Intro

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  Este fanfic lo creamos (hace muchos años) junto a la autora Handyboy y fue publicado incialmente en SPARKLee (aw Q.E.P.D.). Así que, bueno, la idea fue de las dos. Espero que lo disfruten :3  

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Estaba sirviendo los últimos pedidos: Un caffe e latte y un capuccino.
Lo recuerdo bien, porque cuando estaba sirviendo la medida justa de leche, miré hacia la puerta: Ahí estaba, el chico que todos los días llegaba con cara de molestia a sentarse en la mesa número 6, apoyaba sus manos sobre la limpia superficie de la mesa & miraba hacia el mostrador como si pensara en qué pediría hoy, pero sólo fingía.

Día tras día pedía lo mismo. Un café bien cargado con un par de donuts sin demasiada azúcar flor, porque le hacía mal a no sé qué cosa. Era un cliente desesperadamente complicado. Ya lo sabía yo, que me preocupaba de tomar sus pedidos siempre, puesto los demás meseros llegaban a mi lado casi suplicando que lo hiciera.

Suspiré resignado.

Caminé casi arrastrando los pies a la mesa 15 que había hecho el último pedido. Les sonreí con esfuerzo y me dirigí hacia ese chico.
El niño mimado. El cual ya estaba impaciente moviendo frenéticamente un pie, con la intención de hacerse notar. Agaché la cabeza y me mordí el labio, aunque exageré un poco y me provoqué una pequeña herida.

Suspiré nuevamente.

–Bienvenido–dije sonriente.–¿Vas a querer lo mismo de siempre?– inquirí, mientras notaba cómo su miraba estaba clavada en mi labio inferior. Me inquieté, porque mantenía el ceño fruncido. No había tardado tanto como para que ya estuviese enfadado.

– Sí, lo de siempre. –respondió, con un dejo de arrogancia, como queriendo decirme que a pesar de que su pedido no variase, debía ser tratado como un cliente especial siempre.

Saqué la libreta de notas, el bolígrafo & anoté los mismos garabatos del día anterior & del anterior; las guardé & me dispuse a irme. Cuando ya me había girado & el peso de mis hombros creíase aliviado, su irritante voz sonó de nuevo.

– Por cierto, tienes sangre en el labio.

Me pasé la punta de la lengua por sobre la herida. Estaba agradecido de que lo hubiese dicho & hasta me había causado un poco de simpatía, la que aniquiló luego con un terrible 'No te quedes ahí. No tengo todo el día.'

Me dí media vuelta, nuevamente fastidiado por el tonito utilizado por el tipo.

Mientras caminaba hacia la parte de atrás para hacer la bandeja, mis compañeros me daban golpecitos de compasión en el hombro. Pero eso era todo lo que harían por mí.
Ninguno sería tan amable de salvarme del martirio que significaba atender consentido.
Abrí las vitrinas de los pastelillos, y la sangre abandonó mi cara.

No quedaban donuts.

Ni una sola.

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