Observé aterrada cómo mi nuevo acompañante se levantaba del suelo delante de mí, atajando a un flacucho que no había visto antes en la casa y propinándole un golpe en el ojo izquierdo. En momentos como esos, es cuando te preguntas a ti mismo “¿cómo coño llegué aquí?”
No lograba verle el rostro al muchacho, lo único que noté fue que tenía el cabello rizado y que era muy alto, nada más. Ah, bueno, y que era extremadamente agresivo.
No habían pasado diez segundos cuando el rizado sacó una pistola y le propinó tres disparos al flacucho, quien se desplomó de inmediato, cayendo de rodillas con los ojos abiertos, con sangre espesa y oscura brotando a borbotones de su abdomen y pecho. Lo había matado. Lo había matado frente a mí.
No pude reprimir soltar un grito ahogado que se filtró a través de la cinta que me cubría la boca, mientras las lágrimas de miedo e impresión me brotaban de los ojos.
El rizado guardó la pistola en su pantalón y rápidamente me cargó de las piernas como hacía unas horas, cuando me habían secuestrado de la nada, y me llevó corriendo hacia afuera, donde se encontraba un auto negro aparcado con las luces delanteras encendidas y las puertas abiertas. De nuevo no podía gritar, estaba atrapada en el propio frenesí de mis emociones y la cinta adhesiva me mantenía la boca cerrada.
Escuchaba que seguían matándose dentro de la vieja casa abandonada de donde me habían sacado; se escuchaban disparos y vidrios que se rompían. Las lágrimas seguían saliendo de mis ojos conforme nos alejábamos, porque estaba segura de que, quien fuera quien me había sacado de ahí, no tenía ni la más intención de salvarme.
Fui arrojada dentro del auto en el asiento del copiloto con un poco más de delicadeza que la última vez, considerando que yo era una mujer, y la puerta fue cerrada a mi derecha. Seguidamente, se escuchó otro portazo y el auto arrancó, haciendo chirriar los neumáticos y derrapando un poco. Me golpeé la cabeza contra el vidrio debido al brusco movimiento, y luego todo quedó a oscuras de nuevo. ¿Y ahora a dónde me dirigía?
Aproveché los minutos en shock que me quedaron para acompasar mi respiración, regresándola a su estado de normalidad. Inhala, exhala, inhala, exhala. Mantén la calma, Skylar. Los segundos pasaban y no me ubicaba de una vez.
La cinta adhesiva que cubría mi boca fue bruscamente retirada, causándome un ardor agudo en los labios.
Mi acompañante arrugó la cinta y la arrojó por la ventana, subiendo el vidrio inmediatamente. Lo miré aterrada. Le hubiese pegado una bofetada si no pudiera matarme después de eso.
-¿A dónde me llevas? –me atreví a preguntar, aterrada. Nadie contestó, sino que el auto siguió moviéndose normalmente. Tragué saliva para bajar el gran nudo que se esparcía por mi garganta, iba a llorar. Suspiré, sin lograr relajar mis cejas inclinadas.
-O-oye… No sé quién seas… Ni qué quieras, pero… -tragué saliva y tomé aire -, necesito volver a casa…
Gemí, y me impuse a mí misma el autocontrol fantasma para volver a hablar sin lloriquear.
-No sé qué hayas hecho, pero… e-estoy segura de que fue por una buena razón, lo apuesto... Sólo… n-no me hagas daño, p-por favor… -murmuré, mientras se me quebraba la voz.
-No te voy a matar –dijo una voz grave y rasposa. Eso me proporcionó un poco de alivio, pero no respondía mi pregunta en concreto. De nuevo me llegó la incertidumbre, y no pude evitar sentirme más inquieta. Dos secuestros en una sola noche. Wow.
El silencio reinó en el auto, donde el frío del aire acondicionado se esparcía por todas partes. Olisqueé el ambiente, y era un poco más decente que el anterior. Los asientos de cuero estaban impregnados de un perfume masculino dulce y ácido a la vez, era delicioso. Pero todavía me quedaban restos de droga en los pulmones, tosí de nuevo.