Capítulo 05: El café de mañana

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  Tampoco era buena idea. No. Nada había sido una buena idea desde que decidí abrir la puerta anoche. Y todo continuaba siendo un enorme error, pues nunca debí haber dejado que este chico se subiera antes que yo al furgón de Jinki.

—Por favor—pidió por enésima vez mi amigo—¿Puedes no acercarte tanto a la palanca? Es peligroso si no puedo hacer los cambios—explicó con paciencia, otra vez, mi queridísimo amigo.
Pero Kim Kibum sólo lo miró de reojo y se acercó un poco más a mí. Sólo un poco. Y en cuanto nuestras piernas rozaron, aprovechó para mirarme de la forma más despectiva que pudo.

Suspiré. Desde anoche que no dejaba de arrugar el ceño ante cada acontecimiento. Tengo suerte de que Jinki sea una persona paciente, sino ya habría encontrado la forma de echarnos de su vehículo de una cabina.
El ambiente era tan desagradable. Cada vez que nos tocaba un rojo, la idea de salir corriendo lo más rápido posible sonaba increíblemente atrayente y acertada. ¿Por qué todo tenía que ser tan estresante? No era como si nadie hubiese hecho algo malo y por lo mismo, tampoco era para explicar nada.

No sabía qué hacer y ya hasta mis vértebras se sentían desacomodadas. Tenía esa sensación amarga en la boca, casi como si fuera responsable de lo que sucedía, como si fuera el culpable.
—Ya llegamos—anunció mi amigo por fin provocando que saltara de mi incómodo puesto.

Podría haber llorado de felicidad. Qué alivio.

Hice el gesto de abrir la puerta, pero antes de que las cosas pudieran terminar pacíficamente, el joven instigador de mi casi suicidio, tomó mi brazo fuerza. Con demasiada fuerza,pude reparar.
Lo miré con una mezcla de intriga y molestia
¿No le bastaba con haber fastidiado todo el jodido viaje? ¿Por qué tenía que detenerme cuando por fin sería libre?
Pero entonces vi su rostro. Vi esa expresión en él y de pronto, cualquier atisbo reclamo o reparo murió sin haber nacido. Las ideas iniciales se ahogaron en un mar de otras emergentes dentro de mi cabeza. Su cara estaba pálida y su fuerte agarre hacía mi brazo temblar.
Él temblaba.

—Qu-
—No—me interrumpió. Sus ojos brillaban, su pecho se contraía velozmente con una respiración entrecortada.
Miré a Jinki suplicando ayuda, pero él sólo me respondió mudamente con una mirada igual de confundida. Él estaba aún más incómodo.
El ambiente ya no era sólo extraño, sino que delicado. Parecía que hasta respirar era peligroso, pecaminoso; se percibía fragilidad. Había que actuar con cautela.

—¿Qué pasa?—pregunté con suavidad.

Ahora decidía mostrarme esa faceta suya: la asustada.

—Está ahí—pronunció lentamente. Repentinamente frágil.
Su expresión casi me llevó a divagar mentalmente en la sopa de recuerdos y deseos que venía acumulando desde antes incluso de ser consciente de ello. Pero su mano me sostenía fuerte, sus dedos se enterraban en mi piel mientras temblaban.
¿Qué le pasaba?
Reaccioné de pronto a algo más que su a su presencia y miré hacia afuera. No había nada. Giré mi cabeza para aumentar el ángulo de visión. Entonces mis ojos finalmente captaron algo.
Ahí, en la esquina del café, un tipo de estatura promedio miraba "distraídamente" a los transeúntes que pasaban. Los miraba uno por uno, como si cada existencia no mereciera la pena de ser apreciada.

—Vámonos—ordenó Kibum interrumpiéndome en mi observación.
—Pero...¿quié—
—El que me asaltó, idiota— me cortó impaciente. Su ceño fruncido me apremiaba para que nos largáramos. Pero de pronto, el hecho que fuera capaz de impacientarse conmigo, me alivió de una manera inexplicable.
Estaba bien.
Estúpidamente valiente, sentí que todo era más sencillo de lo que parecía. Paralelamente, recordé cómo hacía menos de un día había encontrado a Kibum petrificado, temblando y con la mitad de su ropa desaparecida. Así, una rabia inmensa bulló en mi estómago y desconecté la razón.

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