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—Tenemos que hablar.

Silencio.

—¿Sabía usted que me saca de quicio?

Silencio.

—Agradezca que lo considero y no lo tiro contra el piso.

Silencio.

—Y es que soy severo amor con usted, pero ya no lo soporto.

Silencio.

—¿Me escuchó? Ya no lo soporto y me tiene harta.

Silencio.

—¡Hijueputa! Al menos pite, ¡o haga algo!

—Bip... biip, biiip, ¡biiiiip!

Ah, son las siete y media.

Volví mi mirada hacia la ventana de mi habitación. Sigue lloviendo.

—La única loca que se pone a gritarle al despertador mientras espera a que escampe soy yo, Marica —desaprobé, mientras soltaba un leve suspiro—. ¿Sabe qué es lo peor? Que hoy toca educación física. Marica, a mí gusta jugar con el baloncito, jugar ponchado, mirar cómo se caen los estúpidos de mis compañeros. La buena vida, usted sabe, pero mire esa belleza —dije, mirando el cielo a través de la ventana—. ¿Cómo planean que me divierta con este aguacero, ¿ah? A lo bien, ¿cómo? Pero qué va a saber usted, despetador, mejor  no me vuelva a hablar.

Me levanté de la cama y fui a buscar mi mochila.

—Severa lavada que me espera, como si no me hubiera bañado, Marica —dije antes de correr en medio de la lluvia.

—Llegas tarde, Ami —saludó Jenny.

—¿En serio, Marica? Casi no me doy cuenta —dije, sonriéndole con cinismo mientras torcía la falda de mi jardinera—. Es que mire, se me dio por bañarme en el piscina que se hace afuera del colegio. Si se acuerda de cuál le hablo, ¿verdad?

Hablaba de los huecos de la calle que el bendito gobierno no se ha dignado en tapar, lo normal.

—Tan chistosa usted, ¿cierto? —También me sonrió con cinismo—. Tan bonita, tan hermosa.

—¿Cierto que sí, Marica? Divina la muchacha.

—Venga le presto una toallita para que se seque la cara mejor.

—Nadie se había preocupado tanto por mí —dije, fingiendo llanto.

—Nadie como yo, Ami, nadie.

Por suerte, hoy no había tarea, así que me senté bien juiciosa en mi puesto.

—Ramírez.

—¿Sí, Señor?

Contesté con un tono tan respetuoso que los compañeros lo tomaron como burla, riéndose en sus lugares. El profesor les pidió silencio.

—¿Dónde está su uniforme?

—Ah, no se preocupe por eso, Profesor, como estaba lloviendo lo traje en mi bolso para cambiarme ahorita.

—Ah, bueno —su expresión se relajó—, si quiere vaya y se lo cambia.

—Gracias, Profesor. —Me levanté de mi asiento y tomé mi bolso para dirigirme al baño.

—Rodríguez, usted si no tiene excusa como la señorita Ramírez, ¿qué pasó con su uniforme esta vez?

—Uy no, profe, mire que ayer se me cayó a la quebrada.

No soy tu Nerd, PendejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora