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"¡Vámonos, Peggy!" Mi madre reclamó, su voz se escuchaba desde el primer piso de nuestra no tan grande pero confortable casa. Yo seguía en la segunda planta, tomando un polerón al azar ya que estaba retrasada y aún sin vestir. Me puse mis toms grises ya que no me daba tiempo de atar las agujetas de mis vans y tampoco estaba de humor para escuchar a mi madre gritar una vez más.

Finalmente, guardé mi celular en uno de los bolsillos traseros de mis shorts y bajé las escaleras casi corriendo. Tomé mis llaves de la casa y las guardé en mi bolsillo izquierdo delantero, y salí velozmente cerrando la puerta detrás de mí. Me subí al copiloto del auto de mi madre y me coloqué mis audífonos antes de que me diera otra de sus largas charlas sobre como debo ser más responsable y bla bla, miles de boberías que no me interesa escuchar.

Al llegar al mall, ahí estaba Lea Mercer, mi mejor amiga, junto a su madre Jocelyn, a quien me dirigía como "tía". Estabamos en busca de vestidos para Lea y para mí, ya que esta noche iríamos a la fiesta de cumpleaños de mi prima Eva. Lea realmente no estaba invitada, pero debido a que seguramente no conocería nadie allí, mi prima me permitió llevar a un invitado. Hubiese llevado a mi mejor amigo Dante Donaldson, pero lo más probable es que negara la invitación a menos que su querida novia, Addie Conley, lo acompañara. 

No me malinterpreten, Addie es un amor de persona y una gran amiga, pero Dante le presta tanta atención que me da celos saber que no tengo a mi mejor amigo a mi disposición tan continuamente como solía ser antes de que Addie ingresara a nuestra escuela un par de años atrás.

La verdadera razón de la discusión de mi madre y mía esta mañana, y ayer y el día anterior, es que había dejado el tema del vestido para el último momento. Obviamente debí admitir con anticipación el echo de que la fiesta era un tanto formal, y cuando revisé mi closet, entre mis tantos vestidos «es broma, no son tantos», me dí cuenta que ninguno era debido para la ocasión.

Lea me tomó del brazo y me llevaba de tienda en tienda por todo el lugar, ni siquiera tenía la oportunidad de leer el nombre de la tienda antes de que Lea me arrastrara, literalmente, dentro de la tienda.

Ambas nos probamos al menos un total de 20 vestidos, y aún no habíamos elegido ninguno. Lea nunca estaba conforme con lo que se probaba, siempre se encontraba algún defecto. Sinceramente, a Lea le quedaba perfecto todo lo que se ponía. Y no lo digo sólo por ser su mejor amiga, lo digo porque es la verdad. Mi mejor amiga no tenía ningún defecto, era hermosa, tenía un cuerpo envidiable, unas piernas matadoras y una excelente personalidad, y no me dolía admitirlo, me dolía que ella no se diera cuenta.

Yo, por otro lado, estuve conforme con la mitad de las prendas que me probaba, si fuera por mí, hubiese elegido un vestido skater con detalles de paneles de encaje en color crema, o un vestido istria de Coast azul para morirse. En realidad eso de la extravagancia no era lo mío, me gustaba mantenerlo simple. Pero mi madre era todo lo contrario, ella era la verdadera razón por la que aún no tenía un vestido, e irónicamente la única que moría por irse. Amo a mi madre, pero no hay nada que odie más que ir de compras con ella.

De alguna forma u otra, la madre de Lea, quien entendía mi situación, convenció a mi madre de dejarme elegir mi propio atuendo, y la llevó a Starbucks a tomarse un café mientras que Lea y yo elegíamos nuestros vestidos.

Lea había elegido un vestido rojo corto, atrás estaba atado cruzado y formaba un corazón a espalda abierta, se veía hermosa y por suerte esta vez se sentía bien lo que llevaba puesto, los acompañaba con unas plataformas bien altas de color negro. Yo había elegido un vestido rosa Bodycon de cintura entallada y cuello jaula, los acompañaría con unas palataformas en color crema que tenía en casa, no eran tan altas con las de Lea, no me agradaba usar zapatos tan altos.

A Través De Tu MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora