5. Equilibrio

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El sufrimiento con el que había convivido toda su historia hasta ese momento, siempre había estado con ella. Aferrado a ella, siendo parte de ella. Aquel sufrimiento valió la pena. Después de tantas desgracias que habían sucedido en su vida, durante el transcurso de toda aquella historia... Por primera vez se había enamorado. Por primera vez era feliz. Por primera vez había formado su propia familia. El sentimiento inimaginable lo había conseguido después de tantos esfuerzos y problemas por los que hubo de pasar, de superar en conjunto con aquel inspector, con dos lunares bajo su ojo izquierdo y quien había perdido todo a tan joven edad igual que ella. Su corazón le pertenecía y el de él a ella. Él era suyo y ella era suya.

(...)


El hermoso campo cubierto por el atardecer del día, cubriendo entre las sombras a cuan hermosas rosas rojas. A aquellos menudos cuerpos que descansaban tiernamente en el regazo de la bella dama que observaba el rostro durmiente de sus retoños, acariciando dulcemente las mejillas de estos, procurando no despertar tan terribles criaturas escandalosas que odiaban ser interrumpidos mientras descansaban, la misma imagen que ella.

Observaba con detenimiento, sin perder ni un momento la espalda ancha de su marido, temiendo por alguna razón perderlo. Habían pasado tantos años juntos, que el más mínimo segundo separados se hacían eternidades para ella. Odiaba separarse de él, de sus cachorros, de la familia que había formado, a la que quiere proteger con todo su ser, sin importar qué sucediera o cómo lo hubiera de hacer. Tales sentimientos como aquellos, siempre aparecían ante la distancia de ellos dos. Lo amaba y cada minuto que pasaba aún más. Era su marido, el padre de sus hijos y su cómplice. No lo perdería. Por nada del mundo.

Volvió a posar su mirada en los pequeños seres durmientes quienes la observaban ahora con ojos llenos de estrellitas, conocía esa mirada... Mala señal. Muy mala. Sabía a la perfección qué dirían, qué harían.... Con un movimiento apresurado, intentó tapar con la palma de su mano la menuda boca de ellos, evitando así que dijesen algo que realmente la avergonzaría. Sin embargo, fue en vano. Y bajando la mirada, soltando un suspiro pesado, se recostó en el pequeño banco, apartando a los dos pequeños.

¡Papá, no abandones a mamá! ¡Se sentirá triste si la dejas tanto tiempo sola! dijeron al unísono.

______ no tenía fuerzas para continuar con ello, no quería discutir. Estaba cansada y quería dormir. No había tenido un muy buen día. Había habido de solucionar ciertos problemas en Cabra con un asunto de urgencia acerca de "cierto" ghoul que había destruido la vida de Urie.

Haría pagar a Donato por todo el sufrimiento que causó en Urie, costara lo que costara. No lo perdonaría, no tendría clemencia.

Se levantó de golpe, había tenido pensamientos como aquellos otra vez. Habían ocasiones en las que su odio por las personas quiénes la habían condenado a una vida llena de sufrimiento, simplemente hacía explotar la burbuja que se formaba en su pecho. Sentía tanto odio, tanto desprecio que algunas veces no podía con ello. Pero, apartó esos absurdos pensamientos, no los quería y no serviría de nada pensar en ello. Por él y solo por él, olvidaría todo aquello. Se dedicaría sólo a él y a aquellos conflictivos seres que habían dado un giro a sus vidas. Llenándola de preocupaciones y de incontables alegrías a la vez. Esos dos pequeños seres, eran sus preciados hijos.

Rai, Akemi, no molestéis a vuestra madre les dio dos golpecitos en la cabeza de estos Conocéis perfectamente cómo se encuentra y no debéis molestarla —los dos pequeños se pusieron rígidos ante el tono autoritario de su padre. Urie no quería problemas innecesarios en su vida en aquel momento, y mucho menos en el estado en el que se encontraba su esposa.

A coldhearted UrieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora