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—Qué pena, en serio, discúlpame. No sabía que te molestaba. —Sus ojos mostraron una expresión de lamento impecable.

Sí, impecable, porque para mí era más una actuación que una disculpa genuina. Claro, llámenme desconfiada, pero él es un atrevido, y quienes son así, normalmente suelen mentir cuando dicen que sienten haber hecho algo.

—No es para tanto. Tú mismo lo dijiste, no lo sabías, así que no te preocupes demasiado.

No, no lo consueles, el idiota se lo merece.

En personal lo hubiera mirado mal mientras le decía unas cuanta verdades en la cara, pero bueno, ¿quién soy yo para decirle qué hacer?

Miré por última vez a Ian antes de alejarme de ellos. Cada quien tomó un camino diferente. Pensé vagamente la decisión de no intervenir más, después de todo, era miércoles y solo tenía dos días para disfrutar de la supuesta semana recreativa.

El asunto terminó de morir cuando las clases concluyeron y llegué al negocio de mis padres. Por ordenes de mi madre, quedé de ir tan pronto como saliera del colegio. Normalmente estoy en casa para cuidar la casa, ya saben, no hace falta el que quiera hacerse el listo y entre a robarse todo lo que pueda, sin embargo, hay días que son una excepción, como hoy.

—Tienes que ir a tres lugares. En dos de ellos vas a entregar unos pedidos. En el tercero reclamarás un dinero que me deben. Puedes tomar diez mil pesos y comprarte alguito mientras esperas, porque yo creo que te demoras —dijo mi madre, trazando una línea con sus labios mientras asentía detenidamente. 

No pude evitar hacerle ojitos de cariño, pues siempre aprecio que piense en mí, así que le agradecí con un fuerte abrazo. Ella se meció un poco y después me soltó para pasar sus manos por mi cabello. Hizo una mueca de desaprobación que de seguro se debía a que mi cabello no se aplacaba con el pasar de su mano.

—No sé qué voy a hacer con tu cabello, Nena. Salió peor que el mío —dijo y se le escapó una risita.

—Era eso o tener la famosa dentadura de la familia —bromeé, recordando una de las quejas más destacadas sobre el linaje familiar por parte de mamá.

—Ay, ¡Ami! Vaya y te escuche la abuela... —Me miró con los ojos bien abiertos, intentando reprocharme—, se le cae la dentadura de la risa.

Su voz la delató a medio camino, por lo que comencé a sonreír incluso antes de que terminara. 

La abuela suele contar la historia como si se tratara de un chiste que nunca pasa de moda. Su primo, Alberto, siempre tuvo dientes grandes y torcidos. En un principio me dio pesar, pues sufría mucho bullying por eso. Sin embrago, cuando tuve la oportunidad de conocerlo, me di cuenta que era un completo payaso. Sonreía de manera extraña solo para hacer reír a la abuela, que eventualmente, se despojaría de su dentadura postiza al reírse hasta ponerse roja.

—Bueno, bueno, mucha risa y nada de trabajo. Muévale a ver, Señorita.

Palmeó mi trasero y caminé muy rápido mientras me reía. Aumenté la velocidad cada vez más para evitar que me alcanzara.

—Está bien, está bien —hablé apresuradamente mientras recuperaba el aire que perdí por la risa—. Intentaré no demorarme.

—Bueno. Mucho cuidado por donde va.

Asentí y salí del negocio. 

El sol de la tarde estaba en el punto exacto para hacer que la piel se sofocara ante el. Intenté irme por la sombra pero era difícil al caminar por la acera de los almacenes. Algunos tenían un toldo, otros se las ingeniaban con una polisombra. Por suerte, al primer lugar que decidí ir era un restaurante con excelente ventilación. Estaba un poco lejos del negocio, pero no tanto como para terminar exhausta de camino. Entré y esperé a que alguien me atendiera. Frente al mostrador se extendía una fila de personas ansiosas por pagar la cuenta. Sumado a ello, más personas seguían llegando al lugar. Definitivamente el restaurante le dio en el clavo tanto en la ubicación como en la oferta.

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⏰ Última actualización: Jul 12, 2022 ⏰

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