2

147 18 4
                                    

No me gustan los halagos, y que las mujeres digan lo que sienten; no esperes conmoverme con tus lisonjas. Mas tú me has dicho que tienes hijos; estoy dispuesta a perdonarte con la condición de que uno de ellos venga a morir en lugar tuyo. No me repliques: parte de inmediato; y si tus hijos rehúsan morir por ti, júrame que regresarás dentro de tres meses. No pensaba la mujer sacrificar uno de sus hijos a tan horrendo monstruo, pero se dijo: «Al menos me queda el consuelo de darles un último abrazo». Juró, pues, que regresaría, y la Bestia le dijo que podía partir cuando quisiera.

—Pero no quiero que te marches con las manos vacías —añadió—. Vuelve a la estancia donde pasaste la noche: allí encontrarás un gran cofre en el que pondrás cuanto te plazca, y yo lo haré conducir a tu casa. Dicho esto se retiró la Bestia, y la mujer se dijo: «Si es preciso que muera, tendré al menos el consuelo de que mis hijos no pasen hambre». Volvió, pues, a la estancia donde había dormido, y halló una gran cantidad de monedas de oro con las que llenó el cofre de que le hablara la Bestia, lo cerró, fue a las caballerizas en busca de su caballo y abandonó aquel palacio con una gran tristeza, pareja a la alegría con que entrara en él la noche antes en busca de albergue. Su caballo tomó por sí mismo una de las veredas que había en el bosque, y en unas pocas horas se halló de regreso en su pequeña granja. Se juntaron sus hijos en torno suyo y, lejos de alegrarse con sus caricias, la pobre mujer se echó a llorar angustiada mirándolos. Traía en la mano el ramo de rosas que había cortado para Bello, y al entregárselo le dijo:

—Bello, toma estas rosas, que bien caro costaron a tu desventurada madre. Y enseguida contó a su familia la funesta aventura que acababa de sucederle. Al oírlo, sus dos hijos mayores dieron grandes alaridos y llenaron de injurias a Bello, que no había derramado una lágrima.

—Mirad a lo que conduce el orgullo de esta pequeña criatura —gritaban—. ¿Por qué no pidió adornos como nosotros? ¡Ah, no, el señorito tenía que ser distinto! El va a causar la muerte de nuestra madre y sin embargo ni siquiera llora.

—Mi llanto sería inútil —respondió Bello—. ¿Por qué voy a llorar a nuestra madre si no es necesario que muera? Puesto que el monstruo tiene a bien aceptar a uno de sus hijos, yo me entregaré a su furia y me consideraré muy dichoso, pues habré tenido la oportunidad de salvar a mi madre y demostraros a vosotros y a ella mi ternura.

—No, hermano —dijeron sus tres hermanas—, tampoco es necesario que tú mueras; nosotras buscaremos a ese monstruo y lo mataremos o pereceremos bajo sus golpes.

—No hay que soñar, hijas mías — dijo la mujer—. El poderío de esa Bestia es tal que no tengo ninguna esperanza de matarla. Me conmueve el buen corazón de Bello, pero jamás lo expondré a la muerte. Soy vieja, me queda poco tiempo de vida; sólo perderé unos cuantos años, de los que únicamente por vosotros siento desprenderme, mis hijos queridos.

—Te aseguro, madre mía —le dijo Bello—, que no irás sin mí a ese palacio; tú no puedes impedirme que te siga. En parte fui responsable de tu desventura. Como soy joven, no le tengo gran apego a la vida, y prefiero que ese monstruo me devore a morirme de la pena y el remordimiento que me daría tu pérdida.

 Por más que razonaron con el no hubo forma de convencerlo, y sus hermanos estaban encantados, porque las virtudes del  joven les había inspirado siempre unos celos irresistibles. A la mujer la abrumaba tanto el dolor de perder a su hijo, que olvidó el cofre repleto de oro; pero al retirarse a su habitación para dormir su sorpresa fue enorme al encontrarlo junto a la cama. Decidió no decir una palabra a sus hijos de aquellas nuevas y grandes riquezas, ya que habrían querido retornar a la ciudad y ella estaba resuelta a morir en el campo; pero reveló el secreto a Bello, quien a su vez le confió que en su ausencia habían venido de visita algunas señoritas, y que dos de ellas amaban a sus hermanos. Le rogó que les permitiera casarse, pues era tan bueno que los seguía queriendo y los perdonaba de todo corazón, a pesar del mal que le habían hecho.

El día en que partieron Bello y su madre, los dos perversos muchachos se frotaron los ojos con cebolla para tener lágrimas con que llorarlos; sus hermanas, en cambio, lloraron de veras, como también la mujer, y en toda la casa el único que no lloró fue Bello, pues no quería aumentar el dolor de los otros. Echó a andar el caballo hacia el palacio, y al caer la tarde apareció éste todo iluminado como la primera vez. El caballo se fue por sí solo a la caballeriza, y la mujer y su hijo pasaron al gran salón, donde encontraron una mesa magníficamente servida en la que había dos cubiertos. La mujer no tenía ánimo para probar bocado, pero Bello, esforzándose por parecer tranquilo, se sentó a la mesa y se sirvió, aunque pensaba para sí: «La Bestia quiere que engorde antes de comerme, puesto que me recibe de modo tan espléndido».

En cuanto terminaron de cenar se escuchó un gran estruendo y la mujer, llorando, dijo a su pobre hijo que se acercaba la Bestia. No pudo Bello evitar un estremecimiento cuando vio su horrible figura, aunque procuró disimular su miedo, y al interrogarlo La Bestia  sobre si lo habían obligado o si venía por su propia voluntad, el le respondió que sí, temblando, que era decisión propia.

—Eres muy bueno —dijo la Bestia —, y te lo agradezco mucho. Tú, buena mujer, partirás por la mañana y no sueñes jamás con regresar aquí. Nunca. Adiós, Bello. 

—Adiós, señorita—respondió el muchacho. Y enseguida se retiró la Bestia.

—¡Ah, hijo mío—dijo la mujer, abrazando a Bello— yo estoy casi muerta de espanto! Hazme caso y deja que me quede en tu sitio.

—No, madre mía—le respondió Bello con firmeza—, tú partirás por la mañana.

Fueron después a acostarse, creyendo que no dormirían en toda la noche; mas sus ojos se cerraron apenas pusieron la cabeza en la almohada. Mientras dormía vio Bello a un joven que le dijo:

—Tu buen corazón me hace muy feliz, Bello. No ha de quedar sin recompensa esta buena acción de arriesgar tu vida por salvar la de tu madre. Le contó el sueño a la buena mujer Bello al despertarse; y aunque le sirvió un tanto de consuelo, no alcanzó a evitar que se lamentara con grandes sollozos al momento de separarse de su querido hijo.

En cuanto se hubo marchado se dirigió Bello a la gran sala y se echó a llorar; pero, como tenía sobrado coraje, resolvió no apesadumbrarse durante el poco tiempo que le quedase de vida, pues tenía el convencimiento de que el monstruo lo devoraría aquella misma tarde. Mientras esperaba decidió recorrer el espléndido castillo, ya que a pesar de todo no podía evitar que su belleza lo conmoviese. Su asombro fue aún mayor cuando halló escrito sobre una puerta:

Aposento de Bello.

La abrió precipitadamente y quedó deslumbrado por la magnificencia que allí reinaba; pero lo que más llamó su atención fue una bien provista biblioteca, un clavicordio y numerosos libros de música, lo que reunía todo lo que a el le hacía la vida placentera.

—No quiere que esté triste —se dijo en voz baja, y añadió de inmediato—: para un solo día no me habría reunido tantas cosas. Este pensamiento reanimó su valor, y poco después, revisando la biblioteca, encontró un libro en que aparecía la siguiente inscripción en letras de oro:

Disponga, ordene, aquí es usted el rey y señor. Todas las cosas que aquí hay lo obedecerán.

—¡Ay de mí —suspiró el—, nada deseo sino ver a mi pobre madre y saber qué está haciendo ahora!

Había dicho estas palabras para sí mismo: ¡cuál no sería su asombro al volver los ojos a un gran espejo y ver allí su casa, adonde llegaba entonces su madre con el semblante lleno de tristeza! Los dos hermanos mayores acudieron a recibirla, y a pesar de los aspavientos que hacían para parecer afligidos, se les reflejaba en el rostro la satisfacción que sentían por la pérdida de su hermano, por haberse desprendido del hermano que les hacía sombra con su belleza y bondad. Desapareció todo en un momento, y Bello no pudo dejar de decirse que la Bestia era muy complaciente, y que nada tenía que temer de su parte.



¡Hi! Espero que les haya gustado mucho el segundo capitulo y bueno como ya dije antes me harían muy feliz si votan y comentan si les gusto <3 Gracias. 

El bello y La bestia. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora