Capítulo 04: Así que, ¿encuentros?

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   Había pasado una semana desde que mi rutina había cambiado. Desde que todo se volvió como antes. Como ya había olvidado que era.
Ya casi no recordaba lo que era atender con tranquilidad a un cliente. Que este me respondiera con una sonrisa deferente, que me dejara una buena propina.

Me sentía tranquilo, tal vez demasiado tranquilo. Sin ningún tipo de adrenalina cada vez que atendía; siendo lo más vertiginoso en mi jornada, cuando alguna parte de la vajilla amenazaba por caer. Era todo demasiado tedioso.




A ratos extrañaba ver su blonda cabeza entre la aburrida masa que acostumbraba a visitar la cafetería.
Extrañaba que me hiciera enojar.
Extrañaba su peculiar habilidad para sacarme de quicio.
Extrañaba sus malos modales.
Extrañaba que me mirara con esa especie de desprecio tan propia de él.

Echaba de menos a... ese tipo, como quiera que se llamase.

- Eh, MinHo ¿qué pasa? -me preguntó uno de mis compañeros de trabajo.

- ¿Por qué lo dices?

- Es que tienes más cara de muerto de lo usual -bromeó, ante lo que reí.

Quería que mi turno terminara pronto, porque no sólo le había dado por sentarse en otra mesa ese día, sino que, desde entonces, ya no iba. No tenía motivos para desear trabajar más. Ni siquiera el dinero que necesitaba para pagar el dividendo, ni el que requería para poder comer.

Ok, quizás exageraba, pero en serio, ya no era lo mismo. Ni remotamente lo que solía ser.

Suspiré aburrido, mirando por la ventana hacia la calle. Afuera llovía copiosamente, provocando que los se ventanales se empañasen. El viento soplaba con fuerza, dándome escalofríos.
Adentro, el ambiente olía a capuccino, a vainilla.
Tibio. Casi acogedor.

Cerré los ojos esperando; mi turno estaba por terminar. Tendría que caminar bajo la lluvia. Eso me encantaba.
Fui hacia la parte de atrás a cambiarme y me puse mi abrigo.
Me despedí mecánicamente de mis compañeros y caminé hacia la puerta de salida. Cuando la abrí, sentí que el frío caló hasta mis huesos. En serio, este día había resultado increíblemente helado. Con parsimonia me dirigí hacia la parada, con todo el mal tiempo que hacía, lo más lógico sería tomar un taxi, pero soy algo tacaño así que, mejor tomaba el bus.

Casi no había transeúntes. La gente huye despavorida cuando llueve. Pero yo no, yo lo tomo con calma; me encanta sentir las gotas de lluvia colándose por mi ropa, por mi cara, por mis manos. Es simplemente exquisito.

El trayecto hacia el paradero se me hizo cortísimo y eso que son 4 cuadras desde el café.
Al llegar, algo me llamó increíblemente la atención. Algo que destacaba dentro de la monotonía en gris un día de lluvia.
En la orilla del banco de la parada de buses había una persona acurrucada: se tapaba la cabeza con las manos y sólo portaba un pantalón rasgado y una camiseta sin mangas. No llevaba zapatos.

¿Un vagabundo?

No lo creo.
Iba a dejar de mirar aquel penoso cuadro porque sinceramente, me incomodaba. Tal vez, sólo fuera una persona que quería estar sola.
Pero eso ni yo me lo creía. Para estar solo no necesitas andar descalzo en un día de lluvia con un frío polar.
Le miré. Directamente. Indiscretamente.

Temblaba.

Esa persona que se veía tan diminuta e indefensa, temblaba. Sin cesar.

Quizás llegaría sin abrigo, ni dinero a casa.

—Disculpa.—le moví un poco, tomándole por el hombro.

Se acurrucó más hacia el rincón como con miedo.

—Déjame—exigió casi quejándose.

Pero esa voz la reconocí. ¿Cómo no hacerlo?
Luego le miré mejor. Ese pelo. Esa piel. Más claro, el agua.
Tomé uno de los brazos con los que envolvía su cara, para poder verlo mejor.

Era él.
Él.

Sus ojos se cruzaron con los míos formando la sorpresa en ellos.
Abrió la boca para decir algo, pero de ella no salió ningún sonido.

Creo que ni en las situaciones más bizarras iba a dejar de sorprenderme.

—Ten—le dije poniéndole mi abrigo sobre sus hombros.
Él sólo cerró los ojos y se aferró a mi abrigo en busca de calor. Su mirada estaba perdida. Y aún temblaba.
Me preocupó.
Me senté a su lado y se sobresaltó, pero no se movió ni un centímetro.
Seguía mirando a la nada.
Rayos, en serio me preocupaba.
Pasé uno de mis brazos por sus hombros abrazándolo un poco. Su temblor seguía, pero ya no era tanto.
A lo lejos, pude ver un taxi acercándose.

—Qué alivio...—susurré.
Me volteé hacia él: me miraba. Serio. Temblaba.

—Te llevo a mi casa.
No había cabida a réplicas, aunque dudaba que él emitiera alguna.
Detuve el taxi y lo envolví con mi abrigo como pude. Iba a hacer que se levantase, pero no traía nada en los pies.
Lo miré confundido. Él sólo me observaba sin expresión alguna.

Caminé hacia la puerta trasera del taxi, abriéndola & devolviéndome sobre mis pasos para encargarme del rubio. A pesar de que yo estaba tan empapado como él &, aunque sabía también que era posible que me armara un escándalo, le cogí en brazos, caminando con él hacia el auto & haciendo ingreso en el mismo.
Le acomodé a mi lado. Asombrosamente no dijo nada. De seguro el frío le había congelado hasta las neuronas. Cerré la puerta & vociferé la dirección, a lo que el taxista asintió & comenzó a conducir.

- ¿Ya estás mejor?

No me respondió. En realidad, sí lo hizo... Que no fuese verbalmente fue la diferencia: volvió a abrazarse a mi abrigo & se acurrucó sobre mi hombro, mirando a la nada. ¿Eso era un 'gracias'?
Siendo así, también yo estaba agradecido de haberlo encontrado.
- ¿Por qué estás haciendo esto?

- Porque soy muy caritativo –respondí, medio riendo. El sonrió, cerrando los ojos durante el resto del trayecto.
Llegamos al edificio. La lluvia había cesado.
Me bajé primero. Extendí mis manos hacia él para ayudarle a salir, pero él respondió con esa actitud tan suya.

- No necesito que hagas eso. Yo puedo solo.
- Ah, cállate.

Contra su voluntad, volví a cargarlo en brazos, él se abrazó a mi cuello –intentando ocultar una pequeña sonrisa- en busca de calor & así mismo subimos las escaleras de tres pisos, hasta que llegamos fuera de mi departamento. Le bajé & busqué las llaves en mi bolsillo, metí la llave correspondiente en la cerradura & abrí, haciéndole señas para que entrara primero; captó exitosamente el mensaje, entrando.
- Es muy bonito.
- Gracias.
- Después de todo, tienes buen gusto.

Sonreí, caminando hacia la cocina para dejar en la cesta de la ropa sucia el abrigo; anduve hasta el dormitorio, sacando del closet una toalla blanca & me encaminé de nuevo hacia donde se encontraba mi invitado.

- Ten –le dije, sonriendo como con culpa-. Toma un baño para que calientes el cuerpo. Te hará bien.
- Si me dijeras donde está el baño, quizá podría hacerlo.

Extrañamente, me agradaba que volviera a hablar de esa forma. Lo había echado de menos.

- Por allá –señalé con el índice la puerta contigua a la de la cocina.
- Vale. Voy.

Lo observé alejarse. Por mucho que siguiera con esa actitud prepotente, él no actuaba con normalidad. Digo, no es una actitud muy normal estar casi sin ropa debajo de la lluvia.
Con la ropa a mal traer, recordé.
De nuevo me invadió la preocupación. ¿Qué le habría sucedido?
Por un momento, miles de posibilidades comenzaron a rondar peligrosamente en mi cabeza. Mejor no detenerse a pensarlo, porque con las suposiciones, soy bastante trágico.
Probablemente sólo lo habían asaltado.

Apreté los ojos acallando las teorías que insistían en brotar de mi ridícula cabeza.
Escuché el grifo girar; el agua caer. Por fin se estaba duchando.
Volví a mi habitación para buscar algo de ropa. Saqué una camisa, un pantalón y un bóxer.
La suerte de ese tipo. Justamente el bóxer era nuevo, había encontrado una oferta hacía unos días y toda la semana había usado ropa interior nueva. Hasta para él había alcanzado.
Aproveché para quitarme la ropa mojada y abrigarme con otra.

Aún podía oír la ducha, así que toqué la puerta del baño con fuerza. Escuché un "pasa", así que, eso hice.
Una vez hube ingresado en ese espacio, me sentí levemente arrepentido. Una atmósfera de extraña humedad, llenó íntimamente mis sentidos. Hacía calor y el espacio era extremadamente pequeño, al menos para que yo pudiese respirar bien, para que pudiese tragar bien, para que pudiese moverme bien.

Y sin embargo definitivamente, no había problemas para que pudiese ver bien.

Fue un momento incómodo. Desde su principio, hasta mi final.
Me miró sorprendido, semi molesto y luego...sólo divertido. Yo, sólo sentí que me sonrojaba hasta los tobillos. Esa incomodidad me rodeó entero.
Alcancé a murmurar un "disculpa", pero no sé si me habrá entendido, no sé si le habrá importado entenderme. Al parecer, estaba muy entretenido burlándose de mi estupidez.

Salí apresurado de mi baño y traté de relajarme. Demonios. Nuevamente actuando de forma exagerada frente a él. Siempre frente a él.
Sólo era un hombre desnudo.
Sólo era mi cliente...desnudo.
Sólo era mi hablador cliente desnudo.
Sólo era mi hablador y exasperante cliente desnudo.
Sólo era mi hablador y exasperante cliente, al cual en serio quería cerrarle la boca... con la mía...
¿Qué mierda? ¿Qué estaba pensando? ¡Qué me pasaba con alguien a quien ni siquiera le sabía el nombre!
Demonios.

Estaba sin ropa, en mi baño.

Maldición. Las posibilidades eran infinitas.
Me tomé la cabeza entre las manos, esforzándome al máximo para poder borrar esa imagen de mi mente. De mi mente que ya no quería trabajar, ni funcionar, ni actuar. De mi mente pervertida y homosexual.
Este tipo me estaba dejando enajenado.

—Tu departamento es muy acogedor— dijo a mis espaldas con esa voz desquiciante que tanto lo caracterizaba. Con esa lentitud fríamente calculada que tanta elegancia le daba.

Yo no pude más que estremecerme, sin saber bien qué hacer. Miré hacia todos lados buscando desesperadamente una excusa para no tener que mirarlo aún. Todavía no estaba preparado y estoy seguro que mi nerviosismo era prácticamente táctil, imposible de disimular.
Entonces, en uno de mis estantes, vi algo así como mi salvación.

Era la excusa perfecta. Era mi oasis en medio del desierto, mi último recurso: mi salvación. Ahí en lo más alto del mueble, brillaba en todo su dorado esplendor la botella de whisky que con Jinki, no habíamos sido capaces de vaciar hacía unos días.
Maquinó entonces mi mente un plan perfecto. Un plan de machos, completamente infalible. Algo traspasado de generación en generación. Simplemente, sabiduría ancestral: Alcohol=sociabilidad=relajo.
Oh sí, la felicidad.

—¿Quieres un trago?—dije volteándome a encararlo, tratando de sonar relajado.

Él me miró con una expresión que no supe interpretar, como casi siempre me pasaba con él. Luego, sólo afirmó con la cabeza, cerrando los ojos.

—Pero sabes, no deberías dejar entrar a tu casa a alguien a quién ni siquiera le sabes el nombre.
Lo miré atónito.
—Kim Kibum—soltó— Ese es mi nombre, no lo olvides.

Y de pronto, sentí que toda la temperatura subía abruptamente.
Me dirigí hacia la cocina a buscar los vasos para servir el dichoso whisky.

Cuando regresé a la sala, él estaba cómodamente sentado en uno de mis sillones. Parecía relajado y hasta algo ido. Era realmente atractivo ese Kim Kibum.

Mierda. Maldita mente homosexual.

Casi boto los vasos que llevaba en mis manos alertando así a mi invitado de mi presencia. Ignorando mi torpeza hizo amago de recibir el recipiente que traía en mis manos y le serví entonces, el líquido dorado al que tanto aprecio le tenía.

Sin embargo nada era tan perfecto, y ni bien había terminado de servirle, levantó las cejas alertándome de su desaprobación.

¿Ahora qué estaba mal?

—¿Y el hielo?—cuestionó en forma de orden.

Y fue mi turno de levantar las cejas. Esa arrogancia no podía ser normal. Digo, lo salvé de la hipotermia y estaba en mi casa, tomando de mi whisky y aún así, aún me hablaba como si me estuviese pagando por ello.

No sabía si quería golpearlo o besarlo.

—No seas niñita. Sólo bébelo.

Tal vez con fastidiarlo, era más que suficiente.

Y resultó de inmediato: su expresión seria y presuntuosa se descompuso. Y si bien la necesidad de reírme se hizo urgente, me detuvo su mirada amenazante; me estaba desafiando con ella. Aunque no supe precisar bien cuál era el desafío.

Posó sus labios lentamente sobre el vaso; mirándome a los ojos, fijamente, como advirtiéndome que no dejase de observarle. Pude ver una pequeña porción de su lengua acercándose al cuenco de vidrio.
Cerró los ojos y seguidamente, empinó un poco el vaso, mojándose apenas los labios. Volvió a separar sus pestañas e impulsó el vaso en un ángulo mayor. Y bebió. Sin cortar el contacto visual. Sin dejar de mostrar con sus ojos, lo que cada sorbo parecía dejar en claro: él, estaba absolutamente sediento.

Tragué nervioso. ¿Qué era todo eso?
Moví mis manos nerviosas llenando mi vaso, mientras intentaba vaciar mi mente de cualquier cosa referente al chico que había plantado su mirada divertida en mis torpes movimientos.

Sus ojos me querían perforar el cráneo.

—Hey—me llamó. Su voz era más aguda. Se estaba divirtiendo con mis reacciones.

Maldición. Y mis dedos no dejaban de moverse.

—Hey—insistió.

Quise ignorarlo, recuperar mi compostura. Tomé un trago de mi brebaje. Y luego otro y otro. Tal vez sólo debía ahogar mi vergüenza y mi consciencia.

Y entonces, al quinto sorbo un "Hey" más cansado alcanzó a pasar por mis oídos.
"Recuperar la compostura", me dije y me giré para enfrentar sus ojos escudriñadores. Mas mi sentido de la vista no llegó a ser útil, porque súbitamente fue el del tacto que se volvió el actor principal.
Antes de siquiera ser consciente de ello, me encontraba compartiendo con mi invitado mucho más que un trago de whisky.
Sus labios empapados en alcohol, arremetieron impetuosos contra los míos. Lo primero que pude sentir fueron sus dientes fríos aplastando mis labios, haciéndome pegar un respingo; pero inmediatamente después, vinieron los labios calientes; luego su aliento empapó todo mi rostro, y el contraste con su nariz helada, me provocó escalofríos.
Cerré los ojos profundizando la sensación. Abrí la boca, esperando que él hiciese lo mismo. Una vez me dio acceso a su cavidad, no esperé nada más y continué con la candente caricia. Tomé su nuca con ambas manos y él sólo tomó mi polera con una de sus manos.
Nos acercamos un poco más. Porque sí, eso era posible.
Jadeé sobre su boca y me apresuré a morder su labio inferior.
No tenía intención alguna de separarme de él.

No obstante y contra mi voluntad, me separó de él con suavidad y me miró a los ojos. Se veía increíblemente atrayente, con las pupilas dilatadas, con los labios húmedos y enrojecidos. Me miraba divertido.

Demonios. Me estaba excitando.

—Se acabó— me dijo de pronto, mostrándome su vaso vacío, sacándome me mis cavilaciones.

La forma en la que movía el vaso, exigía más whisky.
Le serví. Por esa noche me había rendido a sus deseos, a ese aire fascinante y sugestivo que estaba plagando esa habitación.
Mi cliente volvió a beber con gracia, volvió a mirarme fijo mientras lo hacía; volvió a hipnotizarme.
Yo sólo acepté confundido. Deseaba demasiado dejarme llevar.

Y entonces las invitaciones se volvieron más atrevidas. Su risa era envolvente.

Qué lindo te ríes— le dije sin pensar. Cada vez más en trance, sin siquiera escuchar mi voz, sin reflexionar en nada. Estaba extasiado.
Él sólo rió más fuerte y yo sonreí como un idiota.

Y así de la nada, las cosas se volvieron un poco confusas: de pronto buscamos nuevamente los roces; aunque esta vez fuimos más lento. Él se reía y rozaba la punta de mis dedos, casi como con miedo. Yo lo observaba embobado, medio mudo y casi sordo. Tomé su mano, acaricié su cabello. Luego me encontré a mí mismo buscando una forma de morder su oreja, de tocar su muslo, de volver rosar la yema de sus dedos.
Y nos besamos otra vez, nos mordimos los labios. No sé quién mordió más, no sé quién jadeó más, pero se sintió jodidamente bien.
Sólo sé algo: yo fui el primero de gemir sobre el beso.
Y entonces, como si eso hubiese activado un sistema automático, mi preciado invitado se sentó a horcajadas sobre mí, sonriéndome triunfante, lamiéndose los labios.

Yo sólo terminé de perder la noción del tiempo.
Lo tomé de la cintura, y perdiendo todo el pudor que había sentido cuando lo vi desnudo en mi baño, metí mi mano dentro de su ropa. Toqué su espalda y pude sentir su piel desnuda bajo mis manos, su piel erizada por la excitación. Mis dedos se deleitaron al tacto. Él arqueó su espalda, cuando mis manos bajaron hasta su parte baja. Entonces a él le tocó gemir.

Y volvimos a arremeter contra nuestras bocas. Con las manos torpes, tanteamos nuestros cuerpos. Y agitados como estábamos, no acertábamos ni a quitarnos la ropa ni a dejar de tocarnos.
No podíamos parar, no queríamos parar.

Sin embargo, a veces los finales llegan mucho antes de lo presupuestado. Y esa noche, ese fue el caso.

El timbre de la puerta no dejaba de tronarnos en los oídos.

Intenté ignorarlo y volví a besar a aquél que se encontraba completamente dispuesto, sentado sobre mí. Pero el maldito sonido, hacía que olvidara hasta cómo besar.
Al parecer a él le pasó lo mismo, y se bajó de mis piernas con mirada molesta.
Cuando me levanté del sillón, me sonrojé al reparar la condición de mi ropa.

Como el timbre seguía cantando, me apresuré a la puerta mientras intentaba, en vano, arreglarme.
Abrí la puerta de mala gana.

Rayos.

Por primera vez en mi vida, la molestia, lo que sentía que estorbaba, era ni más ni que mi gran amigo: Lee Jinki,
Pero demonios, Jinkiyah. ¿Por qué justo ahora?

—Perdí mis llaves y es muy tarde para llamar a un cerrajero. Sálvame—me exigió riéndose, ignorando mi ceño apretado y mi frente sudada.

Y como era ya de su costumbre, se invitó al interior de la morada.
—Hey, hay olor a licor acá— me dijo dándose vuelta a mirarme con ojos brillantes, mientras se aproximaba a la sala.

Ahí me di cuenta que quizás debí haberlo detenido, tal vez no debí ignorar el escalofrío en cuanto lo vi entrar.

No tengo idea cuál fue la expresión de mi amigo cuando sus ojos se lo toparon. Pero sé que nada en el lugar podía pasar inadvertido. Kim Kibum se encontraba en la misma posición en la que había quedado luego de besarnos, con la ropa desarmada, el pelo desordenado y el cuello sospechosamente enrojecido.
Tragué con dificultad y me mordí el labio. Luego sus ojos afilados se clavaron en Jinki y a continuación en mí, mirando con cara de poco amigos.

Ay, eso me daba mala espina.  

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