Mi edad: 13 años; Su edad: 17 años.

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31 de diciembre 2010:

-Hey algo le pasa al Mowly- había dicho mi hermano observando hacia afuera de la puerta de la cocina, estábamos sentados tomando desayuno, nos giramos a ver, y en efecto, a la distancia se le notaba enfermo, no había comido la comida que papá le había servido en la noche anterior, a pesar de eso su estómago estaba hinchado y duro como roca, mamá intento darle leche con una jeringa, pero esta se derramaba por su hocico, negándose a tragar el líquido.

-Hay que llevarlo al veterinario- advierte mi hermana con voz quebrada- Sacaré el auto.

Mi hermano se quedó un momento acariciándolo, luego lo cargó y lo llevo al auto.

-Espero que nos atiendan, estamos a un par de horas de que sea año nuevo- menciono con preocupación mientras nos dirigíamos al veterinario.

Mientras el veterinario hace su trabajo el perro gime, duele ahí, donde el médico presiona, tengo que morderme la lengua para no gritarle, por el rabillo del ojo observo a mi hermana, una lágrima roda por su mejilla, mi hermano está inexpresivo, pero sé que por dentro la tristeza lo abruma.

-Su perro se encuentra con el estómago torcido, el estómago del perro está sujeto por dos ligamentos que, dependiendo de su talla y del volumen de la cavidad abdominal, pueden no ser suficientemente fuertes como para sostenerlo- lo oía hablar, pero no prestaba atención a lo que decía, mi miraba estaba fija en el rostro cansado de mi perro, él no me devolvía la mirada.

-¿Y qué debemos hacer?- me sorprendió la fría voz profesional de mi hermana al hablar, hace tan solo un momento en sus ojos vi agonía, ahora se encontraba fría, a la deriva.

-Tamara ¿verdad?- ella asiente con la cabeza y el médico bajo sus gafas- Esto es complicado, tu perro debe ser operado cuanto antes, hoy mismo si es posible, de lo contrario, te aseguro que no vivirá más allá de esta noche.

Mi corazón iba mil por hora, sentía que iba a desbocarse de su posición en cualquier momento, y estoy segura de que mis hermanos sentían lo mismo, mi hermano mayor tenía la cabeza gacha, y mi hermana contenía las lágrimas.

Llegamos a casa y mamá nos esperaba, mientras mi hermano y yo bajábamos al perro del auto mi hermana entró corriendo a la casa, lloraba desconsoladamente, mi hermano le explicó a mamá lo que el veterinario había dicho.

-No importa cuánto cueste la operación, no dejaré que mi perro muera, lo llevaré a la clínica y nos ayudaran- decía mi hermana con desesperación, sus ojos ya se veían hinchados y rojos, me pregunto cuánto habrá estado aguantándose las lágrimas desde que nos fuimos.

-No- respondió mamá-si el perro se muere, morirá aquí, con nosotros, con su familia, en su casa, no en una clínica.

Fue todo lo que dijo, mi hermana se sintió herida, lo vi en su mirada, las lágrimas escocían mis ojos, dolía.

Tras unos días de cuidado intensivo que le dimos al perro, este sano, mamá tenía razón, si lo operábamos él no lo resistiría, mamá siempre lo sano de todas sus heridas, cada vez que estaba  enfermo, y esta vez no fue la excepción, mamá tenía manos curativas (suena místico, pero es mejor creer en eso que en nada, siempre es necesario tener una pequeña luz de esperanza) puede que el veterinario tuviera razón, pero él no sabe cuánto puede hacer el amor que una familia le tiene a su mascota, no sabe lo que una familia haría solo por no ver sufrir a un animal al cual se le quiere mucho.

El último gruñido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora