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Todos conocemos la historia de la bella y la bestia ¿No? claramente si, ¿pero que pasaría si ahora la historia fuera al revés? Si bella ahora fuera una bestia y si bestia ahora fuera bello, claramente no sabemos que pasaría por eso te lo mostrare y te invito a ver esta hermosa historia de amor donde no importa como seas siempre tendrás a alguien que te amara. 

"Amar con el corazón no con los ojos" 





Había una vez una mercader muy rica que tenía seis hijos, tres varones y tres mujeres ;y como era una mujer de muchos bienes y de vasta cultura, no reparaba en gastos para educarlos y los rodeó de toda suerte de maestros. Los tres hijos eran muy hermosos; pero el más joven despertaba tanta admiración, que de pequeño todos lo apodaban «El bello niño», de modo que por fin se le quedó este nombre para envidia de sus hermanos. 

No sólo era el menor mucho más bonito que los otros, sino también el mas bondadoso. Los dos hermanos mayores ostentaban con desprecio sus riquezas ante quienes tenían menos que ellos; se hacían los grandes caballeros y se negaban a que los visitasen los hijos de los demás mercaderes: únicamente las personas de mucho rango eran dignas de hacerles compañía. Se lo pasaban en todos los bailes, reuniones, comedias y paseos, y despreciaban al menor porque empleaba gran parte de su tiempo en la lectura de buenos libros. Los tres jóvenes, agraciados y poseedores de muchas riquezas, eran solicitados en matrimonio por muchos mercaderes de la región, pero los dos mayores los despreciaban y rechazaban diciendo que sólo se casarían con una joven que fuera noble: por lo menos una duquesa o condesa.

El Bello —pues así era como lo conocían y llamaban todos al menor— agradecía muy cortésmente el interés de cuantas querían tomarlo por esposo, y las atendía con suma amabilidad y delicadeza; pero les alegaba que aún era muy joven y que deseaba pasar algunos años más en compañía de su madre. De un solo golpe perdió el mercader todos sus bienes, y no le quedó más que una pequeña casa de campo a buena distancia de la ciudad. Totalmente destrozada, llena de pena su corazón, llorando hizo saber a sus hijos que era forzoso trasladarse a esta casa, donde para ganarse la vida tendrían que trabajar como campesinos.

Sus dos hijos mayores respondieron con la altivez que siempre demostraban en toda ocasión, que de ningún modo abandonarían la ciudad, pues no les faltaban enamoradas que se sentirían felices de casarse con ellos, no obstante su fortuna perdida. En esto se engañaban los buenos señoritos: sus enamoradas perdieron totalmente el interés en ellos en cuanto fueron pobres. Puesto que debido a su soberbia nadie simpatizaba con ellos, los muchachos de los otros mercaderes y sus familias comentaban:

—No merecen que les tengamos compasión. Al contrario, nos alegramos de verles abatido el orgullo. ¡Qué se hagan los grandes caballeros con las ovejas! Pero, al mismo tiempo, todo el mundo decía:

—¡Qué pena, qué dolor nos da la desgracia del Bello! ¡Éste sí que es un buen hijo! ¡Con qué cortesía le habla a los pobres! ¡Es tan dulce, tan honesto!... No faltaron mujeres dispuestas a casarse con el, aunque no tuviese un céntimo; mas el joven agradecía pero respondía que le era imposible abandonar a su madre en desgracia, y que la seguiría a la campiña para consolarla y ayudarla en sus trabajos. El pobre Bello no dejaba de afligirse por la pérdida de su fortuna, pero se decía a sí mismo:

—Nada obtendré por mucho que llore. Es preciso tratar de ser feliz en la pobreza. 

No bien llegaron y se establecieron en la casa de campo, la mujer y sus tres hijos con ropa muy abrigadora se dedicaron a preparar y labrar la tierra. El Bello se levantaba a las cuatro de la mañana y se ocupaba en limpiar la casa y preparar la comida de la familia. Al principio aquello le era un sacrificio agotador, porque no tenía costumbre de trabajar tan duramente; mas unos meses más adelante se fue sintiendo acostumbrado a este ritmo y comenzó a sentirse mejor y a disfrutar por sus afanes de una salud perfecta. Cuando terminaba sus quehaceres se ponía a leer o salir a caminar. Sus dos hermanos, en cambio, se aburrían mortalmente; se levantaban a las diez de la mañana, paseaban el día entero y su única diversión era lamentarse de sus perdidas galas y visitas.

El bello y La bestia. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora