Capítulo 1

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Bramare (arcaico): Ansiar

Estoy a punto de comprar una casa en un país extranjero. Una casa con el bonito nombre de Bramasole. Es alta, de planta cuadrangular y color albaricoque con postigos de un verde pálido, un antiguo tejado de tejas, y un balcón en la primera planta con balaustrada de hierro forjado, donde tal vez en otro tiempo las damas se sentaban con sus abanicos a contemplar algún espectáculo. Pero abajo, campan a sus anchas los zarzales, marañas de rosas, y malas hierbas que llegan a la altura de la rodilla. El balcón da al sudeste, a un profundo valle y, más allá, están los Apeninos toscanos. Cuando llueve o cambia la luz, la fachada de la casa se vuelve dorada, siena, ocre; la pintura escarlata anterior aflora en manchas rosadas, como una caja de carboncillos que se derrite al sol. Allá donde el estuco ha caído, se observa una piedra rugosa que en otra época constituyó la fachada. La casa se eleva sobre una strada bianca, un sendero de grava blanca, en un lado de la colina cubierto de árboles frutales y olivos. Bramasole: de bramare, «ansiar», y sole, «sol»: algo que ansia el sol, y, sí, yo lo ansío.

El sentido común de la familia les hace oponerse con firmeza a esta decisión. Mi madre ha dicho: «Ridículo», poniendo un énfasis especial en la segunda sílaba, ridículo, y mis hermanas, aunque están entusiasmadas, tienen miedo, como si yo tuviera sólo dieciocho años y estuviera a punto de escaparme con un marinero en el coche de la familia. Yo también tengo mis dudas. Las rígidas sillas de la oficina exterior de la notaio no ayudan. Las crines de caballo de la silla me pican a través del fino vestido de lino cada vez que me muevo, lo cual hago a menudo en esta sala de espera en ángulo de cien grados. Miro para ver qué está escribiendo Ed detrás de un recibo: parmigiano, salami, café, pan. ¿Cómo es posible? Finalmente, la signora abre la puerta y su italiano torrencial se desborda sobre nosotros.

El notaio no tiene nada que ver con el notario: es la persona que se encarga oficialmente de las transacciones de bienes raíces en Italia. Nuestra notaio, la signora Mantucci, es una siciliana pequeña y fiera con gruesas gafas de color que hacen que sus ojos verdes parezcan más grandes. Habla más deprisa que ningún otro ser humano que yo haya oído nunca. Lee largas disposiciones legales en voz alta.

Pensaba que el italiano siempre era un idioma melifluo; pero ella hace que suene como piedras que se estrellan contra el suelo. Ed la mira con arrobo: sé que está hechizado por el sonido de su voz. De pronto, el propietario, el doctor Carta, piensa que ha pedido demasiado poco; sin duda así es, puesto que hemos accedido a comprar. Su precio nos parece exorbitante. Sabemos que es exorbitante. La siciliana no se detiene, no permite que nadie la interrumpa, excepto Giuseppe, del bar de abajo, que de pronto abre las oscuras puertas con una bandeja en alto y parece sorprendido al ver allí sentados a sus clientes americani casi bizcos por la confusión.

Le trae su vasito de espresso de media mañana a la signora, y ella se lo toma de un trago, casi sin detenerse. El dueño espera poder declarar que la casa tiene un precio, aunque en realidad el precio es mucho mayor. «Es así como se hace —insiste—.

Nadie está lo bastante loco como para declarar el valor real.» Propone que traigamos un cheque a la oficina de la notaio y le entreguemos diez cheques más pequeños literalmente por debajo de la mesa. Anselmo Martini, nuestro agente, se encoge de hombros.

Ian, el agente inmobiliario inglés a quien hemos contratado para que nos ayude con el idioma, también se encoge de hombros.

El doctor Carta concluye: «¡Americanos! Se toman las cosas demasiado en serio.

Y, per favore, fechen los cheques con una semana de intervalo para que el banco no sospeche.»

¿Se refería al mismo banco que yo conozco, cuyo oficinista, de ojos endrinos, realiza lánguidamente una transacción cada quince minutos, entre cigarrillos y llamadas telefónicas? De súbito, la signora da por concluida la entrevista, revuelve los papeles en una carpeta y se levanta. Podemos volver cuando el dinero y los papeles estén listos.

Bajo el Sol de ToscanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora