Tercero.

35 6 3
                                    

Desperté adolorido por la dureza del colchón. Desde luego aquel motel no se caracterizaba por tener las mejores camas. A mi lado, mi extraña compañera de viaje dormía plácidamente.

—Despierta Eve. —La zarandeé suavemente—. Vamos...

Se removió sobre si misma con pesadez, y sin abrir los ojos se estiró. Parecía una niña pequeña teniendo que ir a la escuela, con su típica holgazanería.

—Solo un poco más... —Sus palabras salieron como si de una ráfaga de aire se tratase.

—Vamos Eve, tenemos que llegar hoy a tu casa.

La muchacha abrió un ojo para mirarme, seguido del otro, con un poco de extrañeza. Se incorporó y frunció el ceño, pensativa. No parecía acordarse de mi.

—Wo... Wu... ¡William! —Dio una palmada con una gran sonrisa—. Eres William, ¿verdad?

—Sí. —Me reí—. Date prisa en prepararte, tenemos que irnos.

Con una sonrisa se levantó y se dirigió al baño dando pequeños saltitos. No parecía la misma Eve que horas antes me miraba como si la nada fuese una persona, en su lugar la habían cambiado por una chica alegre, rozando la normalidad, tal vez incluso un tanto infantil.

Salió del baño con el pelo hecho y ya la chaqueta puesta, con su pintalabios rojo  mate, tal vez un poco burdeos, recién puesto.

—¿Vamos?

Acomodé mi peinado rápidamente y me dirigí al baño para vaciar antes de marchar.

Al salir Eve esperaba apoyada en el maletero del coche.

—Tengo que pagar. —Le anuncié abriendo el asiento del copiloto para coger un poco de dinero—. Espérame aquí, ahora vuelvo.

Caminé rápidamente entre la niebla, ya no tan espesa y bajo las nubes de color gris hasta llegar a la recepción. En ella la señora esperaba dormida en su silla con la escopeta en la mano.

La desperté suavemente, esperando que no disparase por el susto al despertarla por accidente.

—¿Ya os vais? Aún es muy pronto. —Me limité a asentir sin añadir nada más, quería irme lo más pronto posible de aquel lugar—. Vaya, estas parejas de jóvenes sois más raras.

Cobró y me dejó marchar sin más interrogatorios.

Caminé, otra vez, rápidamente hasta donde Eve se encontraba esperándome, balanceándose sobre sí misma, alternando punta y talón, con los ojos concentrados en sus zapatillas. Al verla, casi sin querer, mi paso decayó y una pequeña sonrisa se formó.

—Oh, ¿nos vamos ya? —Me miró con incertidumbre.

—Sí.

Miró sus bolsillos y empezó a tocarlos con ansiedad.

—Mi libreta, mi libreta no está. La necesito, la necesito.

Empezó a cogerme de los brazos con desesperación. Esa libreta era su vida, en sentido literal, ahí era donde guardaba todos sus recuerdos.

—Está bien, iré a buscarla.

Llegué a la habitación y tras mirar el suelo en seguida pude verla, al lado de la cama. La cogí y eché un último vistazo a mi dibujo. Era perfecto, imposible de realizar casi, a bolígrafo, sin un solo error. Cerré el cuaderno y salí, dispuesto a gritarle que ya estaba todo bien, pero algo me alarmó.

En la carreterá, ya prácticamente entrando al recinto del motel, un chico en patinete con la cara tapada con un pasamontañas y una furgoneta vieja y despintada detrás se acercaban lentamente, sin prisa. Sabía lo que significaba, la dueña nos lo había dicho, eran vándalos, y estaban demasiado cerca nuestra.

—Eve... —Miré a la chica, que ni siquiera se había fijado en su alrededor—. ¡Eve! ¡Entra al coche! ¡Ya!

Levantó la cabeza y me miró, extrañada, para luego girarla hacia el misterioso chico y compañía, el cual estaba sacando un arma.

—¡Eve!

Dándose cuenta de la situación se metió rápidamente en el coche y pude ver como se agachaba tras unos disparos que tan solo esperaba que no hubiesen afectado a las ruedas.

Corría como nunca había corrido. Escuchaba disparos a mis pies, que no sabía mi como esquivaba. De pronto, una escopeta interrumpió al chico. La dueña había salido en nuestra ayuda.

—¡Fuera de aquí cabrones! ¡Este es mi puto motel!

Aquella distracción me dio el tiempo siguiente para meterme en el coche y ponerlo en funcionamiento. No iba a quedarme allí para ver cómo acababa. Lo más rápido que pude giré el volante y tomé la curva que salía de allí.

Como si a cámara lenta pasase, la furgoneta y el coche se cruzaron, al igual que las miradas de los conductores. Otro tipo con un pasamontañas.

Nunca había sabido que un coche podía ir a tanta velocidad. Parecía que los árboles huyesen de nosotros.

Cuando hube recorrido la distancia suficiente paré el coche en un costado de aquella carretera vacía y llena de niebla.

Respiraba rápidamente, sin casi poder sostener el ritmo. Me giré para comprobar que Eve estaba bien, y entonces la vi, con los ojos cerrados, apoyada en la ventana, con su mano en el costado, la ropa rota, y sangre, demasiada sangre.

Había pasado algo demasiado terrible como para ser verdad. A Eve le había alcanzado una bala.

El hogar de Eve.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora