Y no sé quien soy

7 1 0
                                    

Domingo por la mañana, un día tranquilo con los despojos de la lluvia sobre las calles de la ciudad. Las luces del alba hacían brillar con multitud de tonalidades todos los reflejos de las calles.

Esta misma luz se colaba por los rincones más insospechados, por rendijas, por huecos inconexos, por la abertura entre la persiana y la ventana de aquella habitación.

En ella dormitaba un joven, alto y desgarbado, un rubio revuelto en las sábanas. Un chico delgado y aparentemente apuesto, que jugaba al escondite con los rescoldos de un buen sueño. Él no parecía ser consciente de su realidad, de lo que le rodeaba, fruto del estado de somnolencia que se aferraba a su mente sin liberarlo.

Se giró lentamente sobre el colchón hasta quedar mirando al exterior de la cama, hacia el despertador que marcaba las siete y cuarto de la mañana en su tenue y poco iluminada pantalla. Notaba la almohada mojada y fría, causa del sudor que había dejado salir durante el transcurso de la noche. Ignoraba la presencia de ella, una más, otra más.

Se levantó despacio y con un fuerte dolor de cabeza, pesadamente se frotó el rostro con su mano derecha. La resaca era inevitable, y ahora solo podía aguantar las consecuencias. Tras un primer mareo consiguió comenzar a caminar, a paso lento, descalzo sobre el frío suelo de noviembre, avanzando hacia el baño sin el menor ruido, como una sombra, como un fantasma.

Al llegar al servicio tras recorrer el pasillo en completa penumbra cerró la puerta a su espalda con un suave chasquido. El dolor habitual volvía a aferrarse a su pecho, justo sobre su corazon, un corazon que no volvería a latir. Encendió la luz, cada movimiento era un autentico mundo, era incapaz de moverse más rápido, prisionero de su aletargado estado. Con el mismo paso monótono encaró el retrete, subió la tapa y orinó con ganas.

Al acabar volvió frente al espejo, a punto de apagar la luz para salir del baño sin más. Al ver su reflejo se quedó mirando a su alter ego, al otro chico idéntico a él que lo miraba directamente a los ojos, pero él no era aquel chico. Apartando la vista de la superficie de cristal pulimentado activó el grifo, llenando sus manos con el agua helada que salía. El líquido se escapaba de entre sus dedos sin más, como si ansiase la libertad.

Ante el incesante caudal puso el tapón, llenando así la pila de agua. Esperó a que esta estuviese llena hasta algo más de la mitad, cuando lo estuvo se inclinó sobre ella. Sumergió su rostro en el agua, los músculos se contraían y relajaban a causa del frío. El joven no levantaba cabeza, manteniendo su rostro completamente en el agua.

Quince... veinte... cuarenta... ochenta... cerca de dos minutos después él seguía allí, con el flequillo mojado y sin sacar la cabeza. Cuando decidió hacerlo fue con calma, algo más relajado del dolor de cabeza pero sintiendo todavía la poderosa presión que tenía en el pecho. Llevó sus manos hacia la toalla para secar con ella su cara y cabello, devolviéndola a su lugar tras terminar su labor.

Devolvió una última mirada al reflejo que aún lo miraba fijamente, ambos frente a frente antes de que el chico se girase hacia la puerta para poner la mano sobre el pomo de la misma para abrirla. Tras salir recorrió de vuelta el oscuro pasillo hasta el dormitorio. Entró en él y observó a aquella desconocida que retozaba desnuda entre sus sábanas en un estado medio entre el sueño y la consciencia.

El joven llegó a los pies de la cama con la mirada fija en ella, con una rabia interna inexplicable. Abrió la boca, pero en primera instancia ni un solo sonido salió de esta, dejando que el silencio permaneciera reinante en la habitación. Apretó los puños a ambos costados y tomó fuerzas, para gritar, para desahogarse con ella, para dejar salir su rabia contra aquella chica que había conocido la noche anterior en un pub entre los efectos del abundante alcohol.

-¡Despierta de una jodida vez! ¿¡Quién cojones soy?!

Una cura para la InmortalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora