Capítulo 1

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Narcissa Artemis Greengrass es una niña muy obediente.

Hace lo que su madre le pide, no hablar con extraños, comportarse cuando se encuentre con conocidos de su madre y entrar en la maleta cuando sea necesario.

A veces se siente sola, la mayoría de las veces mejor dicho. Ella es hija única y su madre no tiene un lugar fijo en donde quedarse a más de una temporada por lo que no tiene más amistades que su elfina doméstica Elphaba.

Aunque la maleta era hermosa no es un hogar. A pesar de tener todas sus plantas no es un hogar. A pesar de tener a Elphi no es un hogar. No es un hogar cuando su madre desaparece y la deja sola. No es un hogar cuando lo único que reina ahí es el silencio, roto únicamente por el gorjeo de Atlas, el Occamy de Artemis.

Aunque de alguna manera aún retenía la esperanza de que su madre al fin se asentara en un lugar, poder tener amigos con quien jugar, una casa, no un hotel ni la maleta, y averiguar un poco acerca de su padre, del cual su madre se negaba a hablar.

Artemis se acomodó el vestido inspeccionándose frente al espejo retrovisor del auto, quitó una pluma de su falta y se sonrió. Perfecta, como siempre. Astoria Greengrass observó detrás de ella mientras conducía, sonriendo también, hoy sería un gran día -o eso esperaba.

La mansión a la que habían llegado era fría lúgubre por fuera, y dentro una gruesa capa de polvo se asentaba sobre todos los muebles que no estaban cubiertos por sábanas amarillentas por el tiempo, lo más probable era que estuviera deshabitada desde mucho antes de que Artemis naciera. 

Artemis estornudó, si seguía en este lugar enfermaría. Resignada, buscó la salida con la mirada, por la ventana observó con un campo verde y múltiples árboles, un sitio perfecto para sembrar sus plantas. Suspiró, ayudaría a Elphi a limpiar la mansión pese a que sabía que ella le diría que no necesitaba su ayuda. Solo esperaba que su madre también se quedara.

***

Narcissa Malfoy estaba emocionada, su nuera había regresado a Londres, y así como su hijo quería respuestas, ella también las necesitaba. Astoria evadía siempre el tema, sin embargo ambos querían saber el estado de la pequeña Artemis. La última vez que la había visto estaba en brazos de su madre, unos pocos días antes de que ella huyera. No les mostraba fotos, no comentaba acerca de el desarrollo de ella, ni siquiera sabía si la pequeña estaba consciente de que tenía más familia que su madre. Por Merlín que iba a ahorcar a Astoria si no le había contado siquiera de su abuela Cissy, de quien obtuvo su nombre y quien le compro su primera muñeca.

—Madre, Astoria acaba de llegar.— Narcissa se levantó apresurada y casi no escucha cuando su hijo le dijo: —Quédate un rato con ella, mientras voy a por Scorpius.— En tanto ella salía por la puerta del despacho de su hijo.

Merecía respuestas.

Quería respuestas.

Los pies de Narcissa se movían solos, esquivando los pedestales de esculturas que su esposo guardaba en la biblioteca, un montón de chatarra de buen gusto que no servía para decorar el resto de su casa, pero que valía demasiado como para tirarlo a la basura. Su esposo, Lucius, era aficionado a guardar todo tipo de cosas finas y extrañas, casi parecía Arthur Weasley. Volteó mentalmente los ojos, y bajo a toda velocidad las escaleras, nada propio de una dama.

La figura esbelta de una mujer se veía en la entrada, a medida que se acercaba la empezó a recordar mejor, no había cambiado casi nada, el cabello castaño recogido en un moño alto y su impoluta piel de mármol era la misma desde que se fue. Los ojos azul verdoso estaban distraídos recogiendo cualquier nuevo detalle de su antigua casa, mas la sonrisa de suficiencia seguía allí, revoloteando en su boca, como si no pudiera creer que estuviera de vuelta tan pronto. Era la misma Astoria Greengrass que había conocido desde niña, la misma que despreciaba a todos los niños de su edad por no estar interesados en las mismas actividades que ella.

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