CAPITULO 1

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Lauren apretó el volante con fuerza cuando su Audi rs5 amenazó con patinar sobre la helada carretera. El paisaje rural de campos y árboles estaba cubierto por una gran capa de purísima nieve. No había otros coches.

En un día en que la policía había aconsejado a la gente quedarse en casa y evitar las peligrosas condiciones de la carretera, Lauren disfrutaba del reto de probar su habilidad al volante. Aunque poseía una legendaria colección de coches casi nunca tenía la oportunidad de conducirlos ella misma. Podría no saber muy bien dónde estaba, pero eso le preocupaba poco. Seguía confiando en que, en cualquier momento, encontraría una entrada a la autopista que le permitiría regresar a Londres y, por tanto, a la civilización.

Lauren no se acobardaba ante dificultad alguna, sencillamente porque las dificultades no existían para ella. Llevaba una existencia tranquila y bien organizada. Cualquier problema, cualquier incomodidad se evitaba con una buena inyección de dinero. Y el dinero no era obstáculo para una mujer como ella.

La fortuna de los Jauregui, forjada originalmente en la construcción de barcos, había empezado a mermar cuando Lauren era adolescente. Aun así, su conservadora familia se quedó estupefacta cuando decidió no seguir los pasos de su abuelo y su padre, convirtiéndose en cambio en financiera. Unos años después, sin embargo, los murmullos de desaprobación se habían convertido en aplausos cuando Lauren tuvo un éxito meteórico.

Ahora, a menudo aconsejaba a gobiernos sobre sus inversiones. Lauren era, a sus veintiocho años, no sólo un orgullo para su familia, sino una genio de las finanzas y una adicta al trabajo.

En cuestiones más personales, ninguna mujer le había interesado durante más de tres meses. Todo el mundo sabía sobre su condición, eso era algo que nunca le preocupó y que muy por el contrario de lo que la gente pudiera pensar, atraía a las mujeres. Su poderosa libido y sus emociones estaban férreamente controladas por una mente ágil y bien disciplinada. Su padre, sin embargo, había estado a punto de casarse por cuarta vez antes de morir.

La manía de su padre de enamorarse de mujeres cada vez menos adecuadas siempre le resultó exasperante. Ella no era así; de hecho, la prensa la había acusado de ser de hielo por su trato con las mujeres. Orgullosa de su cuadriculado cerebro, Lauren había hecho una relación de las diez cualidades que debería reunir una mujer para entrar en la lista de posibles candidatas.

Ninguna lo había conseguido, ni siquiera se habían acercado.

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Camila metió las manos en las mangas de su gabardina gris y movió los pies para que no se le quedasen congelados.

Se había perdido y por allí no había nadie para darle indicaciones de cómo llegar a la carretera general. Pero el pesimismo era algo ajeno a la naturaleza de Camila. Largos años viviendo una vida muy austera le habían enseñado que una visión negativa de las cosas desanimaba a cualquiera y no reportaba beneficio alguno.

Ella era de las que siempre miraba el lado bueno de las cosas.

De modo que, aunque se había perdido en medio de una carretera helada y desierta, estaba convencida de que algún conductor amable aparecería en cualquier momento. Daba igual que lo que le había pasado aquel día hubiera hecho gritar de frustración a la persona más tranquila del mundo.

La morena sabía que no se ganaba nada perdiendo los nervios por algo que uno no puede cambiar. Sin embargo, incluso para ella era difícil olvidar las ilusiones con las que había salido de casa para acudir a la entrevista.

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