Un duro golpe, suave

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El turno había acabado con un caso más por resolver. Un coche negro oscuro como las sombras volaba sobre el mojado asfalto ignorando totalmente cualquier norma de circulación impuesta. Las calles estaban desiertas salvo por fugaces sombras temerosas que se ocultaban de la luz de los faros del vehículo. Este enfilaba cada calle como si quisiera atravesarla a cal y canto, como si tratase de evaporar los charcos de la carretera o por el contrario, poner fin a una tormentosa vida.

Dos mujeres ocupaban el vehículo; la primera, la conductora, vestía un elegante y ceñido vestido negro con un marcado escote. Su acompañante no portaba más que un top del mismo tono que la vestimenta de su compañera y unos shorts vaqueros a juego. La chica que manejaba el deportivo llevaba un peinado corto y a capas, rapado el lateral derecho de su cabeza, en un tono azul oscuro. La otra, sin embargo, tenía recogido su largo cabello canoso en una única coleta.

A pesar del color de pelo de la acompañante, esta no mostraba ningún indicio de madurez o vejez en su terso rostro de marcados pómulos y carnosos labios rosados. Miraba distraída por el retrovisor como si esperara a alguien siguiéndolas, pero eso no parecía ocurrir. La conductora seguía conduciendo a gran velocidad por las calles, dejando la marca de su paso a cada curva derrapada que daban. Parecían dirigirse a las afueras de la ciudad, cerca del polígono industrial o incluso puede que a este mismo.

Las calles laterales se sucedían a gran velocidad como si ni importancia tuvieran para las dos jóvenes, aunque fuesen decisivas o cruciales para otros. La chica sentada en el asiento del copiloto parecía ansiosa o nerviosa, como si esperase que pasase algo o mejor aún, como si rogase porque nada pasara. Esta apretaba la mandíbula a causa del agresivo estilo de su compañera de viaje.

Al llegar a cierto cruce amplio de calles principales, ya casi colindando con las afueras, dos sombras se cernían a gran velocidad una contra la otra de manera frontal. Ambas negras como la misma noche y deformes por la celeridad de ambas. Se aproximaban más y más, cada una sin variar mínimamente su rumbo, como si la colisión fuese premeditada de antemano.

Y llegó, un golpe frontal entre ambas masas, un golpe que hubiese supuesto graves daños para ambos cuerpos y sin embargo no parecía tener el impacto lógico: un duro golpe, suave.

Una cura para la InmortalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora