La carretera cada vez se veía menos. La niebla se había incrementado, y apenas conseguía ver por donde iba. Paré el coche durante un momento y cogí el mapa de la guantera. No parecía que hubiese ningún pueblo cerca donde poder pasar la noche confortablemente, sin embargo, vi un motel con un nombre extraño y para nada fiable pero que era nuestra última opción al fin y al cabo.
Guardé el viejo mapa que el hombre, al parecer no llamado Eve, había marcado con rotulador rojo para que supiese donde ir en la guantera y seguí conduciendo hasta poder ver un edificio antiguo y medio derruido.
Aparqué y bajé, para después ir al asiento de atrás y tocar a mi compañera nuevamente dormida. Después de una breve explicación, ella lo había apuntado todo en una especie de libreta que al parecer guardaba sus recuerdos.
Despertó, esta vez recordándome, y caminó junto a mi hasta la recepción. No habían más coches a parte del mío, lo cual no me había parecido especialmente extraño teniendo en cuenta que estaba en medio de la nada.
Entramos en la pequeña cabina donde se suponía que alguien nos daría la bienvenida, pero nada, estaba abandonado. No teníamos otro lugar donde pasar la noche, y aquel sitio era demasiado asqueroso como para intentar entrar en una de las habitaciones.
—Quietos ahí. —Escuché el sonido de una escopeta-. No os mováis.
Giré la cabeza lentamente, con temor. Alguien nos estaba apuntando. Empecé a sudar pese a que el frío del invierno calaba dentro de nuestros huesos.
—Habéis venido a robar, eh. Todos sois iguales.
Quería girarme y decirle «Tan solo queremos —queríamos, ya que después de apuntarnos con un arma no era el lugar más idóneo y seguro que había— una habitación, no queremos robar nada.», pero el miedo me lo impedía, no podía articular palabra, ni siquiera mover los labios. Estaba congelado, como mi respiración.
—Solo queremos dormir. -Escuché la voz de Eve a mi lado—. ¿Puede darnos una habitación? Por favor.
La miré asustado, pensando que quien estuviese detrás nuestra —una mujer por lo que podía escuchar— iba a disparar a mi compañera.
Pero no, de pronto, la voz grave que nos había chillado se convirtió en una dulce y melodiosa.
—Oh, huéspedes, bienvenidos.
Caminó hasta la mesa y abrió un cajón donde al parecer habían llaves. Ahí la pude observar, como era una mujer baja, rozando el sobrepeso, con el pelo rizado artificialmente y tintado de un color que mal quería imitar al pelirrojo.
—Tomad, esta es la mejor habitación. Esta limpia, tranquilos.
Me acercó una llave que cogí aún con miedo aún con la sensación de estar en peligro de muerte. Desde que aquel extraño viaje había comenzado, no me sentía seguro en ningún instante. Es como si aquella sensación me siguiese durante el camino.
—Siento lo de la escopeta, aquí siempre vienen vándalos. Tranquilos, os mantendré a salvo.
Me quedé de piedra, el shock había sido fuerte. Antes de esto yo tan solo era un chico en plenas vacaciones de Navidad que tenía un poco de tiempo libre entre clases de la Universidad para hacer un trabajo muy bien pagado.
—Vamos. —Eve me cogió la mano y me dirigió hacia el exterior, en busca de la habitación.
-Has sido muy valiente. -Le dije a la chica mientras me dirigía hacia los pasillos-. ¿Cómo has tenido tanto valor?
Se paró en seco, sin mirarme, para suspirar y clavar sus ojos en mi momentos después.
—Suelo olvidar lo que es el miedo.
Y girándose otra vez me dirigió al lugar donde pasaríamos la noche.
La habitación no era -ojalá lo hubiese sido- acogedora. Estaba sucia, olía mal, pero las sábanas parecían lavadas. Me senté sobre el colchón, que hizo un ruido horrible al posarme sobre él.
Eve sacudió un poco la colcha y se sentó a mis espaldas.
—¿Qué hago aquí? —Preguntó con tono como si fuese a llorar.
Me giré rápidamente, esperando ver lágrimas en la chica, pero no. Su expresión era seria, sin mirarme, tal vez por ya estar acostumbrada a no saber que hacía en los lugares.
—Me han pedido que te lleve a casa alguien que dijo llamarse Eve. —Vi como abría la boca para responder pero la corté sabiendo sus palabras—. Tú eres la verdadera Eve, lo sé.
Me miró entristecida. Estaba seguro de que sabía que me había dado esa información antes, pero no la recordaba.
Debía ser duro vivir en un mundo en el que los demás saben más que tú acerca de tu historia.
Suspiré y me acosté en la cama, sin mover las sábanas, con miedo a lo que pudiese haber bajo ellas. Eve sin embargo ni se inmutó, y siguió haciendo preguntas.
—¿Cómo te llamas?
—Soy William.
Se calló, sin decir nada más, tan solo sacó su libreta de hojas blancas y empezó a hacer rayas como si estuviese dibujando. La curiosidad me picó y mi cuerpo se incorporó casi como si de reflejo se tratase.
—¿Qué haces?
En el papel pude ver como las rayas se habían convertido en mi cara plasmada sobre aquel lienzo blanco. Era realismo hecho tan rápido que ni sabía que hacía en un motel pudiendo estar en las mejores galerías de arte. Podrían haberme dicho que era una imagen mía en blanco y negro y me lo hubiese creído. Bajo esta, mi nombre, seguramente para recordarme lo que durase el viaje.
—Es... Asombroso.
Me miró seria, sin mostrar una de esas típicas sonrisas tímidas que tienen las personas al alabar sus obras, tan solo se quedó ahí, mirándome con el vacío de sus ojos.
—Gracias. —Entonó más por obligación que por agradecimiento.
—¿Hace cuanto que dibujas?
Su ceño bajó y sus ojos se desviaron hacia el suelo. Sabía que había sido un idiota sabiendo de sus pérdidas de memoria, pero ni siquiera me había dado cuenta mientras lo decía.
—Lo siento. —Balbuceé.
—No importa, al fin y al cabo voy a olvidarlo.
Y sin más que decir guardó la libreta y se acostó alejada de mi.
ESTÁS LEYENDO
El hogar de Eve.
General FictionWilliam acabó conduciendo el coche de un tal Eve con una chica dormida en el asiento de atrás sin saber bien el motivo. Ahora ha de llevar a la extraña mujer sin memoria a su casa perdida en medio del bosque a cambio de una gran remuneración económi...