Pisadas de mujer en un suelo manchado

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Aquel callejón permanecía oculto a miradas ajenas, parecía aislado en el tiempo y el espacio. De él salió un gato gris, de pelaje terso y liso, un inocente e ingenuo animal para cualquiera, un depredador natural para sus presas. Aquel animal abandonado volvió a refugiarse bajo el amparo del coche, protegiéndose de la lluvia.

El silencio de la noche, el amparo de las sombras... todo destrozado por los coches patrulla que volaban sobre el mojado asfalto de la calle. Sus sirenas azules iluminaban las fachadas de los edificios colindantes a medida que surcaban la calle.

El callejón era un espacio discreto, oculto entre los edificios, perfecto para impedir las miradas indiscretas. Pero ni siquiera aquello pudo amortiguar el desgarrador grito metálico de una pistola. Un disparo que surcó la noche desde la entrada del callejón, impactando en aquel desdichado joven que cumplía su misión.

La policía estaba más y más cerca, alertada por la llamada de un buen samaritano que ansiaba poder ayudar en medio de la preocupación reinante en su mente. Los dos vehículos se subieron a la acera sin problema alguno, tapando la entrada del callejón para evitar curiosos.

Del primer vehículo bajaron una pareja de agentes, una dualidad sin par, sin semejanzas entre ellos, equidistantes en todo. Uno de ellos alto y musculoso aunque delgado, el otro ancho y rechoncho sin llegar siquiera al hombro de su compañero. La extraña pareja, ataviada con sus uniformes se adentró en el callejón con sus armas desenfundadas, repasando cada contorno desde lejos con el cañon de sus pistolas. La puerta del piloto del otro coche patrulla se abrió de sopetón, sin previo aviso, como si su entrada en escena fuese necesaria y obligatoria para continuar el relato.

Del coche salió una mujer, de ojos azules, cabello rubio rebelde que se prolongaba hasta la mitad de su espalda y esbeltas curvas. Ambos agentes se quedaron perplejos puesto que su vestimenta revelaba más de lo que se prestaba a la imaginación, una blusa color crema con un escote que dejaba ver hasta casi su ombligo. Aquella prenda estaba combinada con una falda de tubo azul marino y unos tacones del mismo tono. Si alguno de los dos sospechó que aquella vestimenta se debía a razones personales y extraoficiales, no comentaron nada.

-Sargento, el disparo parece confirmarse, hay un cuerpo tendido. - Se apresuró a decir el alto ante la expectante mirada de su superior, girándose hacia el callejón para caminar unos pasos, los suficientes para mostrarle más o menos dónde se encontraba el cuerpo entre aquella oscuridad.

La policía se abrió paso casi empujando con el hombro al otro agente, para llegar al cadáver del que habían hablado. Al llegar junto a este se agachó, observando detenidamente la espalda del joven, pasando su mirada por el orificio en la parte posterior del costado de este. La zona estaba tintada de rojo, fruto de la sangre derramada. Le tomó el pulso en el cuello al joven, un pulso inexistente, un cuerpo ya vacío sin alma ni penas allí tendido.

Pasaron los minutos, tal vez fueran diez o media hora, todo parecía fluir de manera distinta en aquel lugar. La extravagante pareja había acordonado la entrada de la calleja, impidiendo el paso a cualquier transeúnte, aunque era del todo innecesario, cerca de las doce de la noche nadie andaba por aquellas calles. La joven agente no se retiró del cuerpo, observando desde su posición el resto del lugar, como si intentase ponerse en la piel de la víctima.

En ese preciso instante en el que la sargento se ponía en pie para tomar nuevas perspectivas le llegó una visita oportuna. El equipo forense formado por dos mujeres y un chaval no mayor que el propio asesinado se acercó en grupo a la escena y por ende, a la custodio del cadáver. Se aproximó directamente a ella la mujer que aparentaba mayor edad, de facciones marcadas y cabello negro ondulado y cortado por los hombros. Vestía una camisa granate y un pantalón negro ajustado, sin duda destacaba frente a sus dos acompañantes. Mientras tanto, la forense más joven, cuya bata blanca casi rozaba el suelo, seguida del chico que vestía de forma similar, se fueron a hablar con los dos policías que montaban guardia.

-Bonita noche para un homicidio, ¿no crees?- la voz de la forense salió de entre sus labios, curvados hacia arriba en una sonrisa amistosa, una sonrisa que se contraponía enormemente a la seriedad del trabajo.

-Ninguna noche lluviosa es bonita, además, no sé como puedes encontrar bello algo así...- la cara de repulsión de la sargento provocó la risa de la forense quien se acercó a examinar más de cerca el cuerpo de la víctima.

-¿Alguna pista ajena al cadáver, Margot?- la pregunta de la forense y la forma de referirse a su interlocutora hicieron a esta misma quedar algo perpleja, sin saber bien cómo atajar la situación.

La agente Margot suspiró sonoramente echando un nuevo vistazo al charco de sangre seca bajo sus pies. No debería estar ahí, sobre la mayor prueba que tenían, pero necesitaba comprobar algo.

-Hay algo, huellas, de calzado femenino sin duda.

Una cura para la InmortalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora