuerza, era precioso el suelo era de un blanco impoluto, los muebles hacían contraste ya que eran de madera de roble al igual que la puerta, en una de las paredes había una gran colección de libros colocados por colores, daba una sensación extraña tanto orden, un gran escritorio colocado en el centro de la estancia, con varios sofás de cuero delante, y toda la habitación estaba iluminada por un gran ventanal que ofrecía la vista de un pequeño bosque.

-Y ahora que Evan puedo decirte ya que eres un imbécil. –Otra vez esa mirada sombría.

-No, no puedes decirme eso porque si no te voy a dejar colgada del techo desnuda durante un día completo. –Era la primera vez que me quedaba sin palabras con él, pero presentía que no iba a ser la última. –Lo siento no quería decir algo así, no quiero asustarte.

-No me asustas, solo es que me sorprendes. –Una sonrisa, era la primera vez que le veía sonreír. –Podrías decirme porque querías verme.

-Tan solo quería asegurarme de que estabas bien, me han contado que los imbéciles de nuestros hombres te han golpeado.

-Sí, pero estoy bien, lo único que aún estoy algo confundida, no creo que sepa nada acerca del dinero que se llevó mi padre.

-No te preocupes por eso solo era una excusa para mantenerte aquí, en realidad no necesitamos ese dinero, como puedes ver lo tenemos muy bien montado.

- ¿Y quién es el jefe? –Creo que esa pregunta no le ha gustado.

-Somos Luciel y yo, nuestro tío quien fue quien sustituyó a tu padre cuando se largó murió, y el muy imbécil no pudo decidirse a elegir a uno de los dos, así que ahora los dos llevamos los mandos de esta organización.

- ¿Entonces Luciel y tú sois hermanos?

-Sí, efectivamente soy el hermano del cabeza hueca que te ha atado una cama y te ha roto la ropa, lo siento.

-Supongo que Evan no tenía nada que ver en todo lo que constaba en traerme aquí por la fuerza, ni de utilizar métodos tan bestias para ello, de todas formas, cual era el verdadero motivo por el cual estaba aquí, tenía que llamar a mí tía para decirla que estaba bien.

- ¿Puedes dejarme un móvil?

-Si es para llamar a tu tía no hace falta, ella estaba enterada de que esto iba a pasar, también pertenece a la organización. –Qué mi tía sabía que me iban a secuestrar, ya podría haberme castigado esa noche sin salir, o me lo podría haber explicado, bueno a quien quiero engañar no la hubiese creído.

-De acuerdo entonces puedes explicarme para que me queréis.

-Eso es algo que te explicaremos más adelante, por ahora, ¿sabes disparar?

-Claro que sí, es mi pasatiempo favorito después de desmembrar a mis vecinos. –Upss parece que mi broma no le había hecho demasiada gracia.

-Quédate quieta un momento.

–Se acercó a su escritorio para coger algo de uno de los cajones de abajo, me iba a dar una pistola o algo así, se acercaba a mí por la espalda y sentí como me cogía por las muñecas, espera estaba frío, unas esposas me estas vacilando.

-Estas castigada, no me gustan las bromas ahora vamos a ir a mí habitación a terminar con esto. –Otra vez al hombro, creo que empezaba a tenerlo por costumbre o algo ya era la segunda vez en menos de una hora.

-Su habitación era oscura, estaba muy bien decorada, aunque no me hacía mucha gracia ver que tenía una estantería llena de armas, es que acaso pensaba cortarme algún dedo o algo. Tenía que mantener la calma o al menos aparentar que estaba tranquila, me dejo sobre un sofá donde me vendo los ojos, ahora todos mis sentidos estaban en alerta que pensaba hacerme, no le oía andar, acaso estaba quieto, tenía la piel de gallina.

- ¿Evan estás ahí? –Joder que, si estaba ahí, había empezado a acariciarme las piernas. –Evan no quiero hacer esto.

-Es tu castigo por reírte de mí.

-Mierda en qué momento se me habría ocurrido meterme con un mafioso no podría haber contestado que no y ya, estaba deslizando un hielo por mi cuello, notaba como este se derretía y caía en la camisa que me había prestado Luciel, eso es.

- ¿Y tú eres el hermano menor entonces? –Evan soltó un gruñido.

-Sí, yo tengo dieciocho años y Luciel veintiuno.

-Así que os lleváis tres años.

-Por lo que veo las matemáticas se te dan mejor que las armas. –Me estaba desabrochando el sujetador, aunque aún no me hubiese quitado la camisa lo hizo parecer de lo más sencillo. –Te estas poniendo muy roja querida Gaia.

-Cállate, me estas desnudando como quieres que este.

- ¿Estas avergonzada? –Qué clase de pregunta era esa.

-Sí.

-Entonces sentí como el apartaba las manos de mi cuerpo, y liberaba las mías para que me pudiese quitar la venda que me había puesto, aunque preferiría habérmela dejado puesta, al quitármela pude ver a Evan con su pelo rubio pelirrojizo revuelto, su torso estaba al descubierto dejando ver unos abdominales muy bien marcados, y una cicatriz en el costado izquierdo la cual parecía de hace mucho tiempo, pero lo que más me sorprendió fue poder ver como una prominente erección se marcaba en sus pantalones vaqueros, joder la tenía enorme.

-Sonríe. –Un flash me deslumbro.

-Borra esa foto ahora mismo Evan,

-Esta foto es para recordarte cómo fue tú primer castigo Gaia. –Lo decía como si fuese a dejar que esto volviese a ocurrir. - ¿Quieres verla?

-No.

-Está bien, duerme un poco, se ha hecho tarde y queremos presentarte mañana a todos los miembros.



AcorraladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora