Riva, Maremma: En la Toscana salvaje
Finalmente, estamos preparados para abandonar Bramasole, aunque sólo sea por unos días. Los suelos están encerados y relucen. Los muebles que Elizabeth nos dio relucen gracias a la cera de abeja, y los cajones están enmarcados en papel florentino.
En el mercado conseguimos antiguas mantas para las camas. Todo funciona. Hasta engrasamos los postigos un sábado; los sacamos todos, los lavamos y los frotamos con una capa del omnipresente aceite de linaza. La lata de semillas mezcladas que arrojé a lo largo del muro polaco crece con abandono, a punto de desbocarse.
Vivimos aquí. Ahora podemos empezar las incursiones en los círculos concéntricos de nuestro alrededor, Toscana y Umbría este año, tal vez el sur el año que viene. De alguna manera, nuestros viajes siguen teniendo como centro la casa: estamos pensando hacer una pequeña bodega, para empezar una colección de vinos que asociamos a los lugares y las comidas con los que los hemos disfrutado. Muchos vinos italianos están hechos para beberse inmediatamente; nuestra «bodega» de debajo de las escaleras será para botellas especiales. En la despensa que hay junto a la cocina, tendremos nuestra damajuana y los cajones del vino de la casa.
Mientras viajemos, queremos probar tanto de la cocina de la Maremma como sea osible, tostarnos al sol, seguir la pista de otros asentamientos etruscos. Desde que leí hace años la obra Lugares etruscos, de D. H. Lawrence, he deseado ver al joven zambullirse, al flautista con sus sandalias, las panteras agazapadas, experimentar el misterioso vigor y la palpable joie de vivre que durante tantos siglos han permanecido bajo tierra. Hemos estado planificando el recorrido durante días. Parece como si fuéramos a hacer un viaje al lejano interior, aunque en realidad no serán más que unos cientos de kilómetros, desde nuestra casa hasta Tarquinia, donde aún se están explorando cientos y cientos de tumbas etruscas. La noción de tiempo sigue desconcertándome. La densidad de las cosas que hay que ver en Toscana me hace perder de vista el sentido de la distancia y la mentalidad de autopista que tenemos en California, donde Ed se desplaza ochenta kilómetros para acudir diariamente a su trabajo. Una semana será poco. La zona conocida como la Maremma, el páramo, ya no es pantanosa. Las últimas aguas pantanosas se desecaron hace tiempo. Sin embargo, su historial de malaria asesina ha hecho que esta parte suroccidental de Toscana se mantuviera relativamente despoblada. Es la tierra de los butteri, «vaqueros», la única franja sin masificar de la costa tirrena, una tierra de amplios espacios abiertos interrumpidos tan sólo por pequeñas casetas de piedra que los pastores usan para cobijarse.
Pronto llegamos a Montalcino, una ciudad con bonitas vistas sobre una serie de colinas. El ojo se cansa y, sin embargo, el paisaje verde y ondulado continúa. Hay pequeñas tiendas de vinos a ambos lados de la calle. Una mesa con un mantel blanco y unos pocos vasos de vino aguardan al visitante detrás de cada puerta, como invitándolo a beber en la intimidad con el propietario y a brindar por las buenas cosechas.
Desde luego, el hotel de la ciudad es modesto, y me asusto al ver que los enchufes del cuarto de baño están en la ducha. Enfoco la alcachofa de la ducha a la esquina opuesta y salpico lo menos posible. ¡No quiero morir electrocutada antes de haber probado los vinos locales! La vista que tenemos sobre los tejados de tejas y el campo nos compensa por este descalabro. El café belle époque que hay en el centro no parece haber cambiado desde 1870: mesas de mármol, bancos de terciopelo rojo, espejos de oro. Una camarera está limpiando la barra. Sus labios tienen la forma del arco de Cupido y lleva una camisa blanca almidonada con lazos en las mangas. ¡Qué podría haber más sensual que una comida a base de prosciutto y trufas en schiacciata, un pan plano como la focaccia, con sal y aceite de oliva, junto con un vaso de Brunello! ¡La simplicidad y dignidad de la comida toscana!
Después de la siesta caminamos hasta la fortezza del siglo XIV, convertida ahora en una fantástica enoteca. En la parte baja antigua, donde solían almacenarse ballestas y flechas, cañones y pólvora, pueden probarse todos los vinos de la zona.
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Bajo el Sol de Toscana
RomantikFrances Mayes es una escritora estadounidense de 35 años cuyo reciente divorcio le ha sumido en una profunda depresión que le impide poder escribir. Su mejor amiga, Patti, preocupada por su estado, le regala un viaje de diez días a la hermosa Toscan...