Sentía los rayos del sol acariciarle la piel con dedos tibios y suaves. Oía vagamente a las aves aletear con fuerza sus alas en el cielo desconocido que se extendía profundo por encima de su cabeza, y todavía más allá de los tejados triangulares del Sanatorio.
Sabía que el cielo era azul, porque se lo habían contado, pero no lo conocía con sus propios ojos. Sucedía lo mismo con las flores: Baekhyun se dedicaba a tocarlas con sus finos dedos, de absorber su perfume por su olfato desarrollado, mientras que alguna enfermera le decía el color de los pétalos pero, ¿cómo se le puede explicar a un ciego de nacimiento el color rojo de las rosas?
También se imaginaba el color del césped. Ya tenía en su mente un mapa mental del jardín; sabía en dónde virar, qué tronco saltar, a cual árbol abrazarse del tronco. Le gustaba sentir el césped en sus pies y en la palma de sus manos picándolo y produciéndole comezón y erupción que tardaba días en quitarse. Lo confundía con las hormigas que trepaban en una fila ordenada por su dedo pulgar del pie derecho.
Sólo algunas veces, se preocupaba por saber como era su rostro. Se paraba frente a los espejos asegurados en la pared del cuarto de baño, tratando de imaginarse su cabello, su cuello y sus brazos. Se atrevió a explorar su cara. Cuando sus manos tocaron trémulamente sus facciones, descubrió una frente angosta, una naricilla hermosamente formada, labios suaves, mentón delicado. Tenía una poca esperanza de ser hermoso.
Pero ser hermoso no ayudaba al estar en las sombras desde el nacimiento. Odiaba su condición porque sabía que se estaba perdiendo del mundo; le rogaba a todos los Dioses que recordaba de los libros en Braille que le permitieran ver a cambio de su belleza. Ansiaba tanto descubrir si la lluvia se veía como se sentía, ansiaba descubrir como se veía la vida.
Se quedó en el jardín un rato más, sentado en silencio y tratando de ver con los ojos de su alma, hasta que sintió que el sol no le quemaba tanto la piel de los brazos, pues significaba que ya había atardecido. Se levantó de la banca de hormigón y caminó hacia su derecha, guiándose por el mapa mental que había trazado meticulosamente en su mente.
Veintitrés pasos a la derecha: los adoquines.
Treinta pasos a la izquierda: los peldaños para las habitaciones.
Cincuenta pasos rectos: una baldosa rota en el pasillo.
Doce pasos a la derecha: la habitación comunitaria.
Entró a su habitación cerrando la puerta lentamente tras de sí.
Ocho pasos a la izquierda: su cama.
Se sentó en el borde de la cama, que en realidad era un pedazo de piedra con una colchoneta encima y sábanas oliendo a antiséptico, y esperó pacientemente a que alguna enfermera entrara con su comida.
Su oído captó una respiración del otro lado de la habitación. Era raro, porque a pesar de que la habitación tenía que ser compartida, Baekhyun había estado solo en ese cuarto húmedo desde hacía dos semanas. Él compartía habitación con una viejecita que sufría de dolores en la columna vertebral. Había sido abandonada por sus nietos irresponsables que se aprovechaban de su condición y de su dinero, y la habían confinado a un Sanatorio para que pasara sus últimos días de vida ahí, en una cama de piedra.
"Puedo pagar la mejor habitación en el mejor Hospital del país. Pero siento que mi querido esposo, que en paz descanse, ya me está llamando para que me valla con él... Mis nietecitos ambiciosos necesitan ese dinero más que yo, es por eso que me estoy dejando llevar. De todos modos prefiero que malgasten ese dinero a que me entierren con él, en donde se va a pudrir entre mi carne seca y los gusanos..."