CAPÍTULO 2

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El sol acababa de salir y los primeros rayos ya habían alcanzado mi habitación. Abrí los ojos inmediatamente después de sentir la luz sobre mis párpados. Todo estaba bajo la influencia de una luz anaranjada.

Permanecí inmóvil.

Habían cambiado las sábanas. Olían a lavanda y flores silvestres. No recordaba haberlas cambiado yo. Llevaba un camisón blanco y el pelo suelto, lleno de nudos. Intenté incorporarme y un dolor poco familiar me obligó a sentarme. Levanté la tela y no pude reprimir un grito ahogado al ver que tenía el costado vendado y la sangre había empapado las gasas que lo envolvían.

De pronto, recordé la herida.

Caminé hacia la puerta lo más rápido que el dolor me permitía. El salón estaba en completo silencio y todo estaba recogido como si hiciera varios meses que no vivía nadie allí. Golpeé con fuerza la tercera de las cinco puertas por la izquierda que rodeaban el salón hasta que una réplica unos años mayor de la figura que me había recogido cuando me desmayé apareció tras ella.

-Te has despertado.- contestó con cierto tono de decepción.- Pensaba que al final te tendríamos que meter en una cuneta.

-Sabes que no he venido para informarte de que aún respiro.- le corté.

Sus ojos me miraron impasibles mientras guardaba silencio a pesar de que estaba segura de que podía notar cómo mis músculos permanecían en una dolorosa tensión. Por un segundo, pensé que sonreiría en señal de aprobación, pero si todo hubiese salido a la perfección y aunque fuera él, ¿no le sería imposible contener la alegría?

Sus labios se entreabrieron a una velocidad extremadamente lenta y si fuera posible, todos y cada uno de mis músculos se consiguieron tensar un poco más. Entonces, la puerta contigua se abrió. La auténtica figura que me había recogido salió. Sus ojos color avellana se iluminaron como dos soles antes de cambiarse a modo reprimenda.

-¿Se puede saber qué haces aquí? Deberías descansar, no estás en condiciones para reincorporarte aún.

-Yo también me alegro de verte, Owen.- No pude evitar sonreír. Más bien fue una risa nerviosa. Ambos permanecieron en silencio y mi capacidad de mantener la calma llegó a su tope.- No pienso seguiros el juego. Que alguien me diga algo ya.

Tanto Owen como Philip, o como Ethan los llamaba, el hermano bueno y el hermano malo se miraron fijamente debatiendo sin articular palabra quién de los dos era el más indicado para contarlo. 

Ethan era el pequeño de la casa. Llevaba en la organización apenas unos años. Le encontré escondido entre matorrales después de que los agentes del SER acabaran con su madre. Él consiguió escapar a tiempo y huyó al bosque.

Sentí un mal presentimiento que rápidamente se expandió dentro de mí. Finalmente Owen asintió y Philip comenzó a escupir palabras.

-A pesar de todos estos años intentando corregir tu impulsividad no fuiste capaz de ceñirte al plan, ¿verdad?- Owen le dio un codazo, pero éste continuó. Había adoptado una actitud fría.- Fallaste, y tu jamás fallas. Era la misión más importante de tu vida y todos quisimos formar parte de ella ayudándote. Más de sesenta personas han pasado siete años entrenando sin parar, elaborando planes, estrategias, posibles errores y salidas optativas. Tú solamente tenías que preocuparte de apuntar y disparar. Y ahí no había más opciones. Siempre dices que es igual de importante el que crea el arma como el que dispara, pero no pareció importarte nadie cuando dejaste que una de tus rabietas arruinaran el plan de todos.

Intenté decir algo. Sentir algo. Pero la sangre había dejado de circular por mi cuerpo. Mi cerebro había dejado de pensar. Mis pulmones habían dejado de respirar. Mi corazón había dejado de latir. La noticia, por mucho que mi instinto me había intentado prevenir fue como si me hubieran echado un jarro de agua helada y después me hubieran pateado la barriga hasta machacarme los intestinos.

Cerré los ojos en un parpadeo lento y visualicé a una niña. Era bastante bajita para su edad - trece años aproximadamente - y seguramente hubiera estado predestinada a ser de esas en las que nadie se fijaría si no fuera por esos dos enormes ojos color zafiro. Daba puñetazos a la pared sin parar, y cada vez que una lágrima le caía rostro abajo golpeaba más fuerte, como si llorar fuera un pecado. Parecía imposible que un ser tan inocente fuese capaz de retener tanta rabia. Entonces susurró algo, como si se estuviera prometiendo algo a sí misma. Jamás volvería a lamentarse por un pasado irremediable. Jamás volvería a llorar. Aprendería a encontrar la forma de canalizar toda esa rabia y dejarla ir sin que nadie saliera herido.

Abrí los ojos de golpe.

-¿Cuántas heridos ha habido?- pregunté mirando a Philip.

Owen bajó la cabeza.

-Cuatro soldados heridos y un muerto.- respondió. –Justo después de que lanzaras la flecha.

-Philip, ya basta- le cortó su Owen.- Lleva años esperando el día en el que al fin vengaría la muerte de su madre. Estoy seguro de que se dejó llevar por el momento y esperar unos segundos más no le pareció que fuese a cambiar las cosas. –Pegó un tirón del brazo de su hermano obligándole a dejar de mirarme. Desde que salió de su habitación no había parado de hacerlo, repitiéndome con los ojos una y otra vez que yo era la responsable de todo. Cuando apartó la mirada, sentí que la presión del pecho desaparecía.- Ambos sabemos que justamente tú no puedes reprocharle eso.

Philip pegó un tirón para zafarse del brazo de su hermano y se dio la vuelta sin mirarme. Al salir de la casa pegó un portazo y Owen suspiró pidiéndome perdón por la actitud de su hermano.

Philip no era ni mucho menos alguien con quien fuera fácil tratar. Era impulsivo, tenía muchísimo carácter y nadie podía reprocharle nada si no quería acabar en un buen lío. Solamente Owen conseguía calmar su temperamento con mucha paciencia y eso no significaba que siempre lo consiguiera. Cada vez que se peleaban parecía como si a Owen se le rompiese algo por dentro. Decía que era porque sentía que con cada pelea Philip se alejaba un poco más de él y tenía miedo de que llegara un momento en el que se levantara por la mañana y se hubiera ido para siempre dejándole atrás.

-Tiene razón- susurré.- Todo es mi culpa. Soy la responsable de fallar y de la muerte de ese hombre. No intentes quitarme un peso que me pertenece.

Se sentó en el sillón que estaba enfrente de mí y cogió mis manos.

Pensé que lo negaría, pero no lo hizo. No sabía si era porque sabía que no me haría cambiar de opinión o porque en el fondo también lo pensaba.

-Philip no va a participar en el juicio.-dijo.

Levanté la cabeza rápidamente. Ni se me había pasado por la cabeza que me someterían a un juicio. Todo el mundo debía conocer a estas alturas mi error, y por tanto, todos querrían verme pagar por lo que había hecho.

Solamente realizaban juicios cuando había víctimas. Se reunían testigos, un juez "imparcial" y el acusado, aunque podía acudir quien quisiera.

Me recosté en el sofá. Era demasiado. Demasiadas noticias. Demasiadas noticias malas. Veía la victoria rozando la punta de mis dedos, pudiéndola acariciar con ellos, sentir su tacto suave y su aroma dulce y triunfante. Y en un parpadeo se había marchado tan lejos que ni podría señalar la dirección en la que lo había hecho. Había desaparecido la luz que la envolvía y vuelto los temores que había disipado. La derrota.

Seguramente muchísimas personas estaban enfadadas y decepcionadas conmigo, pero nadie más que yo misma. Me había fallado la única persona en la que podía confiar al cien por cien.

-Sabes que Anne te defenderá. Es una de las mayores fuerzas que existen aquí y eres como una hija para ella. Saldrás inmune.- Le miré a los ojos y supe que lo decía enserio.

Pero yo no quería que Anne ni nadie me defendiera. Quería afrontar a las consecuencias de mis actos, aunque fueran terribles. Por una vez, la impulsiva e incontrolable Cayla debía dejar que sus errores le explotaran en la cara.  

MírameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora