Prólogo

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Prólogo.

Era una noche fría de invierno, la localidad en la que se encontraban era la aldea de Sooga. Una silueta femenina se podía distinguir en la oscuridad, caminando entre las sombras.

Sus pasos eran idénticos a una pluma tocando el suelo. Silencioso. Casi nulos. Era una silueta sigilosa, pero su silencio no era suficiente como para evitar el estruendo que causaba su corazón roto. Cada trozo golpeaba hondo en su ser, causando más ruido del imaginable.

Era Pucca. Sí, ella era la dueña de aquella silueta que se tambaleaba por las frías y estrechas calles de Sooga.

¿La razón? Una muy simple: Había renunciado. Desistido de él. No valía la pena luchar por alguien como él. Si hasta ese mismo momento no había hecho nada por ella, ¿Por qué habría de hacerlo ahora?

¿Por qué? Se había aburrido de aquellos besos forzados. Esas persecuciones matutinas (inclusive las nocturnas). Su tiempo era importante, y ahora tenía la suficiente determinación como para dejar de malgastarlo con él. Ese espécimen no merecía su preciado tiempo. Ella era una belleza en potencia, desde los diez años que lo era. Y ahora en sus trece estaba claro el futuro que tenía. Era madura y preciosa. Y si él no sabía apreciarla, pronto se armaría una gran fila que sí sabría.

Esos eran los pensamientos que nublaban y abundaban su mente. Más no eran los únicos. No podía dejar de rememorar todo lo que había dado por él: Su voz, su GLORIOSA voz. Maldito el momento en que hizo aquel maldito voto de silencio. Y sólo porque él también lo había hecho. Había empezado la pubertad dispuesta a dársela también. ¡Dios! ¿Donde había estado su cerebro esos últimos años? Eso si olvidaban el hecho de que era ella la que vivía salvándole el pellejo, poniendo SU propia vida en riesgo. Pero claro, el tío ni siquiera se había inmutado. ¿Agradecerle? Pff, a los del tipo de Garu no les importaba. Esas eran las suposiciones de Pucca.

¿Su conclusión? ÉL no la merecía. No importaba el ángulo desde donde lo mirara. Él nunca la había merecido, desde el mismo principio ni en un solo momento. Vale, le había dado su infancia, pero su preciada adolescencia era completa y enteramente suya. ¡Vamos, que no podía esperar al chico toda una vida! Aunque, de poder, se podía. Pero ella no daría más por él. Hasta ahí había llegado.

Las lágrimas traicioneras bajaban por sus mejillas; delatando su dolor. Sin perder tiempo secó la lágrimas con el dorso de su mano. ¡Joder! No más lágrimas por alguien como él. Ni una sola gota más.

Con decisión, e ignorando el cielo gris que se posaba sobre su cabeza (el cual era un claro mal augurio que ella prefería ignorar), se dirigió al restaurando de sus tíos. ¿Qué importaba que las lágrimas cayeran aún sin hacer caso a sus ordenes? Iría en este mismo instante a sacar cada una de las fotos de Garu de su cuarto y a tirarlas por la ventana. El tío no se merecía ese lugar. Ni en su corazón, ni en su vida y mucho menos en su cuarto.

Joder, eran las tres de la tarde y aún no almorzaba. Una razón más para ir donde sus tíos.

Y ahí se dirigió.

[PUCCA] Pagando la CuentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora