Primero.

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Para empezar he de decir que no sé muy bien cómo acabé conduciendo el coche de alguien que se hacía llamar Eve con una chica dormida en el asiento de atrás. Si unas horas antes me hubiesen dicho que tendría que llevar a una misteriosa mujer a su casa perdida en un bosque no me lo hubiese creído, pero ahí estaba yo, conduciendo aquel viejo coche sucio que parecía que no hubiese sido usado en más de treinta años.

La chica de atrás abrió los ojos lentamente y se incorporó. Pude ver por el retrovisor como se frotaba los ojos y me miraba desconcertada.

—¿Quién eres? —Preguntó sin demasiada sorpresa, como si fuese lo típico que un desconocido condujese un coche mientras ella dormía.

—Soy William, Eve me ha pedido que te lleve a casa. —Dije mirándola por el retrovisor.

La chica acabó de incorporarse del todo y se puso el cinturón, mirando por la ventana como un paisaje nublado pasaba a gran velocidad, sin casas, que habíamos dejado atrás hacía ya un buen rato.

—Yo soy Eve, así que no sé quién te ha dicho que me lleves a casa. —Humo salió de su boca por el frío de la estación de invierno.

Me desconcertó, he de decir, pero la situación ya era bastante extraña como para que perdiese la cabeza por algo tan pequeño. Un hombre me había dado un maletín con dinero para que llevase a esa chica a su casa, ¿qué más daba el nombre del susodicho?

Seguí sin intercambiar palabra alguna mientras la chica del asiento de atrás, ahora ya con nombre, seguía mirando la ventana.

No parecía demasiado alta, su cabello era entre blanco y rosa, por los hombros, sus labios pintados de rojo mate, ojos tan grises como la calzada, y su piel tenue más no pálida. Su atuendo, unos pantalones vaqueros oscuros medio rotos, unas grandes botas negras, una camiseta de punto blanca, que dejaba a ver una de tirantes negra por dentro, con una gran chaqueta amarilla apagada que cubría casi todo su cuerpo, con una capucha que no estaba usando.

Era extraña, no parecía la típica chica que sueles encontrarte por la calle, no por su aspecto, sino por lo que reflejaban sus ojos: nada.

En el camino cada vez había más niebla, y la visión se dificultaba. La gasolina cada vez marcaba menos, y necesitaba repostar. Por suerte, no demasiado lejos, se encontraba una vacía, que parecía abandonada, sin embargo la necesidad hizo que parase el coche en uno de los lugares para poner gasolina.

Entré a la gasolinera donde un chico desgarbado ya entrado en años con la barba mal recortada, dejó de mirar su revista para mayores de dieciocho y puso su atención en mi.

—¿En qué puedo ayudarle? —Dijo molesto, mascando un chicle.

—Quiero gasolina. —Dejé dinero sobre la mesa.

Mientras hacía la gestión, empecé a caminar por los escasos pasillos del local, buscando algo que pudiese gustarnos a mi compañera y a mi. Cogí dos bolsas de comida basura y una botella de refresco.

Con mala, el hombre lo miró todo y me cobró. Salí para poner gasolina y dejar las cosas dentro, pero al llegar Eve no estaba. Empecé a poner gasolina sin preocuparme, pensando que habría ido al baño aunque tan solo fuese para estirar las piernas.

Acabé de llenar el depósito y fui directo al lateral donde veía unos carteles del lavabo. Intenté entrar pero estaba cerrado, se necesitaba una llave para acceder, y yo no había visto a Eve en ningún momento pedirla.

Caminé hasta la parte de atrás con la esperanza de que tan solo hubiese querido estirar las piernas un poco, pero allí tampoco estaba. La gasolinera se encontraba en medio de la nada, y a lo lejos había un bosque, ¿y si había corrido hasta allí para escaparse?

Empecé a buscarla como un loco para ver si mi visión la encontraba. De pronto, encontré un punto amarillo sobre el césped, no demasiado lejos. Me acerqué corriendo, por si acaso le había pasado algo. Y allí estaba Eve, tumbada en posición de cruz, respirando, con los ojos cerrados, como si meditase.

Al notar mi presencia empezó a abrirlos, y me miró de nuevo con el desconcierto de la primera vez.

—¿Quién eres? —Preguntó con naturalidad.

—Soy yo, Thomas. —Me quedé de cuclillas para estar más cerca de ella.

Se incorporó y me miró de arriba a abajo.

—¿Thomas? Yo soy Eve.

Por sus palabras parecía que no se acordaba de lo acontecido momentos antes.

La cogí de la mano y la ayudé a subir. No parecía que se negase pese a que no me reconociese. La llevé hasta el coche y volvió a sentarse en el asiento del copiloto, tumbada como antes de despertarse. Cogió una pequeña libreta que llevaba en el bolsillo y un lápiz, y empezó a apuntar cosas.

—Entonces, ¿cómo nos conocimos? —Preguntó con voz dulce.

No sabía muy bien si valía la pena aquel «favor» que le había hecho a un desconocido a cambio de dinero, pero Eve era una chica demasiado extraña como para no ocultar algo, y tan solo me preguntaba como sería el hogar de Eve.

El hogar de Eve.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora