Una noche más, un problema menos

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Era una noche más, una como otra cualquiera, cerrada, oscura. La lluvia caía débilmente sobre las calles de la espesa ciudad. La niebla, pesada e inexpugnable, parecía querer asfixiar a los pocos transeúntes que andaban a tales horas.

Serían sobre las once, el tráfico débil y sinuoso a lo lejos dejaba atrás los vestigios de actividad urbana. Por la acera caminaba una pareja de jóvenes, una como otra cualquiera a simple vista. Ella iba sujeta al brazo derecho del chico, mientras que este llevaba el paraguas que a ella protegía del agua. Él caminaba con paso lento y pesado, como si midiese cada mínimo movimiento, alerta, pendiente de cualquier cosa fuera de lo común. Ella sin embargo parecía no preocuparse, se le veía cansada, tal vez por un día agotador, tal vez por la fuerte carga emocional que sentía. Ambos caminaban al son que el chico dictaba, un compás casi dubitativo.

El joven vestía un elegante abrigo largo de color azul marino, tan oscuro que se perdía en la noche. Ella portaba algunas prendas más llamativas, tales como una falda larga de color amarillo junto a un jersey blanco a rayas grises. Esta llevaba el pelo suelto, dejando al viento su ondulada cabellera pelirroja. El chico sin embargo tenía un corte desenfadado, más largo por la parte del flequillo que de los laterales, dejando caer este sobre su rostro hasta taparlo parcialmente.

El silencio reinaba en las calles de aquella zona, solo de vez en cuando un ladrido aislado o la sirena de un coche patrulla rompía aquella pesadumbre. La tierna pareja se dirigía a algún lugar cualquiera, crucial para ellos pero innecesaria para los acontecimientos. Ellos dos se veían realmente acaramelados a los ojos de cualquier inexperto, pero se debe recordar que: ni todas las apariencias son verdaderas, ni toda verdad es absoluta.

Los callejones se sucedían uno tras otro en la marcha de ambos, dando paso a densos bloques de edificios residenciales. A cada uno que pasaban el chico se tornaba a mirar, escrutar cada sombra en la lejanía. De la calle por la que circulaban partían numerosas calles secundarias, algunas sin importancia ya que no tenían salida, aunque otras daban a vías urbanas más amplias. Aquel barrio lindaba con la zona industrial, consumido en una pobreza notoria y visible en la cantidad de coches aparcados en ella: uno solo en más de cien metros de calle, aparcado en la boca de una de las numerosas callejuelas.

Los dos viandantes se aproximaban a la altura del vehículo cuando de debajo de este apareció un gato, un felino de ávida mirada y pelaje gris cenizo que casi era ocultado por la niebla. El chico se sobresaltó levemente por aquel animal mientras que la joven, en un gesto de incontrolable ternura, soltó el brazo de él para salir corriendo detrás del minino. Este, asustado por la repentina actuación de ella, salió corriendo, adentrándose en el callejón.

El muchacho gritó el nombre de ella pero esta pareció ignorarlo, metiéndose en el callejón en persecución del gato. El chico echó a correr detrás de ella, pero su sorpresa fue enorme al ver lo que allí les aguardaba.

Sin rastro alguno del felino, una gran sombra negra se cernía sobre la joven, asustada, inmovilizada por el miedo. Él llegó a su lado de una zancada mientras sacaba la pistola de su funda en el interior del abrigo. Apuntó a aquella enorme mole a la espera de cualquier movimiento de esta. A su vez, la chica parecía recomponerse, tal vez aliviada por la presencia del joven. En milésimas de segundo la sombra hizo el ademán de avanzar, lo que fue más que suficiente para que el  muchacho apretase el gatillo.

El silencio de la noche fue roto por una explosión sorda, un disparo, un atronador sonido que infundía seguridad en algunos y temor en otros.

Como un macabro baile en perfecta sincronía, él se llevó la mano izquierda, libre, hacia su costado, palpando la zona posterior sin fuerzas ya. La sangre se empezaba a amontonar en el pavimento, un charco de rojo pasión interrumpido por una isla azul marino, el joven desplomado sobre su propia sangre.

La joven no tuvo tiempo de reaccionar ya que, como si una fuerza interna la aplastase desde dentro, cayó rendida al suelo en brazos de la oscuridad.

Así fue... una noche más, una sola bala y un problema menos...

Una cura para la InmortalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora