Una hora con cincuenta y tres minutos fue el tiempo aproximado del vuelo que desgraciadamente se retrasó. Emma y yo seguimos sin ser tolerantes con los retrasos de los vuelos, una vez le conté una anécdota sobre una ocasión en la que viaje con mis padres a Washington D.C y nuestro vuelo se demoró una hora, eso fue poco comparado con las personas a las que les tocó esperar tres horas y los movían de una puerta de embarcación a otra. Aun así no nos pusimos furiosas ni nada por el estilo, o bueno, Emma no estaba furiosa pero estaba que se lanzaba sobre una azafata para preguntarle—gritarle de manera civilizada—, donde estaba su avión.
A pesar de todo, el vuelo fue reconfortante, me dio tiempo de pensar en lo extraño que era tener en cuenta que no tomábamos el avión para volver a casa, sino para alejarnos cada vez más y más de ella. Esta vez, Emma no pudo con el cansancio porque quería dormir, sacó mi almohada de Marilyn Monroe para ponerla a un lado de su asiento, recostar su cabeza de ella y acomodar su cuerpo en posición fetal. Le lancé una mirada asesina encarnando una ceja.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté, ella me volteó a ver.
—Dormir, obvio—dijo con sarcasmo volviendo a poner la cabeza en la almohada.
—Aja ¿Con mi almohada? —cerró los ojos encogiéndose de hombros.
—La mía la metí por error en la maleta y la tuya es cómoda y suave—agarró la almohada por un lado atrayéndola hacia sí.
—¿Dónde voy a apoyar la cabeza cuando me duerma? —se volvió a encoger de hombros.
—El asiento también es cómodo—se estiró un poco para apagar la luz que iluminaba el espacio de los asientos, apagando a su vez mi luz de lectura justo cuando iba por una parte interesante.
En ese instante me estiré y le quité la almohada, ella casi se daba con el barandal del asiento. Sonreí con malicia soltando una risita, Emma se tardó un segundo en girarse a mí achicando los ojos y con una mirada asesina como la de Daenerys Targaryen cuando querían quitarle a uno de sus dragones. Sin darme cuenta, Emma buscó debajo de su asiento el paquete que contenía el chaleco salvavidas para darme comenzar a propinarme golpes con él.
—¡Esto no es justo! —exclamé, ella se encaramó a horcajadas sobre mí para seguir dándome golpes, yo hice el intento protegerme con la almohada— ¡Lo tuyo no es blando!
— ¡Eso te pasa por quitarme la almohada! —exclamó. Las personas del avión se nos quedaron viendo, las azafatas no sabían si separarnos o dejar que siguiéramos con el pequeño espectáculo que hicimos. Entre los golpes volteé a ver a una de las azafata que nos miraba con una mueca suplicante y creo que vio con miedo a Emma por eso no nos separo— ¡Desgraciada!
Yo también le di unos cuantos golpes a ella cuando logré incorporarme para sacar el paquete con el salvavidas debajo de mi asiento, nos caímos en el pasillo del avión dándonos golpes. Terminamos riendo, como cada vez que lo hacíamos cuando discutíamos por alguna ridiculez, se resolvía en un santiamén. Esa debió ser la hora más larga para la vida de las personas en el avión, tomando en cuenta que nuestra Pelea de Salvavidas duró como veinte minutos o más hasta que se nos cansaron los brazos, no sé si estaré loca—bueno, sí lo estoy como Emma pero no a nivel psiquiátrico—,pero juro que escuche a un niño que nos decía que siguiéramos peleando y le decía a su padre que él quería participar en la pelea. Créeme niño, los salvavidas no son tan suaves.
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Los Viajes que Alguna Vez Hice con mi Mejor Amiga.
Teen FictionUn viaje. Dos continentes. Veintiún países y cuarenta ciudades. Muchas personas sueñan con alcanzar sus metas, planean su vida desde el inicio hasta el final con el orden cronológico en que desearían hacer esas cosas. Me casaré a los treinta, tendré...