Capítulo 1.

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Mi madre me retiró la cena del frente tras haberme resistido a comerlo desde mi llegada de clases. Le había calentado la cabeza con que tenía que ir a la fiesta de Jake, y ella me la había calentado a mí diciéndome que no. Me tomé el último sorbo de refresco hasta que el vaso quedó vacío, y me levanté bruscamente de la mesa.

-Acomoda la silla antes de irte –musitó mi madre desde el fregadero, muestra de que no iba a ceder aún si se me ocurriera reventar la casa a disparos. Empujé la silla con el pie hasta que chocó con la dura madera de la mesa robusta del comedor, y subí las escaleras a trompicones, tropezándome de vez en cuando con las trenzas desatadas. Lanzaba maldiciones cuando me resbalaba de las escaleras, y cuando me golpeé el codo con la pared cuando intenté aferrarme a algo para no irme de bruces. Al final, terminé tirada en el piso de mi habitación sin un calcetín y con la camisa desabotonada, se me veía todo el brasier, pero hacía demasiado calor ahí.

Antes de que pudiera dormirme en el suelo teniendo mi cama justo al lado, mi pierna vibró contra el frío mármol del piso, y me apresuré a buscar mi teléfono celular entre la tela apretada de mi blue jean. Era Alison.

“Todos te estamos esperando, perra. ¿Cuándo vas a llegar?”

Hice una mueca de sufrimiento mientras escribía una respuesta.

“No puedo ir, zorra. Mi madre no me ha dejado”.

Inmediatamente ella me envió otro mensaje.

“¡No puede ser! Ya habíamos quedado con los chicos”.

“ Ella me odia, ya lo sabes”.

“Joder, sí. No puedo creer que te haya dejado encerrada en tu cuarto un viernes por la noche”.

Suspiré.

“Dímelo a mí”.

“¿Seguro que no te ha dejado? Danny puede ir a recogerte”.

“No es ése el problema. Simplemente debe estar pasando por su etapa de la menopausia. No podré salir de aquí”.

“Joder. ¿El lunes, entonces?”

“El lunes”.

Entonces tiré el teléfono a un lado y me ahogué en mis propios suspiros, en mi propia rabia, y en mis propios calcetines. Enserio, me tiré a la cara el par que no estaba en mi pie derecho, y logré que me cayera en los ojos. Lo sé, mi vida es triste.

Mis días transcurrían de una manera lenta y lúgubre, sin saltos inesperados ni emociones sofocantes, como solía contarme mi madre acerca de su juventud. Porque, claro, ella sí solía ir a fiestas, sí disfrutaba de su vida como una adolescente normal. Era una egoísta, me obligaba a quedarme en casa porque le daba la gana, sin darme explicaciones y sin insistir en qué quería yo. Nada de eso le importaba a Amanda Dayne.

Jake me había envuelto en su cálido abrazo antes de que abandonara el campus de la escuela durante la tarde del viernes, susurrándome al oído que esperaba verme en la fiesta junto con mis manos preparadas para recibir una sorpresa. Mi cuerpo había convulsionado al escuchar esas palabras salir de sus propios labios rosados y carnosos, tras haber estado esperando ese momento glorioso durante 3 años de mi vida, el sexy Jake Montgomery, declarándose. Wow.

Suspiré, esto no me podía estar pasando a mí. Y tampoco iba a permitir que sucediera. Estaría allí por Jake, y me importaba una mierda si a mi madre le agradaba o no la idea (obviamente que no). Por eso me estaba escapando; sí, lo estaba haciendo realmente.

Busqué a ciegas mi teléfono celular, tanteando en el suelo por debajo de la cama, en la oscuridad. Y una vez que lo encontré, me alegró saber que la pantalla seguía intacta. Abrí el buzón de mensajes y tecleé un rápido comunicado para mi amiga, quien de seguro estaría de acuerdo. Por un momento me tembló el pulso, pero la ventana seguía abierta, o mejor dicho, mi cuarto seguía teniendo ventanas.

Noté cuando mi rostro curvó una sonrisa malévola al pulsar el botón de “enviar”.

“Voy para allá”.

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