¿Inconsciencia igual a inmortalidad?

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El sol empezaba a ponerse, el espectro luminoso de tonos anaranjados acariciaba los edificios de la ciudad con cariño, una ternura casi maternal ante el preludio de la tormenta. Las nubes empezaban a formarse sobre mi cabeza, sobre todas las calles que formaban el entramado urbano de aquel (o este) lugar.

El espejo de la sala de espera de aquella improvisada clínica mostraba a una joven rubia, con el pelo enmarañado y descuidado, colgando a la espalda en una coleta alta. Había salido de casa sin peinarme siquiera, cansada de todo, harta de ser tan frágil, lamentándome por los errores del pasado (no demasiado lejano) y por los que cometería en el futuro. Ya era consciente de que aquello no tenía marcha atrás, que no iba a poder volver a la normalidad después de lo que hiciese aquella noche. El calor de los primeros meses de verano hacía de aquella estancia una auténtica sauna. Sudaba mientras me miraba al espejo, el dichoso cristal no dejaba de mostratome las marcas de los problemas ya acontecidos, de todo lo sucedido, de todo lo que me hizo estar allí.

No quería ni sentarme en los destartalados sillones que había, el sofá de color rojo granate parecía tener ya bastantes años (lo cual no me sorprendió viendo el resto del lugar) e iba acompañado de dos orejones negros, dandole al lugar un aspecto desfasado. Estaba realmente incómoda, tenía la sensación de que algo iba inevitablemente mal.

- Pase señorita, es su turno.

Una voz masculina y ya entrada en años me sacó de mis pensamientos, la repentina aparición de aquel señor decrépito y siniestro, ataviado con una bata de laboratorio manchada de una sustancia oscura que preferí no preguntar, me obligó a brindarle mi atención pues no podía perder detalles de lo que iba a ocurrirme.

Obedeciendo su orden me acerqué a este, esperando a unos dos pasos de distancia del mismo, a que hiciese algo. Cuando este se hubo vuelto en dirección a aquella otra habitación lo seguí, por detrás suya mirando al suelo y al borde de su bata, mordiéndome el labio por el nerviosismo. No quise mirar atentamente aquel lugar, estaba demasiado aterrada.

Me llevó hasta la camilla y se apartó para que me tumbara en ella. Sin demora hice caso a su mínima seña, tomando asiento sobre la incómoda superficie horizontal. Se volvió hacia mí una vez más para asegurarse de que estaba preparada.

- Después de esto no habrá vuelta atrás, ¿deseas continuar sabiendo esto?

En su mano mantenía una grabadora para recoger pruebas de que había aceptado por propia voluntad, su tono había sido lo suficientemente calmado y relajado como para no haber indicios de coacción por su parte. Asentí lentamente, pero sabía que no era suficiente así que lo confirmé intentando mantener a raya los nervios en mi voz.

- Yo, Julia Foresith, acepto los términos y estoy en conocimiento de mi situación, doy mi consentimiento para que se realice la prueba.

El "doctor" (parecía cualquier cosa menos un médico) dejó la grabadora sobre la camilla a su espalda, se puso unos guantes azules de látex y volvió hacia mí tras haber estado un par de minutos dándome la espalda. No pude alcanzar a ver que hacía puesto que su cuerpo tapaba su actividad, solo alcancé a ver un destello metálico cuando empezó a tirarse hacia mí. Se puso a mi lado y, con un rápido movimiento me tapó la boca con la mano izquierda mientras me introducía la aguja de la jeringuilla por el orificio nasal derecho. Los ojos me lloraban por miedo pero estaba inmovilizada por el propio pánico, entonces, cuando noté el doloroso pinchazo en el tabique empecé a sentirme cansada... más y más cada vez.

- A dormir.

Su voz me condujo hasta la oscuridad más absoluta, me quedé inconsciente, sedada en aquella camilla. No pude determinar el tiempo que había transcurrido hasta que desperté pero debió de ser bastante por lo entumecida que me sentía.

- ¡Debió de ser terrible!- el joven de cabello azul brillante estaba nervioso por el relato de su compañero, se revolvía en su asiento sin temor alguno a hacer ruido e interrumpir al narrador de la historia.

El muchacho pelirrojo ladeó el rostro, sorprendido en parte por la repentina interrupción de su extravagante compañero. Se frotaba el dorso de la mano izquierda con la palma de la derecha mientras intentaba encontrar una respuesta que darle con tal de dejarlo satisfecho. Sin embargo no pudo, fue incapaz de abrir la boca antes que lo hiciera la única chica del trío, una adolescente extremadamente delgada, con el pelo teñido de un tono rosa intenso. El grupo en sí mismo destacaba, eran tres variopintos personajes, que bien podían haber sido sacados de una panda de frikis u otakus.

Élodie se pronunció antes de que pudiese hacerlo Hans, el muchacho más retraído del grupo y que por fin había empezado a abrirse a sus dos compañeros con aquel relato autonarrativo.

- H, no te preocupes por nada, ahora estamos juntos en esto. Al fin y al cabo no nos queda otra.

El receptor principal de aquellas palabras asintió muy lentamente, casi con miedo a decir algo más. Suspiró y se llevó la mano dominante a la sien, a pesar del frío que hacía en la habitación del apartamento, él estaba sudando por el nerviosismo que hasta hace pocos instantes le había atenazado.

Se aclaró la garganta y se dispuso a proseguir.

- Volví a ser consciente cuando...

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⏰ Última actualización: Jun 02, 2017 ⏰

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