Nunca más

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Ella estaba cansada de tanta inactividad, así que decidió salir a dar una vuelta por aquel bello, pero apolítico mundo. Vestida con su blanco vestido y sus sandalias de cuero inició su marcha a través de ese bosque tan virgen, tan puro.

Se dirigió al lago y les dio de comer a los peces. Las aguas cristalinas reflejaban su bello, pero apenado, rostro. Su pelo dorado, como besado por un rayo del sol y la más fina apoyado en él. Sus rasgos aristocráticos y perfectos. Sus labios carmesí y carnosos. Y sus ojos, grandes, azules, puros, tristes, eran como una pequeña ventana hacia su alma.

Dos alas blancas, resplandecientes, nacían en su espalda y caían al suelo, como dos cascadas. Ella, el ángel Raziel, estaba tan cansada… Solo quería que esa insufrible lucha acabara de una vez. ¿Nadie se daba cuenta de que no llevaba a nada? Estaba cansada de herir y matar por matar. Aunque fuesen demonios. Ella solo quería… Vivir.

Raziel detectó un movimiento a su espalda. Se giró rápidamente y no pudo evitar poner cara de sufrimiento. Un demonio. Sin mediar palabra, ambos cogieron la espada que guardaban en sus espaldas y sus respectivas alas se tensaron. Empezaron a luchar. Fue una lucha hermosa y terrorífica. El ángel se movía elegantemente y cada gesto era precioso. El demonio se movía con letal precisión y sus gestos eran perfectos.

Al final, la espada del demonio salió despedida y la espalda de éste acabó en el suelo. Raziel lo miraba con el sufrimiento pintado en su bello rostro.

-Demonio, ¿a qué nombre respondes?- preguntó ella sin poder detenerse.

-Algunos me llaman Hijo del Mal- contestó él, con voz de terciopelo-. Pero mi verdadero nombre es Lucifer. ¿Y el tuyo, pequeña ángel?

Raziel lo miró. Y lo miró de verdad. Nunca se había detenido a observar a un demonio realmente. Le habían enseñado a odiarlos, a temerlos, a matarlos. Había luchados contra miles de demonios y los había matado. Pero esta era la primera vez que observaba a uno, sin aquellos conocimientos nublándole la mente.

Lucifer era moreno como la oscuridad, sus ojos eran rojos como la sangre y pálido como la muerte. Tenía unos rasgos perfectos y despiadados. Unos labios mullidos. Era perturbadoramente guapo. Raziel se maravilló y horrorizó a partes iguales ante ese pensamiento.

-Mi nombre es Raziel.

Lucifer puso en sus labios una sonrisa irónica y le preguntó:

-Y bien Raziel, ¿vas a matarme ya?

Raziel le dedicó una mirada alicaída y pronunció las dos palabras que la habían carcomido por dentro. Las dos palabras que desarmaron a Lucifer. Las dos palabras que lo desencadenaron todo.

-¿Por qué?

Lucifer la miró anonadado. Debía reconocer que aquel ángel era la más hermosa de cuantos había visto. Desprendía amor y una tristeza que era casi magnética para él. Y al decir aquellas dos simples palabras cayó en la cuenta de que él tampoco sabía por qué tenían que pelear. En aquel momento sintió pena por todos aquellos ángeles bajo su espada.

Así que aceptó gustoso la mano que le tendía aquel ángel llamada Raziel y observó maravillado esos ojos azules como el cielo. Se dio cuenta de algo. Ya no estaban tan tristes. 

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